Temerario I - El Dragón de Su Majestad

—Eres mío —dijo con obstinación Temerario. Después de un momento, sin embargo, escondió la cabeza como si estuviera avergonzado y a?adió con un hilo de voz—: él sería más fácil de limpiar.

 

—No dejaría un centímetro de tu piel sin limpiar aunque tuvieras dos veces el tama?o de Laetificat —dijo Laurence—, pero tal vez vea ma?ana si a alguno de los chicos le gustaría lavarle.

 

—Oh, eso estaría bien —dijo Temerario, animándose—. No termino de comprender por qué no ha acudido su cuidador. Tú nunca te ausentarías tanto tiempo, ?verdad?

 

—Nunca, a menos que me retuvieran por la fuerza —dijo Laurence.

 

él mismo no lo entendía. Le parecía plausible que el hombre que enjaezaba a una criatura corta de luces no encontrara intelectualmente satisfactoria su compa?ía, pero lo menos que hubiera esperado era el afecto sencillo con el que James trataba a Volatilus, y aunque más peque?o, Levitas era sin lugar a dudas más inteligente que Volly. Tal vez eso explicara que hubiera menos hombres entregados al trabajo entre los aviadores que en las demás ramas del servicio, aunque dada la escasez de animales, era una verdadera lástima ver a un dragón reducido al abandono, lo cual forzosamente debía de afectar al rendimiento del animal.

 

Laurence se llevó consigo el arnés fuera del patio del castillo y se dirigió hacia uno de los grandes galpones donde trabajaba el personal de mantenimiento. Varios hombres seguían sentados enfrente de los barracones, fumando cómodamente, a pesar de ser ya última hora del día. Lo miraron con curiosidad, sin saludarlo, pero tampoco con una actitud hostil.

 

—Ah, usted debe de ser el cuidador de Temerario —dijo uno de ellos mientras extendía la mano para recoger el arnés—. ?Se ha roto? Tendremos preparado un arnés como Dios manda para su dragón en unos cuantos días, pero entretanto lo podemos remendar.

 

—No, sólo necesita una limpieza —repuso Laurence.

 

—Aún no tiene un encargado de arneses. No nos pueden asignar como vuestro personal de tierra hasta que sepamos cómo se va a entrenar el dragón —explicó el hombre—, pero nos haremos cargo. Hollin, limpia un poco eso, ?de acuerdo? —gritó para atraer la atención de otro hombre más joven que trabajaba una peque?a pieza de cuero dentro del barracón.

 

Hollin salió limpiándose la grasa en el mandil y tomó el arnés con unas manazas de apariencia capacitada.

 

—Enseguida lo tendrá. ?Me dará algún problema el animal cuando se lo vuelva a poner?

 

—Eso no va a ser necesario, gracias. Está más cómodo sin arnés. Limítese a dejarlo junto a él —contestó Laurence con voz firme, ignorando las miradas que se ganaba con esas palabras—. Ah, el arnés de Levitas requiere también atención.

 

—?Levitas? Bueno, hombre, yo diría que es su capitán quien debe hablar del tema con su tripulación—apuntó el primer hombre mientras chupaba la pipa con gesto pensativo.

 

Aquello era totalmente cierto. No obstante, era una respuesta decepcionante. Laurence dirigió una mirada prolongada y gélida, y dejó que el silencio hablara por él. El hombre se removió al sentirse algo incómodo bajo el escrutinio de aquella mirada.

 

—Si hay que reprenderles para que hagan su trabajo, se hace. Creía que tener la certeza de que el bienestar de un dragón corre peligro bastaría para que cualquier miembro de la Fuerza Aérea procurara remediar esa situación.

 

—Yo me encargaré cuando deje el arnés junto a Temerario —contestó apresuradamente Hollín—. No me importa. Es tan peque?o que lo haré en un periquete.

 

—Gracias, se?or Hollín. Me alegra ver que no estaba en un error —dijo Laurence, que se dio la vuelta para regresar al castillo.

 

Escuchó murmurar a sus espaldas:

 

—Es una verdadera fiera. No me gustaría formar parte de su tripulación.

 

Oír ese comentario no resultaba nada agradable. Nunca le habían considerado un capitán duro y se enorgullecía de que su tripulación hubiera acatado sus órdenes más por respeto que por el miedo o la mano dura. La mayoría de su dotación estaba integrada por voluntarios.

 

También era consciente de que él había tenido su parte de culpa. En verdad, se había pasado de la raya al hablar con tal dureza del capitán de Levitas, y éste tendría todo el derecho del mundo a quejarse, pero Laurence no se arrepentía. Había desatendido a Levitas de forma flagrante y no había forma de conciliar su sentido del deber con dejar al animal abandonado en su malestar. Por una vez, la informalidad de la Fuerza Aérea podría jugar a su favor. La insinuación no se tomaría como una interferencia directa ni como un verdadero ultraje si había un poco de suerte, algo que hubiera sucedido si siguiera en la Armada.

 

No había tenido un primer día muy prometedor. Se sentía cansado y desanimado. No había nada realmente inaceptable como había temido, nada tan malo que resultara insoportable, pero tampoco nada fácil ni familiar. No podía sino a?orar las reconfortantes restricciones de la Armada que habían rodeado toda su vida, y albergó el deseo imposible de que él y Temerario pudieran volver a la cubierta del Reliant, con el vasto océano a su alrededor.

 

 

 

 

 

Capítulo 6

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