El Corredor Del Laberinto (The Maze Runner #1)

—?Hala! —gritó Chuck, y salió un poco del ni?o que había sido antes.

—Tienes razón, ?hala! —dijo Thomas—. Te toca —antes de que el chico se pusiera a discutir, Thomas le cogió por debajo de los brazos y apretó el torso de Chuck—. Empuja con las piernas, yo te impulsaré. ?Preparado? ?Uno, dos…, tres! —gru?ó por el esfuerzo y le levantó hacia el Agujero.

Chuck gritó mientras volaba por el aire y casi perdió el objetivo, pero sus pies entraron; luego, su estómago y sus brazos rozaron los laterales del hueco invisible antes de que el ni?o desapareciera en su interior. La valentía de aquel muchacho solidificó algo en el corazón de Thomas. Quería a Chuck. Le quería igual que si fueran hermanos.

Thomas se ajustó la mochila y sujetó bien fuerte con la mano derecha la lanza improvisada para la lucha. Los sonidos detrás de él eran horribles, espantosos. Se sentía culpable por no ayudar.

?Cumple con tu parte?, se dijo a sí mismo.

Se armó de valor, dio unos golpecitos con la lanza en el suelo de piedra, plantó el pie izquierdo en el borde del Precipicio y saltó, catapultándose hacia el cielo crepuscular. Se pegó la lanza al torso, flexionó los dedos de los pies hacia abajo y tensó el cuerpo.

Luego entró por el Agujero.





Capítulo 57


Un frío glacial atravesó la piel de Thomas al entrar en el Agujero de los Laceradores, comenzando desde los dedos de los pies hasta subirle por todo el cuerpo, como si hubiera saltado a una superficie plana de agua helada. El mundo se hizo aún más oscuro a su alrededor cuando aterrizó en un suelo resbaladizo y, luego, salió disparado, cayéndose hacia atrás, en los brazos de Teresa. Chuck y ella le ayudaron a recuperar el equilibrio. Era un milagro que Thomas no le hubiera sacado un ojo a alguien con su lanza.

El Agujero de los Laceradores habría estado más oscuro que boca de lobo si no hubiese sido por la iluminación de la linterna de Teresa. Mientras Thomas se orientaba, se dio cuenta de que se hallaban en un cilindro de piedra de tres metros de alto. Estaba mojado, cubierto de un aceite brillante y mugriento, y se extendía delante de ellos varios kilómetros hasta desaparecer en la oscuridad. Thomas se asomó por el Agujero a través del que habían entrado. Parecía una ventana cuadrada que daba a un profundo espacio sin estrellas.

—El ordenador está por ahí —dijo Teresa, captando su atención.

Había apuntado con la linterna unos metros túnel abajo a un cuadrado de cristal sucio que brillaba con un color verde apagado. Debajo había incrustado un teclado en la pared que sobresalía lo suficiente para que alguien pudiera usarlo con facilidad aunque estuviese de pie. Allí estaba, listo para que introdujeran el código. Thomas no pudo evitar pensar que era demasiado fácil, demasiado bueno para ser verdad.

—?Teclea las palabras! —gritó Chuck, dándole una palmada a Thomas en el hombro—. ?Rápido!

Thomas le hizo un gesto a Teresa para que lo hiciera ella.

—Chuck y yo nos quedaremos aquí, vigilando para asegurarnos de que ningún lacerador atraviesa el Agujero.

Tan sólo esperaba que los clarianos hubieran dejado de centrarse en crear un espacio para que ellos pasaran y ahora estuvieran alejando a las criaturas del Precipicio.

—Vale —asintió Teresa. Thomas sabía que ella era demasiado inteligente para perder el tiempo discutiendo.

La chica se acercó a la pantalla y, luego, empezó a teclear.

?Espera! —le dijo Thomas en su mente—. ?Estás segura de que sabes las palabras?

Se volvió hacia él con el entrecejo fruncido.

—No soy idiota, Tom. Sí, soy capaz de recordar…

Una fuerte explosión encima y detrás de ellos la interrumpió y sobresaltó a Thomas. Se dio la vuelta y vio un lacerador cayendo por el Agujero, apareciendo como por arte de magia a través del oscuro cuadrado negro. Aquel bicho había retraído los brazos y los pinchos para entrar. Cuando aterrizó con un golpe blando, volvieron a salir un montón de objetos desagradables y afilados, con un aspecto más letal que nunca.

Thomas puso a Chuck detrás de él y se enfrentó a la criatura, agarrando su lanza como si con ella pudiera protegerse.

—?Sigue tecleando, Teresa! —chilló.

Una delgada barra metálica salió de la carne húmeda del lacerador y se desplegó hasta convertirse en un largo apéndice con tres cuchillas giratorias que iban directas a la cara de Thomas.

Agarró el extremo de su lanza con ambas manos y lo apretó con fuerza mientras bajaba hacia el suelo la punta con un cuchillo atado. El brazo de las cuchillas avanzó unos centímetros más, dispuesto a cortarle en trocitos. Cuando estaba a pocos centímetros, Thomas tensó los músculos y levantó la lanza hacia el techo todo lo fuerte que pudo. Dio al brazo de metal y envió aquella cosa hacia el cielo, girando en arco hasta que se hundió en el cuerpo del lacerador. El monstruo pegó un grito de furia y retrocedió varios pasos, con los pinchos retraídos. Thomas resollaba por el esfuerzo.