El Corredor Del Laberinto (The Maze Runner #1)

—Ben —dijo Thomas, intentando encontrarle sentido a todo aquello—, no soy… Ni siquiera sé qué…


Ben dio un grito ahogado de locura y saltó en el aire, agitando el cuchillo.

—?Tres! —gritó Alby.

Se oyó el sonido del alambre al moverse, el zumbido de un objeto cortando el aire y el desagradable ruido húmedo al encontrar su objetivo. La cabeza de Ben giró con violencia hacia la izquierda y su cuerpo se retorció hasta que cayó sobre su estómago, con los pies apuntando a Thomas. No hizo ningún ruido.

Thomas se puso de pie de un salto y avanzó a trompicones. La larga saeta de la flecha estaba clavada en la mejilla de Ben y había menos sangre de lo que Thomas hubiese esperado, pero salía igualmente. Era negra en la oscuridad, como petróleo. Sólo se movió el dedo me?ique de Ben, que se retorció. A Thomas le entraron ganas de vomitar. ?Ben había muerto por él? ?Era culpa suya?

—Vamos —ordenó Alby—. Los embolsadores se ocuparán de él ma?ana.

??Qué acaba de pasar aquí? —pensó Thomas, con el mundo inclinándose a su alrededor mientras contemplaba el cuerpo sin vida—. ?Qué le había hecho yo a este chaval??.

Alzó la vista, queriendo respuestas, pero Alby ya se había marchado y una rama temblorosa era la única se?al de que había estado allí.



? ? ?





Thomas apretó los ojos por la luz cegadora del sol al salir del bosque. Estaba cojeando, el tobillo le dolía muchísimo, aunque no recordaba habérselo lastimado. Llevó una mano con cuidado a la zona donde le habían mordido y con la otra se agarró el estómago como si aquello fuera a impedirle vomitar, lo que ahora creía inevitable. La imagen de la cabeza de Ben le vino a la memoria, ladeada de forma antinatural, la sangre bajando por la flecha hasta acumularla, goteando, salpicando el suelo…

Aquella imagen ya había sido el colmo. Se cayó de rodillas junto a uno de los esmirriados árboles de los alrededores del bosque y vomitó, haciendo arcadas mientras tosía y sacaba el último resto de la asquerosa bilis ácida que le quedaba en el estómago. Le temblaba todo el cuerpo y parecía que los vómitos no iban a cesar nunca.

Y entonces, como si su cerebro se burlase de él para empeorar las cosas, tuvo una idea. Llevaba en el Claro aproximadamente veinticuatro horas. Un día entero. Nada más y nada menos. ?Y todo lo que había sucedido! Qué montón de cosas horribles.

Ahora seguro que sólo podía ir a mejor.



? ? ?





Aquella noche, Thomas estaba tumbado, contemplando el cielo brillante, preguntándose si volvería a dormir alguna vez. En cuanto cerraba los ojos, le venía a la cabeza la imagen monstruosa de Ben saltando sobre él, con la locura reflejada en el rostro. Tanto si abría los ojos como si no, podía jurar que seguía oyendo el sonido húmedo de la flecha atravesando la mejilla de Ben.

Thomas sabía que nunca olvidaría aquellos minutos sobrecogedores en el cementerio.

—Di algo —dijo Chuck por quinta vez desde que habían colocado sus sacos de dormir.

—No —contestó Thomas, igual que había dicho antes.

—Todo el mundo sabe lo que ha pasado. Ya ha sucedido antes una o dos veces. A un pingajo al que ha picado un lacerador se le va la olla y ataca a alguien. No te creas especial.

Por primera vez, Thomas pensó que la personalidad de Chuck había pasado de ligeramente irritante a insufrible.

—Chuck, alégrate de que ahora mismo no tenga el arco de Alby.

—Sólo estoy…

—Cállate, Chuck. Vete a dormir.

Thomas no podía con aquello en esos momentos.

Por fin, su amigo se quedó dormido y también todos los demás, según el murmullo de ronquidos que se oía en el Claro. Unas horas más tarde, bien entrada la noche, Thomas seguía siendo el único que estaba despierto. Quería llorar, pero no lo hizo. Quería encontrar a Alby y darle un pu?etazo, sin ninguna razón en especial, pero no lo hizo. Quería gritar, dar patadas, escupir, abrir la Caja y saltar a la oscuridad que había debajo. Pero no lo hizo.

Cerró los ojos e intentó alejar aquellos pensamientos y las oscuras imágenes de su cabeza, y en algún momento se quedó dormido.



? ? ?





Por la ma?ana, Chuck tuvo que sacar a rastras a Thomas de su saco de dormir, llevarlo a las duchas y arrastrarle hasta los vestidores.

Todo el rato estuvo desanimado e indiferente, le dolía la cabeza y su cuerpo quería dormir más. El desayuno fue borroso, y una hora después de acabar ya no se acordaba de lo que había comido. Estaba tan cansado que notaba el cerebro como si alguien se lo hubiese grapado al cráneo por un montón de sitios. El ardor de estómago le subía hasta el pecho.