Los senderos que recorrían la base estaban desiertos y sin iluminar. La formación de Excidium había partido, todos los dragones ligeros estaban fuera en misiones de exploración, y la noche era tan fría que hasta los asistentes más dedicados a su trabajo se habían retirado a los barracones. El suelo se había congelado tres días antes y estaba tan duro y compacto que los tacones de Laurence resonaban como un tambor hueco al caminar.
No había nadie en el claro de Lily. Se oía a lo lejos un tenue murmullo que provenía de los barracones; Laurence alcanzó a vislumbrar entre los árboles la luz de sus ventanas. No había nadie junto a los edificios. La propia Lily estaba agazapada e inmóvil. Los ojos de la dragona, amarillos y rodeados por un borde rojo, permanecían abiertos mientras clavaba las garras silenciosamente en el suelo. Laurence oyó voces que cuchicheaban, y también el gemido de alguien que lloraba. Se preguntó si estaba violando la intimidad de alguien, pero la zozobra de Lily era tan evidente que se decidió a entrar en el claro, mientras llamaba en voz alta:
—?Harcourt? ?Está usted ahí?
—No siga —le llegó la voz de Choiseul, baja y áspera.
Laurence rodeó la cabeza de Lily y una terrible sorpresa le hizo quedarse clavado en el sitio. Choiseul tenía agarrada a Harcourt por el brazo, y en su rostro se leía un gesto de absoluta desesperación.
—No haga ruido, Laurence —le advirtió. Sostenía una espada en la mano. Detrás de él, Laurence pudo ver a un joven guardiadragón tendido en el suelo, con manchas de sangre oscura que empezaban a extenderse por la parte posterior de su chaqueta—. No haga el menor ruido.
—Dios santo, ?se puede saber qué pretende? —dijo Laurence—. Harcourt, ?está bien?
—Ha matado a Wilpoys —dijo ella con voz confusa, tambaleándose en el sitio. Cuando la luz de la antorcha le iluminó el rostro, Laurence vio que tenía una contusión que le cubría media frente y empezaba ya a amoratarse—. No se preocupe por mí, Laurence. Tiene que buscar ayuda: ?quiere hacerle da?o a Lily!
—No, nunca, nunca —dijo Choiseul—. No pretendo hacerle da?o ni a ella ni a ti, Catherine, lo juro. Pero si usted se interpone, Laurence, no respondo de mis actos. No haga nada.
Choiseul levantó la espada. En su filo, no muy lejos del cuello de Harcourt, brillaba la sangre. Lily volvió a emitir aquel sonido tenue y fantasmal, un gemido agudo que rechinaba en los oídos. Choiseul estaba pálido, su rostro adquiría un tinte verdoso a la luz y parecía lo bastante desesperado para hacer cualquier cosa. Laurence se quedó donde estaba, esperando a que llegara su oportunidad.
Choiseul le miró en silencio durante un rato, hasta que se convenció de que Laurence no pretendía irse. Después dijo:
—Vamos a ir todos juntos hasta donde está Praecursoris. Lily, tú te quedarás aquí, y cuando veas que estamos en el aire nos seguirás. Te prometo que Catherine no sufrirá ningún da?o mientras tú obedezcas.
—?Tú, miserable! ?Cobarde, perro traidor! —estalló Harcourt—. ?Piensas que voy a ir a Francia contigo para lamerle las botas a Bonaparte? ?Cuánto tiempo llevas planeando esto?
La joven luchó por apartarse del francés, aunque apenas se tenía en pie, pero Choiseul la sacudió y a punto estuvo de hacerle caer al suelo.
Lily soltó un gru?ido, se incorporó a medias y desplegó las alas. Laurence pudo ver el ácido negro que brillaba en los bordes de sus espuelas de hueso.
—?Catherine! —siseó con un silbido que sonó distorsionado a través de sus dientes.
—?Silencio! ?Ya basta! —dijo Choiseul, que tiró de Harcourt para acercarla a él y le inmovilizó los brazos. En la otra mano seguía aferrando la espada, mientras Laurence, que acechaba su oportunidad, no dejaba de vigilarla—. Tú nos seguirás, Lily. Vas a hacer lo que te he dicho. Ahora nos vamos. Usted diríjase hacia allí, monsieur.
Choiseul le se?aló la dirección con la punta de la espada. Pero en vez de darse la vuelta, Laurence fue caminando de espaldas hasta que, al llegar bajo la sombra de los árboles, refrenó aún más su paso. De esa manera, sin saberlo, Choiseul se acercó a él más de lo que era su intención.
Hubo unos segundos de lucha salvaje, cuerpo a cuerpo. Después, los tres cayeron en un lío de brazos y piernas, la espada voló por los aires y Harcourt quedó apretujada entre los dos hombres. El golpe contra el suelo fue duro, pero Choiseul había quedado debajo y por un momento Laurence se vio en ventaja. Sin embargo, tuvo que sacrificarla y apartarse un poco para que Harcourt quedara libre y el francés no pudiera hacerle da?o. En cuanto la joven se quitó de en medio, Choiseul descargó su pu?o en el rostro de Laurence y lo derribó.