Laurence vio cómo un oficial francés apuntaba a la cabeza de Temerario. Disparó sus pistolas, y al segundo disparo el francés cayó agarrándose la pierna.
—?Se?or, permiso para abordar! —le dijo Granby.
Los tripulantes y fusileros que viajaban en la parte superior de la Pécheur habían sufrido severas pérdidas. Su espalda estaba prácticamente despejada y la oportunidad era ideal. Granby ya estaba preparado con una docena de hombres, todos ellos con las espadas desenvainadas y las manos listas para abrir sus mosquetones.
Aquélla era la posibilidad que más horrorizaba a Laurence. Con una profunda desconfianza, dio la orden a Temerario e hizo que se pusiera junto al costado de la dragona francesa.
—?Al abordaje! —gritó.
Al hacerle a Granby la se?al de que tenía permiso para la maniobra, sintió cómo el estómago se le encogía. Nada podría haber sido más desagradable que ver cómo sus hombres llevaban a cabo aquel terrorífico salto sin arnés y se arrojaban de frente hacia los enemigos, mientras él mismo tenía que permanecer en su puesto.
Un terrible alarido sonó cerca de ellos. Lily acababa de rociar con ácido el hocico de un dragón francés, y éste, frenético de dolor, se estaba clavando sus propias garras, tirando de la carne primero a un lado y luego a otro. Temerario encorvó los hombros en un gesto de compasión, al igual que la Pécheur. El propio Laurence dio un respingo al escuchar aquel sonido insoportable. Después el chillido se interrumpió de súbito. Un alivio deprimente: el capitán había reptado por el cuello para hundir una bala en la cabeza de su propio dragón y no tener que contemplar cómo la criatura agonizaba lentamente mientras el ácido le corroía el cráneo y se abría paso hasta el cerebro. Muchos de sus tripulantes habían saltado a otros dragones para salvarse; algunos de ellos incluso se habían lanzado sobre la espalda de Lily. Pero el capitán había sacrificado su oportunidad de hacerlo. Laurence vio cómo resbalaba por el costado del dragón y ambos se precipitaban juntos hacia el océano.
Se obligó a apartarse de la horrible fascinación de aquel espectáculo. La sangrienta lucha que se libraba sobre la espalda de la Pécheur se estaba inclinando a favor de los ingleses, y Laurence pudo ver cómo dos de sus guardiadragones trabajaban sobre las cadenas que aseguraban el transporte a la dragona. Pero los problemas de la Pécheur no habían pasado inadvertidos: otro dragón francés se acercaba a ellos a gran velocidad, y un pu?ado de hombres extraordinariamente valerosos había salido por los agujeros del transporte da?ado y trepaba por las cadenas para llegar a la espalda de la Pécheur y ayudar a los suyos. Bajo la mirada de Laurence, dos de ellos resbalaron sobre la cubierta inclinada y cayeron al vacío. Pero había más de una docena intentándolo, y si llegaban a su objetivo, las tornas de la batalla se volverían contra Granby y sus hombres.
En ese momento Messoria dejó escapar un largo y penetrante gemido de dolor. Laurence oyó cómo Sutton gritaba:
—?Retrocede!
Messoria tenía un profundo corte en el esternón, del que manaba sangre oscura, y en el flanco se veía otra herida que ya le estaban cubriendo con vendas blancas. La dragona se dejó caer y viró, alejándose de allí y dejando a sus anchas a los dos Pou—de—Ciels que habían luchado contra ella. Aunque eran mucho más peque?os que Temerario, éste no podía enfrentarse a la Pécheur si le atacaban desde dos direcciones a la vez. Laurence debía elegir entre ordenar el regreso del equipo de abordaje o abandonarlos a su suerte y rezar para que se apoderaran de la Pécheur y se aseguraran de su rendición capturando con vida a su capitán.
—?Granby! —gritó Laurence.
El teniente, sangrando por un corte en la cara, miró a su alrededor. Al ver la posición de Temerario, asintió con la cabeza y les hizo un gesto para que se alejaran. Laurence tocó el costado de su dragón y le dio una orden. Tras un último zarpazo que dejó al descubierto los blancos huesos del flanco de la Pécheur, Temerario giró en el aire para alejarse y, cuando cobró cierta distancia, se quedó sobrevolando a la dragona para permitir que los tripulantes vieran lo que pasaba. En lugar de perseguirle, las dos bestias más peque?as se quedaron revoloteando cerca de la dragona. No se atrevían a acercarse lo suficiente para lanzar a sus hombres sobre Temerario, pues éste podía aplastarlos fácilmente si se ponían en una situación tan arriesgada.