El Corredor Del Laberinto (The Maze Runner #1)

—?El Trullo? ?A qué te refieres?

—El Trullo es nuestra cárcel. Está en la parte norte de la Hacienda —Chuck se?aló en aquella dirección—. Le metieron tan rápido que los mediqueros tuvieron que curarle allí dentro.

Thomas se frotó los ojos. La culpa le consumió cuando se dio cuenta de cómo se había sentido antes en realidad. Había sentido alivio porque Ben estaba muerto, porque ya no tendría que preocuparse de si volvía a toparse con él.

—?Y qué van a hacer con él?

—Los guardianes ya han tenido una Reunión esta ma?ana y, por lo que parece, la decisión fue unánime. Creo que al final Ben va a desear que la flecha le hubiera atravesado el fuco cerebro.

Thomas entrecerró los ojos, confundido por lo que Chuck había dicho.

—?De qué estás hablando?

—Le van desterrar. Esta noche, por intentar matarte.

—?A desterrar? ?Qué significa eso? —preguntó Thomas, aunque sabía que no podía ser bueno si Chuck pensaba que era peor que estar muerto.

Y entonces, Thomas vio lo que tal vez fue lo más perturbador desde que había llegado al Claro: Chuck no respondió, sólo sonrió. Sonrió, a pesar de todo, a pesar de lo siniestro que sonaba lo que acaba de anunciar. Luego se dio la vuelta y echó a correr, quizá para contarle a alguien más la emocionante noticia.

Aquella noche, Alby y Newt reunieron hasta al último clariano en la Puerta Este una media hora antes de que se cerrara, cuando las primeras sombras del ocaso empezaban a deslizarse por el cielo. Los corredores acababan de regresar y entraban en la misteriosa Sala de Mapas, haciendo un gran estruendo al cerrar la puerta; Minho ya había entrado antes. Alby les dijo a los corredores que se dieran prisa con sus asuntos, puesto que quería tenerlos fuera en veinte minutos.

A Thomas todavía le molestaba cómo había sonreído Chuck al contarle la noticia de que a Ben lo iban a desterrar. Aunque no sabía lo que significaba exactamente, estaba seguro de que nada bueno. Sobre todo, al estar todos tan cerca del Laberinto.

??Van a sacarle ahí fuera? —se preguntó—. ?Con los laceradores??.

Los demás clarianos hablaban entre murmullos y una intensa sensación de horrible expectativa se extendía como una espesa niebla sobre sus cabezas. Pero Thomas no dijo nada; siguió allí cruzado de brazos, a la espera de que empezara el espectáculo. Se quedó en silencio hasta que los corredores por fin salieron de su edificio, todos con aspecto de agotados y con caras preocupadas y pensativas. Minho había sido el primero en salir, lo que hizo que Thomas se preguntara si sería el guardián de los corredores.

—?Traedle! —gritó Alby, y Thomas, sobresaltado, se apartó de sus pensamientos.

Los brazos le cayeron a los lados al darse la vuelta y buscar en el Claro alguna se?al de Ben; el miedo iba creciendo en su interior mientras se preguntaba lo que le haría el chico cuando le viera.

Por el punto más alejado de la Hacienda aparecieron tres muchachos, arrastrando literalmente a Ben por el suelo. Tenía la ropa hecha jirones, apenas se le aguantaba encima, y un grueso vendaje ensangrentado le tapaba la mitad de la cabeza y la cara. Bien porque se negaba a caminar por sí mismo o bien porque no quería colaborar de ningún modo en el avance, parecía tan muerto como la última vez que Thomas le había visto. Salvo por una cosa: tenía los ojos abiertos de par en par, llenos de terror.

—Newt —dijo Alby en voz muy baja; Thomas no le habría oído si no hubiese estado a tan sólo unos pasos de distancia—, saca la pértiga.

Newt asintió ya de camino a un peque?o cobertizo que usaban para los Huertos; sin duda, había estado esperando su orden.

Thomas volvió a centrarse en Ben y los guardias. El pálido y desgraciado muchacho seguía sin hacer ningún esfuerzo por resistirse, les dejaba que le arrastraran por el polvoriento suelo de piedra del patio. Cuando llegaron a la multitud, pusieron a Ben de pie delante de Alby, su líder, y este bajó la cabeza para no mirar a nadie a los ojos.

—Tú te lo has buscado, Ben —afirmó Alby.

Luego negó con la cabeza y miró hacia la choza a la que Newt había ido. Thomas siguió su mirada justo a tiempo de ver a Newt saliendo por la puerta inclinada. Estaba sujetando varias barras de aluminio que conectó por los extremos para hacer una vara de al menos seis metros de largo. Cuando terminó, puso algo con una forma extra?a en una de las puntas y arrastró aquella cosa hasta el grupo. Un escalofrío subió por la espalda de Thomas al oír el chirrido metálico de la barra sobre el suelo de piedra mientras Newt caminaba.