Temerario I - El Dragón de Su Majestad

La espera hacía los días dolorosamente largos, pero el ataque no se producía. Llegaron a la base tres Winchesters más para reforzar a los exploradores, pero cuando regresaban de sus peligrosas expediciones a las costas francesas, todos ellos informaban de que había patrullas pesadas en la costa enemiga día y noche: no había forma de penetrar tierra adentro para obtener más información.

 

Entre los dragones exploradores se encontraba Levitas, pero la base era lo bastante grande y Laurence no tenía por qué ver demasiado a Rankin, algo que agradecía. Intentaba no ver las se?ales de aquellos maltratos que ya no podía aliviar. Presentía que no sería capaz de visitar al peque?o dragón sin provocar un altercado con Rankin que sería desastroso para la moral de todo el puesto. Sin embargo, llegó a un compromiso con su conciencia y no dijo nada cuando, a la ma?ana siguiente, muy temprano, vio cómo Hollín volvía al claro de Temerario con un cubo lleno de trapos sucios y expresión culpable.

 

Los ánimos se helaron en el campamento cuando llegó la noche del domingo. Había pasado la primera semana de espera y Volatilus no había llegado en la fecha prevista. Hacía buen tiempo y no había razones para aquella demora. Pasaron dos días más, y después un tercero, pero el dragón seguía sin aparecer. Laurence intentaba no mirar al cielo, y fingía no ver que sus hombres hacían lo mismo, hasta que esa noche encontró a Emily fuera del claro, llorando quedamente. La muchacha se había escabullido lejos de los barracones para tener algo de intimidad.

 

Estaba muy avergonzada de que la hubieran sorprendido, y fingió que le había entrado arenilla en los ojos. Laurence se la llevó a sus aposentos e hizo que le trajeran chocolate caliente. Después le dijo:

 

—Yo tenía dos a?os más que usted cuando me hice por primera vez a la mar, y me dedicaba a llorar una noche por semana. —Emily parecía tan escéptica ante su relato que Laurence soltó una carcajada—. No, no me estoy inventando esto por ayudarla —dijo—. Cuando sea capitana y descubra que uno de sus cadetes atraviesa una situación parecida, me imagino que le contará lo mismo que yo acabo de contarle a usted.

 

—No estoy asustada —dijo ella. El efecto combinado del cansancio y el chocolate hacían que estuviera so?olienta y con la guardia baja—. Sé que Excidium nunca permitirá que le pase nada a mi madre. Es el mejor dragón de toda Europa… —Se espabiló al reparar en aquel desliz y a?adió a toda prisa—. Aunque Temerario es casi tan bueno como él, claro.

 

Laurence asintió con gravedad.

 

—Temerario es mucho más joven. Tal vez algún día, cuando tenga más experiencia, iguale a Excidium.

 

—Sí, así es —dijo ella, muy aliviada.

 

Laurence disimuló una sonrisa.

 

Cinco minutos después Emily se había quedado dormida. La dejó allí, en su cama, y se fue a dormir con Temerario.

 

—?Laurence! ?Laurence!

 

Se revolvió y parpadeó mirando hacia arriba. Temerario le estaba dando empujoncitos para despertarlo, aunque el cielo aún estaba oscuro. Laurence fue vagamente consciente de un rugido bajo, una multitud de voces y después el seco restallido de un disparo. Se puso en pie al instante. En el claro no había nadie de la dotación, ni tampoco ninguno de sus oficiales.

 

—?Qué está pasando? —preguntó Temerario, levantándose y desplegando las alas mientras Laurence bajaba al suelo—. ?Nos están atacando? No veo ningún dragón en el aire.

 

—?Se?or, se?or! —Morgan llegaba corriendo al claro y el ímpetu y las prisas casi le hicieron trastabillar—. ?Ha llegado Volly, se?or! ?Se ha producido una gran batalla, y Napoleón ha resultado muerto!

 

—?Oh! ?Eso quiere decir que la guerra ha terminado ya? —preguntó Temerario, decepcionado—. Aún no he participado en ninguna batalla de verdad.

 

—Tal vez las noticias han crecido como una bola de nieve según las iban contando. Me sorprendería enterarme de que Bonaparte está realmente muerto —dijo Laurence. Pero había identificado el rugido como gritos de alegría, así que las noticias debían de ser buenas, aunque no llegaran a un calibre tan descabellado—. Morgan, vaya a despertar al se?or Hollin y a los asistentes de tierra, pídales disculpas de mi parte por la hora y dígales que traigan el desayuno a Temerario. Amigo mío —a?adió, dirigiéndose al dragón—, voy a averiguar lo que pueda. Volveré con noticias lo antes posible.

 

—Sí, por favor. Date prisa —contestó Temerario en tono apremiante al tiempo que se erguía sobre las patas traseras para asomarse por encima de los árboles y ver qué estaba pasando.

 

En el cuartel general se habían encendido muchas luces. Volly estaba sentado en la plaza de armas, delante del edificio, desgarrando hambriento el cuerpo de una oveja. Mientras, un par de asistentes del servicio de mensajeros mantenían a raya a la multitud que se estaba congregando desde los barracones. Algunos oficiales jóvenes de la Armada y la milicia disparaban sus armas, llevados por la emoción, y Laurence se vio obligado a abrirse paso prácticamente a empujones para lograr acercarse hasta las puertas.

 

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