—Váyase —dijo—. Nosotros, los que le apreciábamos, nos encargaremos de todo, no usted. —Cuando Rankin salió del claro, ni se molestó en mirarle—. No puedo quedarme —le dijo a Hollín con voz queda—. ?Puede arreglárselas usted?
—Sí —dijo Hollin, acariciando la peque?a cabeza—. Con una batalla inminente no se puede hacer gran cosa, pero me aseguraré de que se lo lleven y lo entierren como es debido. Gracias, se?or. Esto ha significado mucho para él.
—Más de lo que debería —repuso Laurence.
Durante un rato se quedó mirando a Levitas. Después, se dirigió al cuartel general y se presentó ante el almirante Lenton.
—?Y bien? —preguntó Lenton, ce?udo, cuando Laurence entró en su despacho.
—Se?or, pido disculpas por mi comportamiento —dijo Laurence—. Aceptaré de buen grado las medidas que usted juzgue oportuno tomar.
—No, no, ?de qué me está hablando? Me refería a Levitas —dijo Lenton, impaciente.
Laurence hizo una pausa, y después dijo:
—Ha muerto. Ha sufrido mucho, pero al menos al final se fue en paz.
Lenton meneó la cabeza.
—Es una verdadera lástima —dijo, sirviendo sendas copas de brandy para él y para Laurence. Apuró su propia bebida de dos tragos y después exhaló un profundo suspiro—. Y el momento más desafortunado para que Rankin quede descabalgado —a?adió—. En Chatham tenemos un Winchester que está a punto de eclosionar, antes de lo previsto. A juzgar por el endurecimiento de la cáscara, puede hacerlo en cualquier momento. He estado bregando para encontrar a alguien que pueda llegar a tiempo, sea digno de ese puesto y no le importe ser asignado a un Winchester. Ahora Rankin ha quedado libre y el hecho de haber traído la información le ha convertido en un héroe. Si no le envío a él y la bestia acaba sin arnés, tendremos que soportar las airadas protestas de toda su condenada familia, y probablemente una interpelación en el Parlamento.
—Preferiría ver a un dragón muerto antes que en sus manos —dijo Laurence, dejando su vaso con brusquedad—. Se?or, si quiere a un hombre que honre al Cuerpo, envíe al se?or Hollín. Apostaría mi propia vida por él.
—?Cómo? ?El jefe de su dotación de tierra? —Lenton frunció el ce?o, pensativo—. Es una idea, si es que de verdad lo considera apropiado para el puesto. él no pensará que perjudica su carrera dando ese paso. Supongo que no es un caballero…
—No, se?or, a no ser que por caballero se refiera usted a un hombre de honor y no a uno de alcurnia.
Lenton soltó un bufido.
—Bueno, no somos tan quisquillosos como para perder el tiempo pensando en eso —dijo—. Lo más probable es que Hollin responda bien. Si es que cuando se abra el huevo no estamos todos muertos o nos han hecho prisioneros.
Cuando Laurence le relevó de sus deberes, Hollin le miró con los ojos muy abiertos y preguntó con voz algo trémula:
—?Mi propio dragón?
Tuvo que darse la vuelta y esconder la cara. Laurence fingió no darse cuenta.
—Se?or, no sé cómo darle las gracias —dijo Hollin en susurros, para evitar que se le quebrara la voz.
—He prometido que honrará usted al Cuerpo. Procure no dejarme por mentiroso, y con eso quedaré satisfecho —repuso Laurence, tendiéndole la mano—. Debe partir cuanto antes. La eclosión se espera en cualquier momento. Hay un carruaje esperando para llevarlo a Chatham.
Con aspecto aturdido, Hollin estrechó la mano de Laurence, recogió la bolsa en la que sus compa?eros del equipo de tierra habían empaquetado a toda prisa sus escasas pertenencias, y después dejó que el joven Dyer lo llevara hasta el carruaje que ya le estaba esperando. El personal no hacía más que sonreír y saludarle a su paso. Hollin tuvo que estrechar muchas manos, hasta que Laurence, temiendo que no llegara a ponerse en camino nunca, puso a todos a trabajar.
—Caballeros, el viento sigue soplando del norte —informó—. Vamos a quitarle algo de blindaje a Temerario para pasar la noche.
Temerario le vio irse con cierta tristeza.
—Estoy muy contento de que ese nuevo dragón esté con él, y no con Rankin. Pero ojalá le hubieran entregado antes a Levitas. A lo mejor Hollin habría evitado que muriera —le comentó a Laurence, mientras el personal trabajaba en él.
—No podemos saber lo que habría sucedido —dijo Laurence—, pero no estoy muy seguro de que Levitas hubiese sido feliz con el cambio. Hasta el último momento, lo único que quiso era el cari?o de Rankin, por extra?o que pueda parecer.
Esa noche, Laurence volvió a dormir con Temerario, refugiado entre sus brazos y envuelto en varias mantas de lana para protegerse de la escarcha de la madrugada. Despertó antes de que asomaran las primeras luces y descubrió que los árboles inclinaban sus copas desnudas alejándolas de la aurora: se había levantado un viento del este que soplaba desde Francia.
—Temerario —llamó con voz queda.
La enorme cabeza se alzó sobre él para olisquear el aire.
—El viento ha cambiado —anunció el dragón, y dobló el cuello para acariciar a su cuidador.