Temerario I - El Dragón de Su Majestad

—No tengo nada más que decir, caballeros. Hagan preparativos.

 

No tenía sentido ocultárselo a los hombres. Los franceses habían estado a punto de capturar a Rankin en el viaje de vuelta y sabían ya que su secreto había salido a la luz. Con voz calmada, Laurence informó a sus tenientes y acto seguido les ordenó que hicieran su trabajo. Pudo ver cómo la noticia corría por las filas: los hombres se inclinaban para escuchar a los demás, sus gestos se endurecían al comprender lo que pasaba y las conversaciones insustanciales y cotidianas de cada ma?ana se interrumpían al momento. Laurence se sintió orgulloso al comprobar que incluso los oficiales más jóvenes se tomaban la situación con gran coraje y volvían al trabajo.

 

Aparte de las prácticas, era la primera vez que Temerario iba a utilizar el equipo completo de combate pesado. Para patrullar se usaba un correaje mucho más ligero, y en el enfrentamiento anterior el dragón llevaba puesto el arnés de viaje. Temerario se dejó hacer, muy tieso y sin moverse. Tan sólo giró la cabeza para observar emocionado cómo los hombres le ajustaban un arnés de cuero más pesado, con remaches triples, y empezaban a enganchar los enormes paneles de eslabones trenzados que le servirían de armadura.

 

Laurence llevó a cabo su propia inspección del equipo, y sólo entonces se dio cuenta de que Hollín no estaba a la vista. Registró tres veces todo el claro antes de aceptar que realmente no estaba allí. Llamó al armero Pratt, que dejó de trabajar con las grandes placas protectoras que cubrirían el pecho y los hombros de Temerario durante la batalla para presentarse ante él.

 

—?Dónde está el se?or Hollin? —preguntó Laurence.

 

—Vaya, creo que no le he visto esta ma?ana, se?or —contestó Pratt, rascándose la cabeza—. Pero anoche sí que estaba.

 

—Muy bien—dijo Laurence, despachándole—. Roland, Dyer, Morgan —llamó, y cuando los tres mensajeros acudieron, les ordenó—: Intenten localizar al se?or Hollín y díganle que le espero aquí enseguida, por favor.

 

—Sí, se?or —respondieron casi al unísono, y tras una breve deliberación entre ellos, se alejaron corriendo en distintas direcciones.

 

Laurence siguió supervisando el trabajo de sus hombres, con el ce?o fruncido. Se sentía atónito y disgustado al descubrir que Hollín había abandonado su puesto, y más aún dadas las circunstancias. Pensó que tal vez se había puesto enfermo y había acudido al médico. Parecía la única excusa posible, pero en ese caso seguramente se lo habría contado a sus compa?eros. Pasó más de una hora. Temerario ya tenía puesto todo el equipo y los miembros de la dotación practicaban maniobras de abordaje bajo la severa mirada del teniente Granby, cuando la joven Roland llegó corriendo al claro.

 

—Se?or —dijo, jadeando y con gesto poco feliz—. El se?or Hollín está con Levitas, por favor, no se enfade —dijo de un tirón, sin tomar aliento.

 

—Ah —dijo Laurence, un tanto abochornado. No podía admitir ante Roland que había estado haciendo la vista gorda con las visitas de Hollín, así que era natural que ella fuese reacia a delatar a un compa?ero aviador—. Tendrá que responder por ello, pero eso puede esperar. Vaya a decirle que se requiere su presencia enseguida.

 

—Se?or, ya se lo he dicho, pero me ha contestado que no puede dejar a Levitas. También me ha dicho que viniera enseguida para decirle a usted que le pide que vaya a verle, si es posible —dijo ella a toda velocidad, y después se le quedó mirando nerviosa para ver cómo se tomaba aquella insubordinación.

 

Laurence la miró fijamente. No se explicaba el porqué de aquella insólita respuesta, pero tras reflexionar un instante, y conociendo la forma de ser de Hollín, se decidió.

 

—Se?or Granby —dijo en voz alta—, debo ausentarme un momento. Lo dejo todo en sus manos. Roland, quédese aquí y venga a avisarme si pasa cualquier cosa —le dijo a la mensajera.

 

Caminó con paso rápido, sin saber si debía enfadarse o preocuparse, reacio a exponerse a una nueva queja de Rankin, y aún más en las circunstancias presentes. Nadie podía negar que el hombre acababa de cumplir su deber con valentía, y ofenderle directamente después de aquello sería una grosería enorme. Pero al mismo tiempo, mientras seguía las indicaciones que le había dado Roland, Laurence no podía evitar sentir un gran enojo hacia él.

 

El claro en el que se encontraba Levitas era peque?o y estaba muy cerca del cuartel general, pues sin duda Rankin lo había escogido pensando en su propia comodidad y no en la del dragón. El suelo estaba muy descuidado, y cuando Laurence vio a Levitas descubrió que estaba tendido sobre un círculo de arena pelada y tenía la cabeza apoyada en el regazo de Hollín.

 

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