Temerario I - El Dragón de Su Majestad

—Es probable que ya se hayan dado cuenta, caballeros. Nos hemos apresurado al celebrar la victoria. El capitán Rankin acaba de regresar de un vuelo sobre la costa. Ha conseguido infiltrarse tras la frontera enemiga y ha podido ver en qué anda trabajando ese maldito corso. Pueden verlo por ustedes mismos.

 

Lenton deslizó sobre la mesa una hoja de papel, manchada de polvo y gotas de sangre, que aun así no impedían ver un elegante dibujo trazado con precisión por la mano de Rankin. Laurence frunció el ce?o, tratando de adivinar qué era aquello. Parecía un buque de guerra, pero no tenía balaustrada en la cubierta superior, ni tampoco mástiles. Había unas gruesas vigas de extra?o aspecto que sobresalían por ambos costados a proa y a popa, y no tenía portillas para los ca?ones.

 

—?Para qué es esto? —preguntó Chenery, dando la vuelta al papel—. Pensaba que ya tenía barcos de sobra.

 

—Tal vez quedará más claro si les explico que había dragones transportando estas cosas sobre el suelo —dijo Rankin.

 

Laurence lo comprendió al momento. Las vigas estaban dise?adas para ofrecer un asidero a los dragones. Napoleón pretendía hacer volar a sus tropas por encima de los ca?ones de la Armada, mientras la mayor parte de la Fuerza Aérea inglesa seguía ocupada en el Mediterráneo.

 

Lenton dijo:

 

—No estamos seguros de cuántos hombres puede transportar cada uno…

 

—Discúlpeme, se?or. ?Puedo preguntar qué eslora tienen esas embarcaciones? —le interrumpió Laurence—. ?El dibujo está a escala?

 

—Según mi apreciación, sí —dijo Rankin—. El que he visto suspendido en el aire llevaba dos Tanatores a cada lado, y entre ambos había sitio de sobra. Tal vez mida unos setenta metros de proa a popa.

 

—Entonces deben de tener tres cubiertas en el interior —concluyó Laurence con voz seria—. Si han instalado hamacas, cada uno puede alojar a dos mil hombres para un trayecto corto, siempre que no lleven provisiones.

 

Un murmullo de alarma recorrió la sala. Lenton dijo:

 

—Menos de dos horas para cruzar en cada viaje, incluso en el caso de que partan desde Cherburgo. Y Bonaparte tiene sesenta dragones, o más.

 

—?Dios santo! ?Puede hacer que aterricen cincuenta mil hombres antes de media ma?ana! —dijo un capitán al que Laurence no conocía, un hombre que había llegado hacía poco tiempo.

 

Todos estaban haciendo el mismo cálculo. Era imposible no echar un vistazo a la habitación y calcular las fuerzas de su propio bando: menos de veinte hombres, y la cuarta parte de ellos capitanes de mensajeros y exploradores cuyas bestias servirían de poco en combate.

 

—Pero debe de ser casi imposible manejar esta cosa en el aire. Además, ?pueden los dragones levantar tanto peso? —preguntó Sutton, estudiando con atención el dise?o.

 

—Probablemente los ha hecho construir con madera ligera. Al fin y al cabo, sólo tienen que durar un día, y no tienen por qué ser estancos —repuso Laurence—. Bonaparte tan sólo necesita que sople viento del este. Con esa forma tan estrecha deben de ofrecer muy poca resistencia. Pero serán muy vulnerables en el aire, y es de suponer que Excidium y Mortiferus vienen ya de regreso…

 

—Aún están a cuatro días de aquí, en el mejor de los casos, y Bonaparte ha de saberlo tan bien como nosotros —dijo Lenton—. Ha sacrificado prácticamente toda su flota y también la flota espa?ola para librarse de la presencia de nuestros dragones. No desperdiciará la oportunidad.

 

Todos captaron la verdad evidente de aquellas palabras. Un silencio grave y expectante cayó sobre la sala. Lenton bajó la mirada hacia su escritorio y después se puso en pie, con una lentitud que no le era propia. Laurence reparó por primera vez en lo canoso y ralo que tenía el cabello.

 

—Caballeros —se dirigió a ellos Lenton en tono formal—, hoy sopla viento del norte, así que, si Bonaparte prefiere esperar un viento más propicio, aún disponemos de un período de gracia. Todos nuestros exploradores patrullarán por turnos los alrededores de Cherburgo. Así al menos podremos recibir aviso con una hora de antelación. No es necesario decir que la superioridad numérica del enemigo será abrumadora. Haremos todo lo que podamos, y si no conseguimos detenerlos, al menos los retrasaremos.

 

Nadie habló. Después de unos instantes, el almirante a?adió:

 

—Necesitaremos a todas las bestias pesadas o medianas. Actuarán de forma independiente y su misión será destruir las naves de transporte. Chenery, Warren, ustedes dos formarán con Lily a media ala, y dos de nuestros exploradores ocuparán los extremos. Capitana Harcourt, sin duda Bonaparte reservará algunos dragones para la defensa. Su misión será mantenerlos ocupados lo mejor que pueda.

 

—Sí, se?or —respondió ella, mientras los demás asentían.

 

Lenton respiró hondo y se frotó la cara.

 

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