Cualquiera que fuera el origen de su inicial desaprobación, aquella afirmación aplacó a Celeritas.
—Da la casualidad de que el personal de tierra va a necesitar un día para ajustar el nuevo equipo a Temerario y estará listo aproximadamente para esa fecha —comentó con tono menos severo—. Supongo que podemos prescindir de usted siempre y cuando Temerario no se ponga muy melindroso en cuanto a que le enjaecen sin estar usted presente; entonces, podrá ir a esa última excursión.
Temerario le aseguró a Laurence que no le importaba, por lo que el plan se hizo firme y, a partir de ese momento, el aviador pasó la mayor parte de las pocas tardes que quedaban tomándole medidas del cuello y también al de Maximus, al suponer que las dimensiones actuales del Cobre Regio podrían ser una buena referencia para las que Temerario podría alcanzar en el futuro. Fingió ante éste que todo aquello era para el arnés, porque quería que el regalo fuera una sorpresa y que al verlo se le pasara parte de aquella callada aflicción que aún perduraba, apagando el buen humor que solía tener.
Rankin miraba divertido los apuntes y dibujos de Laurence. Los dos tenían por costumbre jugar juntos al ajedrez por las noches y sentarse juntos durante las comidas. Por ahora, Laurence mantenía poca conversación con los demás aviadores. Lo lamentaba, pero veía poco sentido a intentarlo, ya que se sentía cómodo con su situación actual y, por otro lado, carecía de cualquier tipo de invitación. Le resultaba claro que Rankin estaba tan excluido de la vida social de los aviadores como él, quizás a causa de la elegancia de sus modales, y si ambos eran igual que dos parias por el mismo motivo, al menos podrían tener el placer de la compa?ía mutua como compensación.
él y Berkley se encontraban durante el desayuno y en los entrenamientos todos los días. Siguió considerando al otro capitán un aviador astuto y un estratega del aire, pero permanecía en silencio tanto en la comida como en presencia de compa?ía. Laurence tampoco estaba seguro de desear alcanzar cierta intimidad con aquel hombre o de si un gesto en esa dirección sería bienvenido, por lo que se contentaba con ser educado y discutir de asuntos técnicos. Por ahora, se conocían de unos pocos días, sobraría el tiempo para tomarle mejor la medida al carácter de ese hombre.
Se había armado de valor para reaccionar debidamente ante su próximo encuentro con la capitana Harcourt, pero ella se mostraba tímida en su compa?ía, por lo que la veía casi siempre a distancia, aunque Temerario pronto estuvo volando en compa?ía de su dragón, Lily. Sin embargo, una ma?ana ella se encontraba sentada a la mesa cuando Laurence llegó a desayunar y, deseando mantener una conversación normal, le preguntó por qué había llamado Lily a su dragón, creyendo que podría ser un apodo, como el de Volly. Se sonrojó intensamente y contestó con frialdad:
—Me gusta el nombre. ?Y cómo se le ocurrió el nombre de Temerario, si se puede saber?
—Para ser totalmente sincero, no tenía ni idea de cómo dar un nombre adecuado a un dragón ni había forma de poder averiguarlo en aquel momento —respondió Laurence, que tenía la impresión de haber cometido una equivocación; nadie había mencionado el nombre poco corriente del dragón hasta ese momento, y sólo ahora que ella le había empujado a hacer lo mismo supuso que tal vez había tocado alguna fibra sensible de la joven—. Lo llamé así en honor a un barco, el primer Téméraire capturado a los franceses. El único actualmente en servicio es una nave de noventa y ocho ca?ones y tres cubiertas, uno de nuestros mejores barcos de combate.
Pareció más relajada después de que él hubo hecho aquella confesión y dijo con más franqueza:
—Como ha revelado tanto, no me importa admitir que sucedió algo parecido en mi caso. No se esperaba que Lily eclosionara como pronto hasta al cabo de cinco a?os, y no sabía nada de nombres. Me despertaron en mitad de la noche en la base de Edimburgo y me hicieron volar en cuanto el huevo endureció. Apenas había conseguido llegar a las termas antes de que rompiera el cascarón. Me quedé boquiabierta cuando se me invitó a darle un nombre y, simplemente, no se me ocurrió ningún otro.
—Es un nombre precioso y le cuadra a la perfección, Catherine —intervino Rankin mientras se sentaba con ellos a la mesa—. Buenos días, Laurence. ?Ha leído el periódico? Lord Pugh finalmente ha conseguido casar a su hija. Ferrold debe de estar pelado.