Temerario I - El Dragón de Su Majestad

—Muy bien —dijo Laurence, poniéndose en pie.

 

Aunque el viento soplaba con fuerza, apuntalado en sus correas se pudo dar la vuelta. A los hombres no les gustaba demasiado toparse con su mirada, pero lo cierto fue que causó efecto. Los hombros se irguieron y los susurros cesaron. Ninguno de ellos quería mostrar miedo o desánimo ante los ojos de su capitán.

 

—Se?or Johns, cambio de posiciones, por favor —ordenó Granby por la bocina.

 

Al momento, los hombres del lomo y del vientre se apresuraron a intercambiar posiciones bajo la dirección de los tenientes. La dotación entró en calor al recibir el mordisco del viento y los rostros parecieron un poco menos atribulados. Tan cerca de otras tripulaciones no podían dedicarse a prácticas de artillería con fuego real; pero con un despliegue de energía encomiable, el teniente Riggs hizo que sus fusileros dispararan cartuchos de fogueo para soltar los dedos. Dunne tenía unas manos largas y finas, que ahora se veían blancas de frío. Mientras se esforzaba por recargar, el cuerno de pólvora se le resbaló de los dedos y estuvo a punto de caer por el costado del dragón. Collins consiguió recuperarlo inclinándose casi en ángulo recto fuera de la espalda de Temerario, apenas sujeto por una cuerda.

 

Al oír los disparos, Temerario volvió la cabeza para mirar, pero después la enderezó de nuevo sin mayor comentario. Volaba con facilidad, a un ritmo que podría haber sostenido durante casi un día entero. Su respiración no era trabajosa, ni siquiera se había acelerado. Su único problema era el exceso de entusiasmo: al ver a los dragones franceses más de cerca, se dejó llevar por la emoción y aceleró de golpe su vuelo. Pero un toque de la mano de Laurence le hizo retroceder de vuelta a la formación.

 

Los defensores franceses habían formado en una línea de batalla muy difusa. Los dragones más grandes volaban arriba y los más peque?os abajo, en una masa rápida y cambiante, formando un muro que protegía a las naves de transporte y a sus porteadores. Laurence pensó que si conseguían abrir brecha en aquella línea aún tendrían alguna esperanza. Los porteadores, la mayoría de los cuales eran Pécheur—Rayé, una raza de tama?o mediano, estaban haciendo un gran esfuerzo. Sobrellevar la carga desacostumbrada sin duda hacía mella en el, y Laurence estaba convencido de que serían vulnerable ante un ataque.

 

Pero contaban con veintitrés dragones contra los cuarenta y tantos defensores franceses, y casi una cuarta parte de la fuerza inglesa estaba compuesta por Abadejos Grises y Winchesters, que no eran rivales contra los dragones pesados de combate. Atravesar su línea se antojaba casi imposible, y en caso de conseguirlo, los atacantes se encontrarían aislados y serían vulnerables a su vez.

 

A lomos de Obversaria, Lenton desplegó las banderas que daban la se?al para atacar: ?entablar contacto con el enemigo?. Laurence sintió que el corazón se le aceleraba, con ese temblor nervioso que sólo desaparecería tras los primeros momentos del combate. Tomó la bocina y dijo:

 

—Elige tu objetivo, Temerario. Si consigues llevarnos hasta uno de esos transportes, mejor que mejor.

 

En la confusión de aquella enorme multitud de dragones, confiaba en el instinto de Temerario más que en el suyo propio. Si había algún hueco en la línea francesa, Laurence estaba seguro de que Temerario lo vería.

 

Por toda respuesta, el dragón se dirigió de inmediato contra uno de los transportes más apartados del centro de la formación, como si tuviera la intención de ir directamente a por él. Después, de repente, plegó las alas de golpe y se lanzó en picado, y los tres dragones franceses que habían cerrado filas frente a él se lanzaron en su persecución. Girando las alas, Temerario se detuvo a mitad de su vuelo mientras los otros tres pasaban de largo como una exhalación. Con apenas unas batidas de sus poderosas alas, el dragón empezó a subir, derecho hacia el vientre desprotegido del primer transporte, por el lado de babor. Laurence comprobó que la bestia de aquel flanco, una peque?a hembra Pécheur—Rayé, estaba visiblemente cansada y aleteaba con gran esfuerzo, aunque aún seguía manteniendo un ritmo regular.

 

—?Bombas preparadas! —gritó Laurence.

 

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