El Corredor Del Laberinto (The Maze Runner #1)

Como le habían interrumpido la visita, decidió ir a dar un paseo a solas por el Claro para echar un vistazo y conocer el sitio. Se dirigió a la esquina noreste, hacia unas grandes filas de altos tallos verdes de maíz que parecían estar listos para la cosecha. También había otras cosas: tomates, lechugas, guisantes y mucho más que Thomas no sabía identificar.

Respiró hondo y le encantó el aroma fresco a tierra y a plantas en crecimiento. Estaba casi seguro de que aquel olor le traería algún tipo de recuerdo agradable, pero no fue así. A medida que se acercaba, vio a varios chicos arrancando las malas hierbas y recogiendo las frutas en los campos peque?os. Uno de ellos le saludó con la mano y una sonrisa. Una sonrisa de verdad.

?A lo mejor este sitio no es tan malo, después de todo —pensó Thomas—. Puede que no todos los que viven aquí sean estúpidos?.

Volvió a respirar hondo para disfrutar de aquel aire tan agradable y se apartó de sus pensamientos. Había más cosas que quería ver.

Al lado estaba el rincón sureste, donde unas vallas de madera mal hechas guardaban vacas, cabras, ovejas y cerdos. Aunque no había caballos.

?Menudo rollo —pensó Thomas—. Unos jinetes serían mucho más rápidos que los corredores?.

Al acercarse, supuso que en su vida anterior al Claro tuvo que tratar con animales. Su olor y sus sonidos le resultaban muy familiares.

El olor no era tan agradable como el de los cultivos, pero, aun así, imaginó que podía haber sido mucho peor. Mientras exploraba la zona, se fue dando cuenta de lo bien que cuidaban los clarianos aquel lugar, de lo limpio que estaba. Le impresionaba por lo organizados que debían de estar, lo duro que debían de trabajar todos. Y se imaginó lo horroroso que podría llegar a ser un sitio como aquel si todo el mundo fuera vago y estúpido.

Finalmente, fue hacia la parte suroeste, cerca del bosque.

Se estaba acercando a los árboles pelados y esqueléticos que había enfrente del bosque más frondoso, cuando le sobresaltó algo que se movió a sus pies, seguido de un traqueteo rápido. Bajó la vista justo a tiempo de ver el sol reflejado en algo metálico —una rata de juguete— que pasaba delante de él correteando hacia el bosquecillo. La cosa estaba a unos tres metros cuando advirtió que no era una rata.

Se parecía más a un lagarto, con al menos seis patas que salían de aquel largo torso plateado.

Era una cuchilla escarabajo. Alby había dicho que era así cómo les observaban.

Captó el reflejo de una luz roja que recorría el suelo delante de la criatura como si saliera de sus ojos. Por lógica, tenía que ser la mente, que le estaba jugando una mala pasada, pero habría jurado ver la palabra ?CRUEL? garabateada en su redonda espalda, escrita con grandes letras verdes. Tenía que investigar aquella cosa tan rara.

Thomas echó a correr detrás del espía, que salió disparado, y en cuestión de segundos entró en la espesa arboleda y el mundo se sumió en tinieblas.





Capítulo 10


No podía creerse lo rápido que desaparecía la luz. Desde el Claro propiamente dicho, el bosque no parecía tan grande; quizás ocupaba una hectárea. Sin embargo, los árboles eran altos, tenían troncos robustos, estaban muy juntos y las hojas cubrían el cielo. El aire a su alrededor tenía un tono verdoso apagado, como si a aquel día sólo le quedaran unos minutos de atardecer. De algún modo, era hermoso y escalofriante a la vez.

Thomas se movía todo lo rápido que podía, chocaba contra el denso follaje mientras las delgadas ramas le daban en el rostro. Se agachó para esquivar una que colgaba y estuvo a punto de caerse. Se agarró a otra rama y se balanceó hacia delante para recuperar el equilibrio. Un tupido lecho de hojas y ramitas caídas crujió bajo sus pies.

Sus ojos permanecieron en todo momento clavados en la cuchilla escarabajo que correteaba por el suelo del bosque. Cuanto más se adentraba en la espesura, con más intensidad brillaba su luz roja conforme se oscurecían los alrededores.

Thomas se había adentrado unos diez o doce metros en el bosque, esquivando y agachándose, perdiendo terreno a cada segundo, cuando la cuchilla escarabajo saltó a un árbol especialmente grande y subió a toda prisa por el tronco. Pero, cuando Thomas llegó allí, ya no había ni rastro de la criatura. Había desaparecido entre el follaje, casi como si nunca hubiera existido.

Había perdido a la cabrona.

—Foder —susurró Thomas, casi como si lo dijera en broma.

Casi. Aunque pareciese raro, aquella palabra le resultaba natural en los labios, como si se estuviera transformando en un clariano.

Una ramita se partió en algún sitio a su derecha y él giró la cabeza en aquella dirección. Contuvo la respiración para escuchar. Se oyó otro chasquido, esta vez más alto, igual que si alguien hubiera roto un palo en su rodilla.