El Corredor Del Laberinto (The Maze Runner #1)

Daba la impresión de que no se creía una palabra de lo que Thomas le decía. Casi parecía enfadado.

??Por qué se le ha ocurrido que tengo algo que ver con esto??, pensó. Miró tranquilo a los ojos llenos de ira de Alby y contestó del único modo que sabía: —Sí. ?Por qué?

—?Fo?o! —refunfu?ó Alby mientras miraba a la chica—. No puede ser una coincidencia. Dos días, dos verduchos, uno vivo y otro muerto.

Entonces las palabras de Alby comenzaron a tener sentido y el pánico se apoderó de Thomas.

—No creerás que yo… —ni siquiera pudo terminar la frase.

—Corta, verducho —intervino Newt—. No estamos diciendo que hayas matado a la pu?etera chica.

A Thomas la cabeza le daba vueltas. Estaba seguro de que nunca la había visto antes, pero entonces le surgió una ligera duda.

—Os juro que no me resulta nada familiar —insistió de todos modos. Ya había tenido suficientes acusaciones.

—?Estás…?

De pronto, antes de que Newt pudiera acabar, la chica se sentó. Mientras respiraba hondo, sus ojos se abrieron de golpe y parpadeó, mirando a la multitud que la rodeaba. Alby soltó un chillido y se cayó hacia atrás. Newt dio un grito ahogado y un salto para apartarse de ella a trompicones. Thomas no se movió; siguió con la vista clavada en la joven, paralizado por el miedo.

Sus brillantes ojos azules se movían arriba y abajo a la vez que respiraba hondo. Los rosados labios le temblaban mientras no paraba de farfullar algo indescifrable. Entonces, dijo una frase con una voz apagada e intranquila, pero clara: —Todo va a cambiar.

Thomas permaneció mirando fijamente, asombrado, mientras los ojos de la joven se ponían en blanco y se caía de espaldas al suelo. Su pu?o derecho salió disparado al aire, rígido, después de que ella se quedara en silencio, apuntando hacia el cielo. Tenía asido un trozo de papel enrollado.

Thomas intentó tragar saliva, pero tenía la boca demasiado seca. Newt se acercó corriendo y le separó los dedos para coger el papel. Con las manos temblorosas, lo desplegó; luego se dejó caer de rodillas y estiró la nota sobre el suelo. Thomas se colocó a su lado para echar un vistazo.

Garabateadas en el papel, con letras negras y gruesas, había siete palabras: Ella es la última.

No llegarán más.





Capítulo 9


Un extra?o instante de completo silencio se cernió sobre el Claro. Fue como si un viento sobrenatural hubiera barrido el sitio y se hubiera llevado consigo todo el sonido. Newt había leído el mensaje en voz alta para los que no podían ver el papel, pero, en vez de estallar la confusión, todos los clarianos se quedaron sin habla.

Thomas esperaba gritos y preguntas, discusiones. Pero nadie dijo ni una palabra. Todos los ojos estaban fijos en la chica, que ahora se encontraba allí tumbada como dormida, con el pecho subiendo y bajando por su suave respiración. Al contrario de lo que habían pensado al principio, estaba muy viva.

Newt se puso de pie y Thomas esperó una explicación, una voz de la razón, una presencia tranquilizante. Pero lo único que hizo fue estrujar la nota en su pu?o; las venas se le hincharon bajo la piel mientras la apretaba. A Thomas se le cayó el alma a los pies. No sabía por qué, pero aquella situación le inquietaba muchísimo.

Alby ahuecó las manos alrededor de la boca:

—?Mediqueros!

Thomas se preguntó qué significaría aquella palabra; sabía que la había oído antes. Entonces le apartaron con un golpe brusco. Dos chicos mayores se abrieron paso entre la multitud. Uno era alto, con el pelo cortado al ras y una nariz del tama?o de un limón gordo. El otro era bajo y unas canas le cubrían ya las sienes. Thomas esperaba que le dieran un poco de sentido a todo aquello.

—?Y qué hacemos con ella? —preguntó el más alto con una voz mucho más aguda de lo que Thomas esperaba.

—Y yo qué sé —respondió Alby—. Vosotros dos sois los mediqueros; averiguadlo.

?Los mediqueros —repitió Thomas en su cabeza, y una luz se apagó— deben de ser lo más parecido que tienen a los médicos?.

El bajo ya estaba en el suelo, arrodillado junto a la chica, tomándole el pulso, inclinado para escucharle el latido del corazón.

—?Quién iba a decir que Clint iba a ser el primero en montárselo con ella? —gritó alguien entre el gentío y se oyeron varias carcajadas—. ?Yo soy el siguiente!

??Cómo pueden bromear? —pensó Thomas—. La chica está medio muerta?. Se le revolvió todo por dentro.

Alby entrecerró los ojos y su boca esbozó una sonrisa apretada que no parecía tener nada que ver con el humor.

—Si alguien toca a esta chica —dijo—, pasará la noche durmiendo con los laceradores en el Laberinto. Está prohibido, no preguntéis —hizo una pausa y se dio la vuelta describiendo un lento círculo, como si quisiera que cada uno de ellos le viera la cara—. ?Más vale que no la toque nadie! ?Nadie!

Fue la primera vez que a Thomas le gustó oír algo de lo que salía de la boca de Alby.