Temerario I - El Dragón de Su Majestad

Choiseul agachó la cabeza. Cuando habló, lo hizo con la voz rota, tan bajo que Laurence tuvo que aguzar el oído para escucharle.

 

—No sé qué pretende exactamente Bonaparte. Pero sí que quería que yo contribuyera a debilitar esta base en particular, haciendo que enviaran al Mediterráneo tantos dragones como fuera posible.

 

Laurence sintió que el alma se le venía a los pies. Aquel objetivo, al menos, se había cumplido con brillantez.

 

—?Tiene algún medio para conseguir que su flota escape de Cádiz? —preguntó—. ?Acaso imagina que puede traer aquí sus barcos sin enfrentarse con Nelson?

 

—?Cree que Bonaparte confía en mí? —dijo Choiseul, sin levantar la mirada—. Para él también soy un traidor. Se me indicó qué misión debía llevar a cabo, y nada más.

 

Tras unas cuantas preguntas, Laurence se convenció de que era cierto que Choiseul no sabía nada más. Salió de la estancia sintiéndose a la vez sucio y alarmado, y se presentó al momento ante Lenton.

 

Las noticias cayeron como una pesada mortaja sobre toda la base. Los capitanes no habían difundido los detalles, pero hasta el más humilde de los cadetes o de los asistentes de tierra sabía que una sombra se cernía sobre ellos. Choiseul había calculado bien el momento de su ataque: el mensajero no regresaría hasta dentro de seis días, y después harían falta dos semanas o más para que al menos parte de las fuerzas del Mediterráneo estuviera de vuelta en el canal. Ya se habían solicitado refuerzos de las milicias y de varios destacamentos de la Armada, que llegarían en el plazo de unos días para situar más baterías de artillería a lo largo de la costa.

 

Laurence, que tenía aún más motivos de inquietud que los demás, habló con Granby y Hollín para que extremaran las medidas de protección sobre Temerario. Si Bonaparte estaba tan celoso porque le hubieran arrebatado aquel regalo personal, era probable que enviase a otro agente, más dispuesto esta vez a matar a un dragón que ya no podía reclamar como suyo.

 

—Debes prometerme que tendrás cuidado —le dijo también a Temerario—. No comas nada a no ser que alguno de nosotros esté cerca y dé su aprobación. Si alguien a quien yo no te haya presentado intenta acercarse a ti, no se lo permitas bajo ningún concepto, aunque para ello tengas que levantar el vuelo hasta otro claro.

 

—Tendré cuidado, Laurence, te lo prometo —dijo Temerario—. Aun así, no entiendo por qué el emperador de Francia quiere verme muerto. ?En qué mejorará eso su situación? Lo mejor que puede hacer es pedirles otro huevo a los chinos.

 

—Amigo mío, es muy difícil que ellos accedan a entregarle un segundo huevo cuando los franceses extraviaron el primero de mala manera mientras lo tenían bajo su custodia —repuso Laurence—. La verdad es que sigue intrigándome que le dieran tan siquiera ese huevo. Bonaparte debe de tener a un genio de la diplomacia en la corte china. Me imagino que se siente herido en su orgullo al pensar que un humilde capitán inglés ocupa el lugar que él mismo pretendía para sí.

 

Temerario resopló con desdén.

 

—Estoy seguro de que, aunque hubiese salido del huevo en Francia, Bonaparte no me habría caído bien —dijo—. Tengo entendido que es una persona muy desagradable.

 

—Oh, no sabría decirlo. Se cuentan muchas cosas sobre su soberbia, pero no se puede negar que se trata de un gran hombre, aunque también sea un tirano —admitió Laurence a rega?adientes; habría preferido convencerse a sí mismo de que Bonaparte no era más que un demente.

 

Lenton ordenó que a partir de aquel momento sólo patrullara a la vez la mitad de la formación, mientras el resto de hombres y bestias permanecían en la base para entrenamiento de combate intensivo. Al amparo de la noche, varios dragones de refuerzo llegaron volando en secreto desde los refugios de Inverness y Edimburgo, incluyendo a Victoriatus, el Parnasiano al que habían rescatado anteriormente; un hecho que ahora a Laurence se le antojaba muy lejano en el tiempo. Su capitán, Richard Clark, tuvo el detalle de acudir a saludarles a él y a Temerario.

 

—Espero que me disculpe por no haberle presentado antes mi gratitud y mis respetos —dijo—. Confieso que en Laggan apenas pensé en otra cosa que en la recuperación de Victoriatus. Después nos volvieron a embarcar sin previo aviso, y creo que a usted también le pasó lo mismo.

 

Laurence le estrechó la mano efusivamente.

 

—Olvídese de eso, por favor —dijo—. Espero que su dragón se haya recuperado ya.

 

—Por completo, gracias al cielo. Y, además, justo a tiempo —a?adió Clark en tono sombrío—. Por lo que sé, el asalto se espera en cualquier momento.

 

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