El Corredor Del Laberinto (The Maze Runner #1)

Unos pasos antes de llegar al final del pasillo, Minho se detuvo y colocó una mano en el pecho de Thomas para asegurarse de que él hacía lo mismo. Thomas aminoró la marcha y luego se acercó a donde el Laberinto se abría hacia el cielo. Los sonidos de la avalancha de laceradores se aproximaban, pero tenía que verlo.

Era cierto que habían llegado a una salida del Laberinto, pero Minho había dicho que no era nada para entusiasmarse. Lo único que Thomas veía en todas las direcciones, arriba y abajo, a un lado y a otro, era aire y estrellas que perdían intensidad. Era una vista rara e inquietante, como si estuviese en el borde del universo. Por un momento, el vértigo se apoderó de él y las rodillas le flaquearon antes de recobrar el equilibrio.

Estaba empezando a romper el alba; el cielo parecía haberse iluminado considerablemente en los últimos minutos. Thomas permaneció mirando sin dar crédito, sin entender cómo podía ser posible todo aquello. Era como si alguien hubiese construido el Laberinto y lo hubiera colocado en el cielo, flotando, para quedarse allí en medio de la nada el resto de la eternidad.

—No lo entiendo —susurró sin saber si Minho podía oírle.

—Ten cuidado —contestó el corredor—. No serías el primer pingajo que se cae por el Precipicio —agarró a Thomas por el hombro—. ?Te has olvidado de algo? —se?aló con la cabeza hacia el interior del Laberinto.

Thomas se acordó de que había oído la palabra ?Precipicio? antes, pero en aquel momento no supo dónde. Al ver el cielo abierto que se extendía delante y debajo de él, había entrado en una especie de trance. Se obligó a volver a la realidad y giró la cara hacia los laceradores que se aproximaban. Ahora tan sólo estaban a unos diez metros, en fila india, y cargaban con ganas, moviéndose sorprendentemente rápido.

Entonces lo vio todo claro, incluso antes de que Minho le contara lo que iban a hacer.

—Puede que esas cosas sean sanguinarias, pero no son más tontas porque no se entrenan. Quédate aquí, a mi lado, mirando…

Thomas le interrumpió:

—Lo sé. Estoy listo.

Arrastraron los pies hasta que estuvieron pegados el uno junto al otro delante del abismo que había en medio del pasillo, enfrente de los laceradores. Sus talones estaban a tan sólo unos centímetros del Precipicio; detrás no les esperaba nada más que aire. Lo único que les quedaba era coraje.

—?Tenemos que estar sincronizados! —gritó Minho, casi ahogado por los ruidos ensordecedores de los pinchos retumbantes que rodaban por la piedra—. ?A mi se?al!

Por qué los laceradores se habían puesto en fila india era un misterio. A lo mejor el Laberinto era demasiado estrecho y se les hacía incómodo moverse unos al lado de otros, así que avanzaban rodando uno tras otro por el pasillo de piedra, chasqueando y gimiendo, listos para matar. Los diez metros se convirtieron en apenas cinco y los monstruos ya estaban a tan sólo segundos de chocar contra los chicos que les estaban esperando.

—Preparado —dijo Minho con firmeza—. Aún no… aún no…

Thomas odió cada milésima de segundo de aquella espera. Sólo quería cerrar los ojos y no volver a ver ningún lacerador jamás.

—?Ahora! —gritó Minho.

Justo cuando el brazo del primer lacerador se extendió para pincharles, Minho y Thomas salieron en direcciones opuestas, cada uno hacia una de las paredes externas del pasillo. Aquella táctica había funcionado antes cuando Thomas la había aplicado y, a juzgar por el horrible aullido que se escapó del primer lacerador, había vuelto a funcionar. El monstruo salió volando por el borde del Precipicio. Curiosamente, su grito de guerra se cortó de golpe en vez de ir perdiendo intensidad, como si cayera en picado a las profundidades de lo desconocido.

Thomas fue a parar contra la pared y se dio la vuelta justo a tiempo de ver cómo la segunda criatura caía por el borde, incapaz de detenerse. La tercera plantó en la piedra un fuerte brazo con pinchos, pero iba a demasiada velocidad. El ruido chirriante de los pinchos cortando el suelo hizo que a Thomas le recorriera un escalofrío la espalda, aunque un segundo más tarde el lacerador cayó al abismo.

Como el anterior, ninguno de los dos emitió ningún sonido al descender.

La cuarta y última criatura en acercarse pudo parar a tiempo, tambaleándose en el mismo borde del precipicio mientras un pincho y una garra la sujetaban.

Thomas supo qué hacer por instinto. Miró a Minho, le hizo un gesto y se dio la vuelta. Los dos corrieron hacia el lacerador, saltaron contra la criatura y, en el último segundo, le dieron una patada con todas sus fuerzas para que perdiera el equilibrio. Ambos se coordinaron y enviaron al monstruo que quedaba a una muerte segura.

De inmediato, Thomas se levantó en el borde del abismo y asomó la cabeza para ver la caída de los laceradores. Pero, por increíble que pudiera parecer, habían desaparecido; ni siquiera quedaba un rastro de ellos en el vacío que se extendía debajo. Nada.

Su mente no pudo procesar la idea de adónde iba a parar el Precipicio o qué les había ocurrido a las terribles criaturas. La poca fuerza que le quedaba desapareció y Thomas se acurrucó hasta hacerse un ovillo en el suelo.

Entonces, al final, rompió a llorar.





Capítulo 22