El Corredor Del Laberinto (The Maze Runner #1)

—?Recuerdas el cartel que vi en el Laberinto? ?Aquel metálico que tenía grabadas unas palabras?

El corazón de Thomas había empezado a acelerarse por el entusiasmo. Teresa arrugó la frente un segundo por la confusión y, entonces, una luz pareció titilar en sus ojos.

—?Hala! Catástrofe Radical: Unidad de Experimentos Letales. CRUEL. En mi brazo escribí: ?CRUEL es buena?. Y eso ?qué significa?

—No tengo ni idea, y por eso me da un miedo de muerte que lo que estamos a punto de hacer sea una soberana estupidez. Podría ser una carnicería.

—Todos saben en lo que se están metiendo —Teresa le cogió de la mano—. ?Recuerdas? No hay nada que perder.

Thomas se acordó, pero, por algún motivo, las palabras de Teresa cayeron en saco roto, no le dieron esperanzas.

—No hay nada que perder —repitió el chico.





Capítulo 54


Justo antes del momento en que solían cerrarse las puertas, Fritanga preparó la última comida, que les daría fuerzas aquella noche. El ambiente entre los clarianos mientras cenaban no podía haber sido más sombrío o lleno de temor. Thomas estaba sentado al lado de Chuck y, distraídamente, iba picando de su plato.

—Y… Thomas —dijo el chico mientras engullía una gran cucharada de puré de patatas—, ?a mí por qué me pusieron este apodo?

Thomas no pudo evitar sacudir la cabeza. Allí estaban, a punto de embarcarse en probablemente la misión más arriesgada de sus vidas, y Chuck tenía curiosidad por saber de dónde venía su apodo.

—No lo sé. ?Darwin, tal vez? El tío que descubrió lo de la evolución.

—Me apuesto lo que quieras a que nadie le ha llamado ?tío? antes —Chuck se metió otra cucharada en la boca y, por lo visto, creyó que era el mejor momento para hablar, incluso con la boca llena—. ?Sabes?, no estoy tan asustado. Bueno, las últimas noches, sentado en la Hacienda, esperando a que viniera un lacerador y se llevara a uno de nosotros, fue lo peor que había hecho nunca. Pero ahora vamos a por ellos, vamos a intentar algo. Y por lo menos…

—Por lo menos, ?qué? —preguntó Thomas, que no se creía ni por un segundo que Chuck no tuviera miedo; casi le dolía ver cómo se hacía el valiente.

—Bueno, todos hacen conjeturas sobre que sólo pueden matar a uno. Quizá suene como un cara fuco, pero me da esperanza. Como mínimo, la mayoría conseguiremos pasar de esta y sólo morirá un pobre imbécil. Eso es mejor que todos.

A Thomas le ponía enfermo que la gente se aferrara al hecho de que sólo iba a morir una persona. Cuanto más lo pensaba, menos creía que fuera verdad. Los creadores conocían el plan y podían haber reprogramado a los laceradores. Pero hasta las falsas esperanzas eran mejor que nada.

—Quizá todos sobrevivamos. Depende de si todos luchamos.

Chuck dejó por un segundo de meterse comida en la boca y miró a Thomas con detenimiento.

—?Lo dices en serio o sólo para animarme?

—Podemos hacerlo —Thomas comió su último bocado y bebió un buen trago de agua. No se había sentido tan mentiroso en toda su vida. Iba a morir gente. Pero iba a hacer todo lo posible para asegurarse de que Chuck no fuera uno de ellos. Ni tampoco Teresa—. No olvides mi promesa. Aún puedes contar con ella.

Chuck frunció el ce?o.

—?Vaya! No paro de oír que el mundo está como una clonc.

—Eh, tal vez sí, pero encontraremos a las personas que se preocupan por nosotros, ya lo verás.

Chuck se levantó.

—Bueno, no quiero pensar en eso —anunció—. Tú sácame del Laberinto y ya seré un tío feliz.

—Bien —asintió Thomas.

Un alboroto que provenía de las otras mesas atrajo su atención. Newt y Alby estaban reuniendo a los clarianos, les decían que había llegado la hora de marcharse. Alby parecía casi él mismo, pero Thomas aún estaba preocupado por el estado mental del chico. En su mente, Newt estaba al mando, pero este a veces también podía ser un peligro.

El miedo glacial y el pánico que Thomas había vivido con tanta frecuencia aquellos últimos días le azotaron de nuevo con todas sus fuerzas. Ya estaba. Se iban. Trató de no pensar en ello, sólo actuar, y cogió su mochila. Chuck hizo lo mismo y se dirigieron hacia la Puerta Oeste, la que daba al Precipicio.

Thomas se encontró a Minho y a Teresa hablando cerca de la parte izquierda de la puerta, repasando los planes ideados a toda prisa para introducir el código de escape una vez que entraran en el Agujero.

—?Estáis preparados, pingajos? —inquirió Minho cuando se acercaron—. Thomas, esto fue idea tuya, así que será mejor que funcione. Si no, te mataré antes de que lo hagan los laceradores.

—Gracias —contestó Thomas, pero no pudo quitarse el retortijón de sus tripas. ?Y si se había equivocado? ?Y si los recuerdos que le habían venido a la mente eran falsos? ?Y si se los habían implantado de algún modo? Aquella idea le aterrorizó y la apartó de su mente. No había vuelta atrás.

Miró a Teresa, que cambió los pies de posición y se retorció las manos.