El Corredor Del Laberinto (The Maze Runner #1)

—Ahora, ponte tú a la cabeza —le oyó decir.

Minho hizo un gesto de asentimiento y corrió para ponerse al frente y guiar a los clarianos por todos los giros necesarios. Para Thomas, cada paso que daba era terrible. El valor que había conseguido reunir se había transformado en terror y no dejaba de preguntarse cuándo empezarían a perseguirles los laceradores. Cuándo comenzaría la batalla.

Y así siguió mientras continuaron avanzando. Los clarianos que no estaban acostumbrados a correr tales distancias jadeaban con grandes bocanadas de aire. Pero ninguno se rindió. Continuaron corriendo, sin rastro de los laceradores. Y conforme el tiempo pasaba, Thomas permitió que un hilito de esperanza entrara en su organismo, pues quizá llegaran antes de que les atacaran. Quizá.

Finalmente, después de la hora más larga de la vida de Thomas, siguieron por el largo callejón que daba al último giro antes del Precipicio, un corto pasillo a la derecha que se bifurcaba en forma de T. Thomas, con el corazón latiéndole con fuerza y el sudor resbalándole por la piel, se había colocado justo detrás de Minho y tenía a Teresa a su lado. Minho aminoró el paso en la esquina, luego se paró y levantó una mano para decirles a Thomas y a los demás que hicieran lo mismo. Después, se dio la vuelta con una expresión de horror en el rostro.

—?Oís eso? —susurró.

Thomas negó con la cabeza, tratando de eliminar el terror que le había transmitido la cara de Minho. Minho avanzó sigilosamente y se asomó por el borde de piedra para echar un vistazo al Precipicio. Thomas ya le había visto hacer aquello antes, cuando siguieron a un lacerador hasta aquel mismo sitio. Igual que la otra vez, Minho retrocedió bruscamente y se volvió hacia él.

—Oh, no —dijo el guardián con un gemido—. Oh, no.

Entonces Thomas lo oyó. Los sonidos de los laceradores. Era como si hubieran estado escondidos, esperando, y ahora hubiesen vuelto a la vida. Ni siquiera tuvo que mirar; sabía lo que Minho iba a decir antes de que lo dijera:

—Hay, como mínimo, una docena. Tal vez, quince —se frotó los ojos con las palmas de las manos—. ?Nos están esperando!

Un glacial escalofrío de miedo azotó a Thomas con más fuerza que nunca. Miró a Teresa y estuvo a punto de decirle algo, pero se detuvo cuando vio la expresión de su pálida cara. Nunca había visto que el terror se presentase de forma tan descarnada.

Newt y Alby se habían acercado a la fila de los expectantes clarianos para unirse a Thomas y a los demás. Por lo visto, la declaración de Minho ya se había susurrado entre las filas, porque lo primero que Newt dijo fue:

—Bueno, sabíamos que tendríamos que luchar —pero el temblor de la voz le delató; sólo trataba de decir lo correcto.

Thomas también se sintió así. Había sido muy fácil hablar de la lucha cuando no había nada que perder, de la esperanza de que sólo se llevarían a uno, de la oportunidad de por fin escapar. Y ya había llegado; de hecho, la tenían literalmente a la vuelta de la esquina. Las dudas sobre si podría llevarlo a cabo comenzaron a filtrarse en su mente y su corazón. Se preguntó por qué los laceradores estaban esperándoles; sin duda, las cuchillas escarabajo les habían avisado de que los clarianos se acercaban. ?Estaban disfrutando los creadores con todo aquello?

Se le ocurrió una idea:

—A lo mejor ya se han llevado a un chaval del Claro. A lo mejor podemos pasar a su lado. De lo contrario, ?por qué iban a estar ahí…?

Un fuerte ruido que venía de atrás le interrumpió. Se dio la vuelta y vio más laceradores avanzando por el pasadizo hacia ellos, con los pinchos sacados y los brazos de metal estirados; venían del Claro. Thomas estaba a punto de decir algo cuando oyó unos sonidos que procedían de la otra punta del callejón y vio aún más laceradores. El enemigo estaba por todos lados; los tenían acorralados.

Los clarianos se pegaron a Thomas, formando un grupo apretado, obligándole a salir hacia la intersección abierta donde el pasillo del Precipicio se encontraba con el largo callejón. Vio los laceradores entre ellos y el Precipicio, con los pinchos extendidos y su húmeda piel latiendo. Les esperaban, les observaban. Los otros dos grupos de laceradores se habían acercado y se detuvieron a tan sólo unos pasos de los clarianos, también esperando, observando.

Thomas se dio la vuelta despacio y luchó contra el miedo mientras asimilaba la situación. Estaban rodeados. Ahora no tenían elección, no tenían dónde ir. Sintió una punzada de dolor en los ojos.