El Corredor Del Laberinto (The Maze Runner #1)

Winston le dijo que podía seguir solo, que él estaría por la Casa de la Sangre, lo que a Thomas le pareció bien. Pero, mientras caminaba hacia la Puerta Este, no pudo evitar imaginarse a Winston en un rincón oscuro del establo royendo unos pies de cerdo crudos. Aquel tío le ponía los pelos de punta.

Thomas estaba pasando por la Caja cuando le sorprendió ver que alguien salía del Laberinto para meterse en el Claro, por la Puerta Oeste, a su izquierda. Un chico asiático de brazos fuertes, con el pelo corto y negro, que parecía un poco mayor que Thomas. El corredor se paró tras dar tres pasos, luego se inclinó y puso las manos en sus rodillas, jadeando mientras recuperaba el aliento. Parecía como si acabara de correr treinta kilómetros; tenía la cara roja, la piel sudada y la ropa empapada.

Thomas se quedó mirándole fijamente, dominado por la curiosidad. Todavía no había visto a un corredor de cerca y tampoco había hablado con ninguno. Además, según los últimos dos días, el corredor había regresado a casa horas antes. Thomas avanzó, impaciente por encontrarse con él y hacerle preguntas.

Pero, antes de que pudiera formular una frase, el chico se desplomó en el suelo.





Capítulo 12


Thomas no se movió durante unos segundos. El chico yacía en el suelo sin apenas moverse, pero Thomas estaba paralizado por la indecisión; temía involucrarse. ?Y si a aquel tío le pasaba algo muy malo? ?Y si le habían… picado? ?Y si…?

Thomas reaccionó; era evidente que el corredor necesitaba ayuda.

—?Alby! —gritó—. ?Newt! ?Que alguien vaya a buscarlos!

Corrió hasta el chico mayor y se arrodilló junto a él.

—Oye, ?estás bien?

La cabeza del corredor descansaba sobre sus brazos extendidos mientras resollaba y el pecho se le movía por el esfuerzo. Estaba consciente, pero Thomas nunca había visto a nadie tan agotado.

—Estoy… bien —dijo entre jadeos, y luego alzó la vista—. ?Quién clonc eres tú?

—Soy nuevo —de repente, se acordó de que los corredores salían al Laberinto durante el día y no habían presenciado ninguno de los recientes acontecimientos. ?Sabría lo de la chica? Probablemente, seguro que alguien se lo había contado—. Soy Thomas. Llevo aquí sólo un par de días.

El corredor se incorporó hasta quedar sentado, con su pelo negro pegado al cráneo por el sudor.

—Ah, sí, Thomas —resopló—. El novato. Tú y la chica.

Alby se acercó trotando, claramente disgustado.

—?Qué haces ya de vuelta, Minho? ?Qué ha pasado?

—No te sulfures, Alby —contestó el corredor, que parecía recuperar las fuerzas por segundos—. Anda, haz el favor de traerme un poco de agua… Se me cayó la mochila ahí fuera, no sé dónde.

Pero Alby no se movió. Le dio una patada a Minho en la pierna, demasiado fuerte para ser en broma.

—?Qué ha pasado?

—?Casi no puedo hablar, cara fuco! —gritó Minho con voz ronca—. ?Tráeme un poco de agua!

Alby examinó a Thomas, que se asombró de ver cómo el rastro de una sonrisa le cruzaba la cara antes de que desapareciera para fruncir el entrecejo.

—Minho es el único pingajo que puede hablarme así sin que le tire de una patada al Precipicio.

Entonces se dio la vuelta y echó a correr, supuestamente para ir en busca de agua para Minho, lo que sorprendió a Thomas aún más.

Thomas se volvió hacia Minho.

—?Te deja que le des órdenes?

Minho se encogió de hombros y luego se limpió unas gotas frescas de sudor en la frente.

—?Le tienes miedo a ese don nadie? Tío, te queda mucho por aprender. Putos novatos.

La reprimenda le dolió a Thomas más de lo que debería, teniendo en cuenta que había conocido a aquel tío hacía tan sólo tres minutos.

—?No es el líder?

—?El líder? —Minho soltó un gru?ido que seguramente se suponía que era una risotada—. Sí, tú llámale líder todo lo que quieras. Quizá deberíamos llamarle el presidente. No, no, almirante Alby. Eso —se restregó los ojos mientras se reía por lo bajo.

Thomas no supo qué conclusiones sacar de la conversación. Era difícil saber cuándo Minho estaba o no de broma.

—Y, entonces, ?quién es el líder?

—Verducho, mejor cállate antes de que te confundas aún más —Minho suspiró como si estuviera aburrido y, luego, masculló casi para sí mismo—: ?Por qué los pingajos como tú siempre venís aquí haciendo preguntas estúpidas? Me da una rabia…

—?Qué esperas que hagamos? —Thomas notó que se ponía rojo del enfado. ?Como si tú hubieras actuado diferente cuando llegaste aquí?, quería decir.

—Que hagáis lo que os digan y mantengáis la boca cerrada. Eso es lo que espero.

Tras aquella última frase, Minho le miró por primera vez a la cara y, al instante, Thomas se echó unos centímetros atrás, antes de poder detenerse. Inmediatamente, se dio cuenta de que acababa de cometer un error: no podía permitir que aquel chico pensara que podía hablarle de esa manera.

Volvió a incorporarse sobre sus rodillas de modo que ahora le miraba desde arriba.

—Sí, seguro que eso fue lo que tú hiciste cuando eras un novato.