—No le molesto, ?verdad? —preguntó el ni?o al tiempo que miraba esperanzado a Laurence—. Sólo pensé que tal vez le pudiéramos ayudar un poco. Después de todo, el dragón es muy grande, y Morgan, Dyer y yo tenemos nuestros cintos con mosquetones de muelle. Nos podemos anclar sin ningún tipo de problema —continuó muy serio mientras desplegaba un extra?o arnés de cuya existencia Laurence no se había percatado antes.
Se trataba de un grueso cinto de cuero firmemente sujeto a la cintura con un par de correas que terminaban en lo que a primera vista parecía ser un gran eslabón de cadena hecho de acero. En un examen más detenido, Laurence vio que tenía una parte que se podía cerrar, por lo que el eslabón abierto se podía enganchar a cualquier cosa.
Irguiéndose, Laurence dijo:
—No creo que podáis sujetaros a las cinchas con esto, ya que Temerario aún no tiene un arnés de verdad. Sin embargo —agregó, ocultando una sonrisa al ver sus rostros alicaídos—, acompa?adme y veremos qué se puede hacer. Gracias, Tolly —dijo, e hizo una se?al con la cabeza al criado—. Los podré controlar.
Tolly no se molestó en ocultar una ancha sonrisa al oír aquello.
—Tiene razón —contestó, y continuó con sus quehaceres.
—Roland, ?verdad? —le preguntó al muchacho mientras continuaba caminando hacia el patio con los tres ni?os al trote para seguir su paso.
—Sí, se?or, la cadete Emily Roland a su servicio. —Se volvió hacia sus compa?eros, ignorando de ese modo alegremente la sorpresa del rostro de Laurence—. Y éstos son Andrew Morgan y Peter Dyer. Todos llevamos tres a?os aquí.
—Sí, es cierto. A todos nos gustaría ayudar —afirmó Morgan.
Dyer, de menor edad que los otros dos y con ojos redondeados, se limitó a asentir.
—Muy bien —consiguió decir Laurence mientras lanzaba una mirada furtiva a la chica, que llevaba cortado el pelo estilo tazón, igual que el de los chicos; era baja y tenía una constitución robusta; su voz apenas era más aguda que las de los otros, por lo que su equivocación era lógica.
Ahora que disponía de un momento para meditarlo, tenía todo el sentido del mundo. La Fuerza Aérea entrenaría a unas cuantas chicas, por supuesto, en previsión de necesitarlas cuando los Largarios salieran del cascarón, y probablemente la capitana Harcourt era el fruto de aquel adiestramiento, pero no pudo evitar preguntarse qué clase de padres entregarían a una ni?a a la tierna edad de diez a?os a los rigores del servicio.
Salieron al patio, donde se encontraron con una escena de estruendosa actividad. Una gran confusión de alas y voces de dragón llenaban el aire. La mayoría, si no todos los dragones, acababa de llegar de alimentarse y en ese momento eran atendidos por su personal, muy ocupado limpiando los arneses. A pesar de las palabras de Rankin, Laurence apenas vio un dragón al que su capitán no estuviera acariciando la cabeza o habiéndole. Evidentemente, aquél era el interludio habitual que los dragones y sus cuidadores tenían de asueto.
No vio a Temerario al primer golpe de vista. Después de buscarlo en el atestado patio durante unos segundos, comprendió que se había tumbado fuera de los muros, probablemente con el fin de evitar el ajetreo y el estrépito. Antes de salir en su busca, Laurence ense?ó Levitas a los cadetes. El peque?o dragón se había aovillado solo dentro de los muros del patio y contemplaba al resto de los dragones con sus oficiales. Aún llevaba arnés, pero éste tenía mucho mejor aspecto que el día anterior. Parecía que le habían sacado la mugre y lo habían frotado con aceite para que fuera más fino y flexible, y los aros metálicos de las cinchas estaban brillantemente pulidos.
Laurence intuyó que los aros tenían el propósito de ofrecer a los mosquetones un lugar al que engancharse. Aunque Levitas era peque?o en comparación con Temerario, seguía siendo una criatura enorme y Laurence estimó que podría soportar fácilmente el peso de los tres cadetes para el corto trayecto. Al dragón, impaciente y feliz por la atención recibida, los ojos le relucieron cuando Laurence formuló la sugerencia.
—Oh, sí, os puedo llevar sin problema —dijo mientras miraba a los tres cadetes, que le devolvieron la mirada con no menos entusiasmo.
Los tres se encaramaron con la agilidad de las ardillas y cada uno se sujetó de dos aros separados con un movimiento obviamente bien estudiado.
Laurence dio unos tirones a las correas para comprobarlas. Parecían bastante seguras.
—Muy bien, Levitas. Llévalos a la orilla. Temerario y yo nos reuniremos contigo enseguida —dijo a la vez que palmeaba la ijada del dragón.
Una vez que se alejaron, Laurence zigzagueó entre los demás dragones y se abrió camino hacia la puerta. Se detuvo en cuanto vio a Temerario; aunque costaba creerlo, el dragón tenía aspecto alicaído y guardaba una notoria diferencia con la actitud feliz que tenía al finalizar el trabajo de la ma?ana. Laurence acudió rápido a su lado:
—?No te sientes bien? —le preguntó mientras examinaba las quijadas. El dragón estaba manchado de sangre y con restos de comida como siempre, parecía haber comido bien—. ?Te ha sentado mal la cena?
—No, me encuentro perfectamente —respondió Temerario—. Es sólo que… Laurence, soy un dragón de verdad, ?no?