Temerario I - El Dragón de Su Majestad

Laurence no deseaba decir nada que se pudiera interpretar como una crítica. Rankin podía insinuarlo al ser uno de ellos; sin embargo, si él hacía un comentario, sólo podría considerarse ofensivo.

 

—Debe de ser duro para los ni?os dejar el hogar a una edad tan temprana —repuso con más tacto—. En la Armada, nosotros… Es decir, la Armada no admite muchachos hasta los doce a?os, e incluso entonces se les envía a tierra entre viajes y pasan un tiempo en casa. ?Ya usted qué le parece, se?or? —a?adió, volviéndose a Berkley.

 

—Mmm —respondió Berkley mientras tragaba. Dirigió una mirada algo dura a Rankin antes de responder a Laurence—. No sabría decirle. Supongo que berrean un poco, pero se acaban acostumbrando y los tenemos todo el día de un lado para otro para que no sientan nostalgia de sus hogares.

 

Volvió a concentrar su atención en la comida sin hacer intento alguno de mantener viva la conversación y Laurence tuvo que volverse y continuar su discusión con Rankin.

 

—Llego tarde… ?Vaya!

 

Era un joven espigado cuya voz aún no había cambiado, aunque era alto para su edad, quien se acercaba con prisa a la mesa presentando cierto desali?o. La mitad de su melena pelirroja se había salido de la trenza. Se detuvo de forma brusca al borde de la mesa; luego tomó asiento al otro lado de Rankin con lentitud y a rega?adientes ya que aquél era el único sitio vacío. Era capitán a pesar de su juventud. Lucía una chaqueta con dos barras doradas en los hombros.

 

—?Anda, Catherine! No, no, llegas a tiempo. Permíteme que te escancie un poco de vino —dijo Rankin.

 

Aunque ya había mirado al muchacho con sorpresa, Laurence pensó que había oído mal. Luego comprobó que no era así. El muchacho era en realidad una joven dama. Laurence miró a su alrededor sin comprender: no parecía preocuparle a nadie y desde luego no era un secreto. Rankin se dirigía a ella con amabilidad y tonos formales, sirviéndole de las fuentes.

 

—Permitid que os presente —agregó Rankin, volviéndose hacia el marino—. Capitán Laurence, de Temerario, miss… Oh, no, lo olvidaba, es decir, capitana Catherine Harcourt, de… esto… Lily.

 

—Hola —murmuró la joven sin levantar la vista.

 

Laurence notó cómo le enrojecían las mejillas. Ella se sentaba ahí con unos pantalones de amazona que mostraban la forma de sus piernas y una blusa sujeta sólo por un lazo en el cuello. Fijó su mirada en el recatado cogote de la joven y consiguió decir:

 

—A su servicio, miss Harcourt.

 

Al menos, sus palabras le hicieron alzar la cabeza.

 

—No: es capitana Harcourt —puntualizó.

 

Era pálida, y esa blancura exponía muy a la vista una miríada de pecas, pero estaba claramente resuelta a defender sus derechos. Lanzó a Rankin una mirada desafiante mientras hablaba.

 

Laurence había utilizado el tratamiento de forma automática, sin intención de ofender, aunque según parecía lo había hecho.

 

—Le pido perdón, capitana —apostilló de inmediato al tiempo que inclinaba la cabeza en se?al de disculpa. Sin embargo, resultaba verdaderamente difícil dirigirse a ella de aquella forma; al pronunciarlo, el título se trababa en la lengua y le resultaba extra?o. Temía que hubiera sonado forzado y artificioso—. No pretendía faltarle al respeto.

 

Ahora identificaba también el nombre del dragón. Aunque había muchas más consideraciones que hacer en lo concerniente a la inusual jornada de ayer, le vino a la mente aquel detalle y dijo con cortesía:

 

—Creo que tiene una dragona Largario.

 

—Sí, ésa es mi Lily —contestó.

 

—Tal vez no esté al tanto, capitán Laurence, de que los Lárganos no aceptan cuidadores masculinos. Es una de esas raras singularidades suyas, a las cuales debemos estarles agradecidos, de lo contrario nos veríamos privados de tan encantadora compa?ía —dijo Rankin mientras hacía un gesto de asentimiento a la chica.

 

Había un timbre irónico en su voz que hizo torcer el gesto a Laurence. Era evidente que la joven se hallaba muy a disgusto y Rankin la hacía sentir peor. Había vuelto a agachar la cabeza y miraba su plato con los labios exangües y fruncidos por el descontento.

 

—Hace falta mucho valor por su parte para asumir tal deber, m… capitana Harcourt. Un vaso… esto es, un vaso a su salud —dijo Laurence, que después de corregirse en el último momento, hizo el brindis y tomó un sorbito.

 

No le parecía apropiado obligar a beber una copa entera de vino a una chiquilla.

 

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