—Ma?ana podríamos traer nuestros arneses de fusilero para subir a bordo y ayudar —a?adió el muchacho con expresión demasiado candida.
Laurence le observó y se preguntó si debería poner lieno a aquel desparpajo, pero en el fondo le encantaba su entusiasmo, por lo que se contentó con responder con voz firme:
—Ya veremos.
Permanecieron observando en el saliente. Laurence vio sus ávidos rostros hasta que el dragón giró al llegar al castillo y los perdió de vista. Una vez en el lago, dejó que Temerario nadara para limpiarse la mayor parte de la sangre y luego lo secó con especial mimo. Para un hombre que había crecido pisando cubiertas fregadas a diario con arena resultaba vergonzoso que los aviadores dejaran que los dragones se limpiaran ellos mismos.
—Temerario, ?te rozan? —preguntó al tiempo que tocaba las cinchas.
—Ahora menos —respondió volviéndose para mirar—. Mi piel se endurece cada vez más, y las muevo un poco cuando me molestan. Entonces, noto el alivio enseguida.
—Amigo, me he cubierto de oprobio —dijo Laurence—. Nunca debí dejártelo puesto. De ahora en adelante, no lo llevarás ni un instante más de lo necesario para que volemos juntos.
—Pero ?no son obligatorias, como tus ropas? —inquirió el dragón—. No quisiera que nadie pensara que no estoy educado.
—Te pondré una gran cadena alrededor del cuello, y eso servirá —contestó a Temerario al pensar en el collar de oro que lucía Celeritas—. No voy a hacerte sufrir por una costumbre que hasta donde logro entender es pura pereza. Y tengo intención de quejarme en términos enérgicos al próximo almirante que vea.
Cumplió lo dicho y le quitó el arnés a Temerario en cuanto aterrizaron en el patio. El dragón miró con cierto nerviosismo a los demás dragones, que los habían observado con interés desde el momento en que regresaron, con Temerario aún goteando agua del lago. Ninguno de ellos parecía sorprendido, sólo curioso. Temerario se relajó por completo y se tumbó sobre las cálidas losas después de que Laurence le quitara la cadena de oro y perlas y la envolviera en torno a una de sus garras, como si fuera un anillo.
—Es más agradable no llevarlo puesto. No me había dado cuenta de cuánto molestaba —le confesó a Laurence en voz baja.
Se rascó en un punto oscuro de su pelaje donde el roce de una hebilla había aplastado varias escamas hasta hacer una callosidad.
Laurence se entretuvo limpiando el arnés y lo acarició en se?al de disculpa.
—Te pido perdón —dijo con remordimiento mientras miraba la zona irritada—. Voy a intentar encontrar un emplasto para esas marcas.
—Yo también me quiero quitar el mío —gorjeó de repente uno de los Winchesters, que bajó de un salto del lomo de Maximus para aterrizar delante de Laurence—. ?Lo hará usted?, por favor.
Laurence vaciló. No le parecía correcto tocar la criatura de otro hombre.
—Creo que el único que te lo puede quitar es tu cuidador —respondió—. No deseo ofenderle.
—No viene desde hace tres días —explicó el Winchester con voz triste y dejó caer la cabeza.
El Winchester tenía el tama?o de un par de caballos de tiro y su hombro apenas si sobresalía por encima de la cabeza de Laurence. Al examinarlo más de cerca, vio en la piel marcas con regueros de sangre seca. Su arnés, a diferencia del de otros dragones, no parecía especialmente limpio ni bien cuidado; había manchas y remiendos muy toscos.
—Acércate y deja que te eche un vistazo —dijo Laurence en voz baja mientras retomaba los trapos, aún húmedos con el agua del lago, y comenzó a limpiar al peque?o dragón.
—Gracias —dijo el Winchester mientras se inclinaba felizmente hacia la tela. Luego, a?adió con timidez—: Me llamo Levitas.
—Yo soy Laurence, y él, Temerario.
—Laurence es mi capitán —dijo Temerario con un dejo de beligerancia en el tono de su voz y enfatizando el posesivo.
Laurence alzó los ojos hacia él con sorpresa e interrumpió el proceso de limpieza para dar una palmada al costado de Temerario, que se dejó caer y contempló con los ojos entrecerrados cómo el antiguo marino terminaba de limpiar al peque?o dragón.
—?Quieres que averigüe qué le ha pasado a tu cuidador? —le preguntó a Levitas con una última palmada—. Tal vez no se sienta bien, pero estoy seguro de que se recuperará pronto.
—Oh, no creo que esté enfermo —contestó Levita con aquella misma tristeza—. Pero la limpieza hace que ya me sienta mucho mejor —agregó mientras frotaba la cabeza contra el hombro de Laurence en gesto de gratitud.
Temerario emitió un murmullo de desaprobación y dobló las garras contra la piedra. Levitas voló directamente detrás de Maximus con un grito de alarma y se acurrucó de nuevo junto al otro Winchester. Laurence se volvió hacia Temerario y le dijo bajito:
—Vamos, ?por qué esos celos? No te va a molestar que le limpie un poco cuando su cuidador no lo atiende.