Pasó media hora. Ni Thomas ni Minho se movieron un centímetro.
Thomas, por fin, había dejado de llorar; no podía evitar preguntarse qué pensaría Minho de él o si se lo contaría a los demás y le llamarían mariquita. Pero no le quedaba ni una pizca de autocontrol; no podría haber impedido que le brotaran las lágrimas, de eso estaba seguro. A pesar de su falta de memoria, sabía que acababa de pasar la noche más traumática de su vida. Y sus manos doloridas y su completo agotamiento no ayudaban.
Volvió a arrastrarse hasta el borde del Precipicio, asomó otra vez la cabeza para fijarse mejor ahora que ya había amanecido del todo. El cielo abierto delante de él era de un fuerte color púrpura que, poco a poco, se iba mezclando con el azul intenso del día, al que acompa?aban tintes anaranjados del sol sobre el plano y distante horizonte.
Se quedó con la vista clavada abajo y vio que el muro de piedra del Laberinto seguía hacia el suelo, convirtiéndose en un escarpado acantilado hasta que desaparecía en lo que fuera que hubiese muy lejos, bajo sus pies. Pero, incluso con la luz que cada vez era más brillante, continuaba sin saber lo que había allí abajo. Parecía como si el Laberinto estuviera posado sobre una estructura a varios kilómetros del suelo.
Pero era imposible, pensó. ?No puede ser, tiene que ser una ilusión?.
Rodó sobre su espalda mientras emitía un quejido por el movimiento. Le dolían cosas por fuera y por dentro que ni siquiera sabía que existieran. Al menos, las puertas no tardarían en abrirse y podrían regresar al Claro. Echó un vistazo a Minho, que estaba acurrucado en la entrada del pasillo.
—No me puedo creer que aún sigamos vivos —dijo.
Minho no dijo nada, sólo asintió con el rostro carente de expresión.
—?Hay más? ?O los acabamos de matar a todos?
Minho resopló.
—Por suerte, conseguimos llegar al amanecer, o no hubiésemos tardado en tener diez más detrás de nuestros culos —cambió de postura, con gestos de dolor, quejándose—. No puedo creérmelo, de verdad. Hemos aguantado toda la noche. Nadie lo había hecho antes.
Thomas sabía que debería sentirse orgulloso, valiente o algo parecido. Pero sólo estaba exhausto y aliviado.
—?Qué hemos hecho diferente?
—No lo sé. Es un poco difícil preguntarle a un tío muerto en qué se equivocó.
Thomas no podía dejar de preguntarse acerca del modo en que habían acabado los gritos coléricos de los laceradores al caer por el Precipicio y por qué no había podido verlos descender hasta morir. Había algo muy extra?o e inquietante en todo aquello.
—Ha sido como si desaparecieran al traspasar el borde.
—Sí, una locura. Había un par de clarianos con la teoría de que otras cosas habían desaparecido, pero hemos demostrado que se equivocaban. Mira.
Thomas observó cómo Minho lanzaba una roca al Precipicio y, luego, siguió su trayectoria con los ojos. Bajó y bajó, sin que la perdiera de vista, hasta que se hizo demasiado peque?a para verla. Se volvió hacia Minho.
—?Cómo demuestra eso que se equivocaban?
Minho se encogió de hombros.
—Bueno, la piedra no ha desaparecido, ?no?
—Entonces, ?qué crees que ha pasado?
Ahí había algo significativo, Thomas lo notaba. Minho se encogió de hombros otra vez.
—Quizá sean mágicas. Me duele demasiado la cabeza para pensar.
Con una sacudida, Thomas se olvidó de todo lo relacionado con el Precipicio. Pero se acordó de Alby.
—Tenemos que volver —hizo un esfuerzo y se obligó a levantarse—. Tengo que despegar a Alby del muro.
Al ver la expresión de confusión en el rostro de Minho, enseguida le contó lo que había hecho con la enredadera. Minho bajó la vista, desanimado.
—Es imposible que aún esté vivo.
Thomas se negaba a creerlo.
—?Cómo lo sabes? Venga —empezó a cojear por el pasillo de vuelta a la entrada.
—Porque nunca nadie ha logrado… —se calló, y Thomas supo lo que estaba pensando.
—Eso es porque los laceradores siempre los habían matado antes de que vosotros los encontrarais. A Alby sólo le dieron con una de esas agujas, ?no?
Minho se levantó para acompa?ar a Thomas en su lenta marcha de vuelta hacia el Claro.
—No lo sé, supongo que esto nunca había sucedido. A algunos chicos les habían picado durante el día, y esos son a los que dieron el Suero y los que pasaron por el Cambio. A los pobres pingajos que se quedaban atrapados en el Laberinto por la noche no los encontrábamos hasta más tarde; a veces, incluso días más tarde, si es que dábamos con ellos.
Thomas se estremeció al pensarlo.
—Después de todo por lo que hemos pasado, puedo imaginármelo.
El Corredor Del Laberinto (The Maze Runner #1)
James Dashner's books
- The Eye of Minds
- The Kill Order (The Maze Runner 0.5)
- Virus Letal
- The Maze Runner Files (Maze Runner Trilogy)
- Rising Fears
- The Hunt for Dark Infinity (The 13th Reality #2)
- The Blade of Shattered Hope (The 13th Reality #3)
- The Void of Mist and Thunder (The 13th Reality #4)
- The Rule of Thoughts (The Mortality Doctrine #2)
- The Journal of Curious Letters (The 13th Reality, #1)