Temerario I - El Dragón de Su Majestad

Los tres parecieron inmensamente contentos por tan magnífico plan. Laurence se arrepintió de haber bebido tanto ron, pues era incapaz de expresar de forma apropiada la protesta que creía que debía formular cuanto antes.

 

 

Por suerte, Berkley acudió en su ayuda:

 

—Dejad eso ya, malditos conspiradores. Sólo conseguiréis que nos ahorquen mucho antes. ?No queréis comer algo? Nosotros no vamos a probar bocado hasta que vosotros lo hagáis, y ya que os preocupa tanto protegernos, podéis empezar por salvarnos de morir de hambre.

 

—No creo que estés en peligro de morir de inanición —repuso Maximus—. El médico te dijo hace sólo dos semanas que estás demasiado gordo.

 

—?Maldito diablo! —dijo Berkley, enderezándose indignado.

 

Maximus bufó, divertido por haber logrado provocar a su cuidador, pero poco después los tres dragones se dejaron convencer para comer algo, y Maximus y Lily regresaron a sus propios claros para ser alimentados.

 

—Sigo sintiéndolo por Praecursoris, aunque haya actuado mal —comentó Temerario cuando terminó de comer—. No entiendo por qué no podían dejar que Choiseul se fuera a las colonias con él.

 

—Las acciones como ésas deben tener un precio. De lo contrario, los hombres las cometerían más a menudo. En cualquier caso, merecía ser castigado por lo que hizo —dijo Laurence, que se había despejado gracias a la comida y el café cargado—. Choiseul pretendía que Lily sufriera lo mismo que está sufriendo ahora Praecursoris. Imagínate que los franceses me hicieran prisionero y, para salvarme la vida, te obligaran a volar para ellos contra tus antiguos amigos y camaradas.

 

—Sí, ya lo veo —dijo Temerario, aunque en tono insatisfecho—. Aun así, me sigue pareciendo que podían haberlo castigado de otra forma. ?No habría sido mejor tenerlo prisionero y obligar a Praecursoris a volar para nosotros?

 

—Veo que tienes un agudo sentido de la justicia —apuntó Laurence—, pero me temo que la traición no puede recibir un castigo más leve. Es un crimen tan despreciable que no se puede sancionar sólo encarcelando al culpable.

 

—Sin embargo, a Praecursoris no le van a castigar de la misma forma porque no resulta práctico, ya que se le necesita como semental, ?no es así? —dijo Temerario.

 

Laurence pensó en ello, pero no encontró una respuesta.

 

—Supongo que, para ser sinceros, como nosotros mismos somos cuidadores no nos gusta la idea de condenar a muerte a un dragón, así que hemos encontrado una excusa para dejarlo con vida —dijo por fin—. Y como nuestras leyes están hechas para hombres, quizá no sea del todo justo aplicárselas a un dragón.

 

—Oh, en eso sí que estoy de acuerdo —reconoció Temerario—. Algunas leyes que conozco tienen muy poco sentido y, si no fuera por complacerte a ti, no sé si las obedecería. Me parece que si queréis aplicarnos vuestras leyes, lo más razonable sería consultarnos sobre ellas. Pero por lo que me has leído sobre el Parlamento, creo que nunca han invitado a acudir a ningún dragón.

 

—Lo próximo que harás será negarte a pagar impuestos si no te dejan votar y arrojar un cargamento de té a las aguas del puerto —bromeó Laurence—. Veo que tienes un alma jacobina, así que me temo que debo renunciar a cuidarte. Lo único que puedo hacer es lavarme las manos y negar mi responsabilidad.

 

 

 

 

 

Capítulo 12

 

 

A la ma?ana siguiente, Praecursoris ya se había ido. Lo enviaron a un transporte de dragones que zarpaba desde Portsmouth hacia la peque?a base de Nueva Escocia, desde donde lo llevarían a Terranova. Allí, por último, sería confinado en un criadero de reciente construcción. Laurence había procurado evitar ver de nuevo al afligido dragón, y la noche anterior había mantenido en vela a Temerario para asegurarse de que estuviese dormido cuando se produjera la partida.

 

Lenton había elegido el momento con sabiduría. El regocijo general por la victoria de Trafalgar aún duraba, y eso servía para contrarrestar de alguna manera las desdichas privadas. Ese mismo día los carteles anunciaron que en la desembocadura del Támesis se iba a celebrar un espectáculo de fuegos artificiales. Lily, Temerario y Maximus, los dragones más jóvenes de la base y, por tanto, los más afectados por lo ocurrido, fueron enviados como observadores por orden de Lenton.

 

Mientras presenciaba aquella brillante exhibición que alumbraba el cielo y escuchaba la música que llegaba desde las barcazas surcando el agua, Laurence se sintió muy agradecido a Lenton por lo acertado de su decisión. Los ojos de Temerario estaban dilatados de la emoción. Los brillantes estallidos de colores se reflejaban en sus pupilas y en sus escamas, y el dragón ladeaba la cabeza a uno y otro lado para oír con más claridad. Mientras volvían a la base sólo habló de la música, las explosiones y los fuegos.

 

—Entonces, ?eso es un concierto como los de Dover? —preguntó—. Laurence, ?no podemos volver otro día y ponernos un poco más cerca? Puedo sentarme muy callado para no molestar a nadie.

 

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