—Creo que le hemos estado otorgando demasiado crédito —dijo Lenton. Sus mejillas estaban coloradas por el oporto y por la satisfacción, y razones tenía: su decisión de enviar a Excidium se había demostrado acertada y había contribuido de forma material a la victoria—. Ahora veo claro que no entiende la Armada tan bien como el Ejército o la Fuerza Aérea. Hasta un civil se daría cuenta de que treinta y tres buques de guerra no tienen excusa alguna para sufrir una derrota tan aplastante contra veintisiete.
—Pero ?cómo es posible que sus divisiones aéreas hayan tardado tanto tiempo en alcanzarlos? —preguntó Harcourt—. Sólo había diez dragones, y por lo que ha dicho James, más de la mitad eran espa?oles. Eso no supone ni la décima parte del contingente que Bonaparte tenía en Austria. ?Y si al final no llegó a desplazarlos del Rin?
—Tengo entendido que el paso sobre los Pirineos es muy difícil, aunque nunca lo he comprobado por mí mismo —apuntó Chenery—, pero lo más probable es que Bonaparte no haya llegado a enviarlos al creer que Villeneuve ya contaba con todas las fuerzas que necesitaba. Esos dragones deben de haber pasado todos estos meses en sus bases, cebándose y haraganeando. Sin duda, todo este tiempo ha estado convencido de que Villeneuve atravesaría las líneas de Nelson, perdiendo a lo sumo una o dos naves. Y mientras, nosotros esperándolos todos los días, preguntándonos dónde estaban y mordiéndonos las u?as sin ningún motivo.
—Y ahora su ejército no puede cruzar el canal —concluyó Harcourt.
—Citando a lord St. Vincent, ?no digo que no puedan venir, pero al menos no podrán hacerlo por mar? —dijo Chenery con una sonrisa—. Si Bonaparte piensa tomar Inglaterra con cuarenta dragones y sus dotaciones, podemos invitarle a que lo intente y pruebe el sabor de los ca?ones que han instalado los chicos de la milicia. Sería una pena desperdiciar un trabajo tan duro.
—Confieso que no me importaría darle otro correctivo a ese bergante —dijo Lenton—, pero dudo que sea tan insensato. Nos contentaremos con haber cumplido con nuestro deber y les dejaremos a los austríacos la gloria de acabar con él. Sus esperanzas de invasión se han terminado. —Apuró el resto de su oporto y dijo de repente—: Me temo que no podemos aplazarlo más. Ya no necesitamos a Choiseul.
En el silencio que se hizo entre ellos, la respiración contenida de Harcourt era casi un sollozo. Pero la capitana no hizo ninguna objeción y preguntó con voz admirablemente firme:
—?Ha decidido usted qué va a hacer con Praecursoris?
—Lo enviaremos a Terranova, si es que él quiere ir. Necesitan otro semental para completar su dotación, y no puede decirse que ese dragón se haya comportado de forma depravada —dijo Lenton—. La culpa ha sido de Choiseul, no suya —meneó la cabeza—. Es una lástima, desde luego. Todas nuestras bestias estarán deprimidas unos cuantos días, pero no podemos hacer otra cosa. Lo mejor es terminar cuanto antes. Ma?ana por la ma?ana.
Le concedieron a Choiseul unos momentos con Praecursoris. El gran dragón estaba prácticamente cubierto de cadenas y Maximus y Temerario le vigilaban de cerca, uno a cada lado. Laurence sentía cómo los escalofríos recorrían el cuerpo de Temerario mientras aguantaba en su desagradable misión de guardia, obligado a observar mientras Praecursoris movía la cabeza a uno y otro lado en se?al de negativa y Choiseul hacía un intento desesperado de convencerle para que aceptara el refugio que le ofrecía Lenton. Al fin, el dragón agachó su enorme cabeza como si asintiera y Choiseul se acercó a él para apretar la mejilla contra la suave superficie de su nariz.
Después, los guardias se adelantaron. Praecursoris trató de ara?arlos con sus garras, pero la mara?a de cadenas le mantuvo a raya. Cuando se llevaron a Choiseul, el dragón chilló. Era un sonido espantoso. Temerario se encorvó, se apartó desplegando las alas y emitió un débil gemido. Laurence se acercó a él y se abrazó a su cuello, acariciándolo una y otra vez.
—No mires, amigo mío —dijo, luchando para pronunciar aquellas palabras pese al nudo que tenía en la garganta—. Todo habrá terminado dentro de un momento.
Praecursoris chilló una vez más, ya al final. Después se desplomó pesadamente, como si toda su fuerza vital hubiera abandonado su cuerpo. Lenton les hizo una se?al para indicarles que podían irse, y Laurence tocó el costado de Temerario.
—Vámonos lejos de aquí —dijo, y el dragón voló lejos del patíbulo, batiendo las alas sobre el mar límpido y vacío.
—Laurence, ?puedo traer a Maximus y a Lily? —preguntó Berkley con su habitual tosquedad, tras abordarle sin previo aviso—. Su claro es lo bastante grande para todos, creo yo.
Laurence levantó la cabeza y lo miró sin comprender. Temerario seguía acurrucado, con la cabeza escondida entre las alas, y no había forma de consolarle. Habían volado durante horas, sólo ellos dos y el océano bajo sus pies, hasta que Laurence le suplicó que regresaran a tierra, por miedo a que el vuelo dejara completamente exhausto al dragón. él mismo se sentía enfermo y dolorido, como si tuviera fiebre. Había asistido antes a otras ejecuciones, una lúgubre realidad de la vida naval, y Choiseul se merecía aquel destino mucho más que otros hombres a los que Laurence había visto balancearse al extremo de una soga. Ni él mismo sabía decir por qué sentía tanta congoja.