El Corredor Del Laberinto (The Maze Runner #1)

—?Quién demo…?

El chico salió de entre los árboles antes de que Thomas pudiera acabar la frase. Sólo vio una piel pálida y unos ojos enormes, la imagen espeluznante de una aparición; gritó, intentó correr, pero era demasiado tarde. La figura saltó en el aire y se abalanzó sobre él. Le golpeó en los hombros y unas manos fuertes le agarraron. Thomas se cayó al suelo y notó cómo una lápida se le clavaba en la espalda antes de partirse en dos y ara?arle profundamente la piel.

Empujó y le dio manotazos a su atacante, un implacable revoltijo de piel y huesos que brincaba sobre Thomas mientras trataba de hacerse con él. Parecía un monstruo sacado de una pesadilla, pero sabía que tenía que ser un clariano, alguien que había perdido totalmente la cabeza. Oyó unos dientes entrechocando, una mandíbula que se abría y cerraba con un espantoso clac, clac, clac. Entonces notó una irritante punzada de dolor cuando la boca del chico entró en contacto con el hombro de Thomas y le mordió profundamente.

Thomas gritó y sintió el dolor como una oleada de adrenalina en la sangre. Plantó las palmas de las manos contra el pecho del atacante y empujó, estirando los brazos y forzando los músculos contra la figura que luchaba encima de él. Al final, el muchacho cayó hacia atrás y se oyó un fuerte chasquido en el aire cuando otra lápida encontró su fin.

Thomas se escabulló sobre las manos y los pies, intentando recuperar el aliento, y por primera vez vio bien a su atacante enloquecido. Era el chico enfermo.

Era Ben.





Capítulo 11


Parecía que Ben se había recuperado sólo un poco desde que Thomas le había visto en la Hacienda. No llevaba más que unos pantalones cortos, y su piel, más blanca que el papel, se extendía por sus huesos como una sábana bien envuelta alrededor de un montón de palos. Unas venas como cuerdas le recorrían el cuerpo y latían, verdes, pero menos marcadas que el día anterior. Sus ojos inyectados en sangre se clavaron en Thomas como si estuvieran viendo su próxima comida.

Ben se agachó, listo para saltar y comenzar otro ataque. En algún momento había aparecido un cuchillo, que agarraba con la mano derecha. A Thomas le embargó una sensación de mareo y miedo; no se acababa de creer que aquello estuviese ocurriendo de verdad.

—?Ben!

Thomas miró hacia el sitio de donde procedía la voz y se sorprendió al ver a Alby en el límite del cementerio, como un mero fantasma bajo aquella luz tenue. El alivio inundó el cuerpo de Thomas. Alby sostenía un gran arco con una flecha lista para matar, apuntando directa a Ben.

—Ben —repitió Alby—, para ya o no llegarás a ma?ana.

Thomas volvió a mirar a Ben, que tenía la vista clavada en Alby con fiereza y se pasaba rápidamente la lengua por los labios para humedecerlos. ??Qué le pasa a ese chaval??, se preguntó Thomas. El muchacho se había convertido en un monstruo. ?Por qué?

—Si me matas —chilló Ben, escupiendo saliva por la boca, lo bastante lejos para no salpicarle a Thomas en la cara—, te habrás equivocado de tío —volvió a clavar los ojos en Thomas—, él es el pingajo al que quieres matar —tenía la voz dominada por la locura.

—No seas tonto, Ben —dijo Alby con voz calmada mientras continuaba apuntándole con la flecha—. Thomas acaba de llegar, no tienes por qué preocuparte. Todavía estás molesto por el Cambio. No deberías haberte movido de la cama.

—?No es uno de nosotros! —gritó Ben—. Le he visto. Es… es malo. ?Tenemos que matarlo! ?Déjame que le destripe!

Thomas retrocedió un paso involuntariamente, horrorizado por lo que Ben había dicho. ?Qué quería decir con que le había visto? ?Por qué pensaba que Thomas era malo?

Alby no había movido su arma ni un centímetro y aún seguía apuntando a Ben.

—Eso ya lo averiguaremos los guardianes y yo, cara fuco —sujetaba el arco con firmeza, casi como si lo tuviera apoyado en una rama para aguantarlo—. Ahora devuelve tu esquelético culo a la Hacienda.

—él querrá llevarnos de vuelta a casa —dijo Ben—. Querrá sacarnos del Laberinto. ?Será mejor que nos tiremos todos por el Precipicio! ?Será mejor que nos saquemos las tripas los unos a los otros!

—?De qué estás hablando…? —empezó a decir Thomas.

—?Cállate la boca! —gritó Ben—. ?Asqueroso traidor!

—Ben —intervino Alby, tranquilo—, voy a contar hasta tres.

—Es malo, es malo, es malo… —susurraba ahora Ben, en casi un canturreo. Se balanceaba adelante y atrás, cambiando el cuchillo de una mano a otra, con los ojos fijos en Thomas.

—Uno.

—Malo, malo, malo, malo, malo…

Ben sonrió y sus dientes parecieron brillar, verdosos bajo aquella luz pálida. Thomas quiso apartar la mirada, marcharse de allí, pero no pudo moverse; estaba demasiado absorto, demasiado asustado.

—Dos —Alby alzó la voz a modo de advertencia.