El Corredor Del Laberinto (The Maze Runner #1)

Dobló una esquina del Laberinto y, luego, otra. Pisando fuerte sobre la piedra, huyó tan rápido como pudo. En algún lugar de su mente, registró sus propios movimientos, con la esperanza de vivir el tiempo suficiente para usar esa información y regresar a la puerta. Derecha, después izquierda. Bajó por un largo pasillo y luego dobló a la derecha otra vez. Izquierda. Derecha. Dos a la izquierda. Otro largo pasillo. Los sonidos que le perseguían no disminuían ni se debilitaban, pero él tampoco perdía terreno.

Continuó corriendo, con el corazón a punto de salírsele del pecho. Mediante grandes bocanadas de aire en busca de aliento, trataba de meter oxígeno en sus pulmones, pero sabía que no podía durar mucho más. Se preguntó si sería más fácil darse la vuelta y luchar, acabar de una vez por todas.

Al doblar la siguiente esquina, derrapó hasta pararse debido a lo que tenía delante. Se quedó mirando fijamente, resollando de un modo incontrolable.

Tres laceradores rodaban enfrente mientras clavaban los pinchos en la piedra e iban directos hacia él.





Capítulo 21


Thomas se dio la vuelta para ver que su perseguidor inicial aún estaba detrás de él, aunque había disminuido un poco la velocidad; abría y cerraba su garra de metal como si estuviera burlándose de él, riéndose.

?Sabe que estoy acabado?, pensó. Después de todo aquel esfuerzo, allí estaba, rodeado por los laceradores. Se había terminado. Tras ni siquiera una semana de memoria salvable, su vida se terminaba.

Casi consumido por el dolor, tomó una decisión. Iba a luchar.

Puesto que prefería uno en vez de tres, echó a correr hacia el lacerador que le había perseguido hasta allí. Aquella cosa horrenda se retrajo un par de centímetros y dejó de mover su garra, como si le hubiese impresionado su atrevimiento. Para animarse ante el más mínimo indicio de vacilación, Thomas empezó a gritar mientras cargaba contra su enemigo.

El lacerador volvió a la vida y los pinchos salieron de su piel. Avanzó rodando, preparado para chocar de frente con el chico. Aquel repentino movimiento casi detuvo a Thomas y su breve instante de insensato valor se desvaneció, pero siguió corriendo.

En el último segundo antes de la colisión, justo cuando vio de cerca el metal, el pelo y la baba, Thomas plantó el pie izquierdo y tiró hacia la derecha. Incapaz de disminuir la velocidad, el lacerador pasó zumbando antes de detenerse con una sacudida; Thomas advirtió que la criatura se movía ahora mucho más rápido. Con un aullido metálico, giró y se preparó para saltar sobre su víctima. Pero, ahora que no estaba rodeado, Thomas tenía el camino despejado por aquella dirección.

Se puso de pie enseguida y echó a correr. Los sonidos que le perseguían esta vez eran de cuatro laceradores que se le estaban acercando. Seguro de que estaba apurando su cuerpo más allá de sus límites físicos, siguió corriendo, intentando deshacerse de la descorazonadora sensación de que sólo era cuestión de tiempo que le alcanzaran.

Entonces, tres pasillos más abajo, dos manos tiraron de pronto de él hacia un pasadizo colindante. A Thomas se le subió el corazón a la garganta mientras trataba de soltarse, pero paró cuando se dio cuenta de que era Minho.

—?Qué…?

—?Cállate y sígueme! —gritó Minho, llevando a Thomas a rastras hasta que este fue capaz de ponerse de pie.

Sin ni siquiera un momento para pensar, Thomas recobró la calma. Juntos, corrieron por los pasillos, girando una y otra vez. Minho parecía saber exactamente lo que estaba haciendo, adonde iba; nunca se paraba a pensar qué camino debían seguir.

Al doblar la siguiente esquina, Minho intentó hablar y, mientras trataba de recuperar el aliento, dijo entre jadeos:

—He visto… el movimiento que has hecho… ahí atrás… Me ha dado una idea… Sólo tenemos que durar… un poco más.

Thomas no se molestó en malgastar el aliento haciendo preguntas; se limitó a seguir corriendo detrás de Minho. Sin necesidad de volver la vista, sabía que los laceradores estaban ganando terreno de un modo alarmante. Le dolía cada centímetro del cuerpo, por dentro y por fuera; las extremidades le pedían a gritos que dejara de correr. Pero continuó corriendo y esperó que el corazón no parara de latir.

Unos giros más adelante, Thomas vio algo enfrente de ellos que su cerebro no registró. Parecía… estar mal. Y la tenue luz que provenía de sus perseguidores hizo que la rareza de aquello resultase aún más evidente.

El pasillo no terminaba en otra pared de piedra. Acababa en negrura.

Thomas entrecerró los ojos mientras corrían hacia el muro de oscuridad e intentó comprender a lo que se estaban acercando. Las dos paredes cubiertas de hiedra a ambos lados parecían no cruzarse con nada más que el cielo allí arriba. Podía ver las estrellas. Conforme se acercaban, por fin se dio cuenta de que era una abertura; el Laberinto se acababa.

??Cómo? —se preguntó—. Después de a?os buscando, ?cómo puede ser que Minho y yo lo hayamos encontrado con tanta facilidad??.

Minho pareció leerle el pensamiento:

—No te entusiasmes —dijo, casi incapaz de expulsar las palabras.