Temerario I - El Dragón de Su Majestad

 

Le despertó el sol que entraba a raudales por las ventanas de la pared este. El olvidado plato frío le estaba esperando la noche anterior cuando al fin había subido a su dormitorio. Al parecer, Tolly había sido fiel a su palabra. Un par de moscas se habían posado sobre la comida, pero aquello no era nada para un marino. Laurence las había espantado de un manotazo y se había comido hasta las migajas. Sólo pretendía descansar un rato antes de la cena y de darse un ba?o. Se pasó casi un minuto parpadeando y mirando al techo antes de darse cuenta de que se le había hecho tarde.

 

Entonces, se acordó del adiestramiento y se incorporó con urgencia. Se había dormido con la camisa y los pantalones de montar puestos, pero por fortuna tenía una muda de cada, y su chaqueta estaba razonablemente limpia. Tenía que acordarse de encontrar un sastre en la zona al que le pudiera encargar otra. Se debatió un poco al ponérselas sin ayuda de un criado, pero se las arregló y se sintió presentable cuando descendió al fin.

 

La mesa de oficiales de alto rango estaba casi vacía. Granby no se encontraba allí, pero notó el efecto de su presencia en las miradas de soslayo de dos jóvenes que se sentaban juntos en la esquina desocupada de la mesa. Casi en un extremo de la habitación, un hombretón rechoncho de rostro rubicundo, sin chaqueta, comía a buen ritmo un plato lleno de huevos, morcilla y tocino. Laurence, con aire de inseguridad, miró a su alrededor en busca de un aparador.

 

—Buenos días, capitán. ?Café o té? —preguntó Tolly, que estaba pegado a él, sosteniendo una tetera y una cafetera a la altura de su codo.

 

—Café, gracias —contestó Laurence con gratitud. Vació la taza y la extendió para que le sirviera más sin darle tiempo a que se alejara—. ?Nos servimos nosotros mismos? —le preguntó.

 

—No. Ahí viene Lacey con huevos y tocino para usted. Si le apetece algo más, sólo tiene que pedirlo —respondió Tolly, que siguió su camino.

 

La sirvienta llevaba un grueso vestido hilado a mano. Dijo ?buenos días?, y a Laurence le pareció tan agradable ver un rostro amistoso que se descubrió devolviendo el saludo. Llevaba un plato tan caliente que humeaba, y no le importaron nada las convenciones sociales en cuanto probó el espléndido tocino, curado de una forma inusual y muy sabroso. Las yemas de los huevos eran de un naranja casi resplandeciente. Comió a toda prisa, con un ojo puesto en las áreas del suelo iluminadas por los haces de luz que penetraban por las altas ventanas.

 

—No se vaya a atragantar —dijo el hombre regordete, que le miró de arriba abajo—. Tolly, más té —bramó. Su voz era tan potente como para hacerse oír en medio de una tormenta—. ?Es usted Laurence? —quiso saber mientras volvían a llenarle la taza.

 

El interpelado terminó de tragar y contestó:

 

—Sí, se?or, pero usted me lleva ventaja…

 

—Me llamo Berkley —dijo el otro—. Escuche un momento, ?qué clase de tonterías le está metiendo a su dragón en la cabeza? Mi Maximus ha estado rezongando toda la ma?ana algo de que quería ba?arse y de que le quitara el arnés. Todo estupideces…

 

—No lo veo de ese modo, se?or. Para mí, eso es preocuparme por la comodidad de mi dragón —contestó Laurence en voz baja, sujetando con fuerza los cubiertos.

 

Berkley le devolvió una mirada iracunda.

 

—?Anda! Maldita sea, ?sugiere que desatiendo a Maximus? Nadie ha lavado jamás a los dragones. No les importa ir un poco sucios, para eso tienen esa piel…

 

Laurence contuvo el genio y la lengua. Sin embargo, había perdido el apetito, por lo que depositó en la mesa cuchillo y tenedor.

 

—Evidentemente, su dragón está en desacuerdo. ?Se considera usted mejor juez que él para determinar lo que le desagrada?

 

Berkley le puso cara de pocos amigos y luego soltó una risotada.

 

—Bueno, es usted un verdadero escupefuegos, no cabe duda. ?Y yo que pensaba que los tipos de la Armada eran todos tan estirados y prudentes! —Vació la taza de té y se levantó de la mesa—. Le veré más tarde. Celeritas quiere evaluar cómo vuelan juntos Maximus y Temerario.

 

Saludó con un asentimiento, al parecer con sincera simpatía, y se marchó.

 

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