El momento tenso llega al final del último cuarto, cuando vamos 31-24. Leto Sheppard intercepta a Bledsoe, que se dispone a marcarnos un touchdown, y todo el estadio entona el cántico de la lucha; la victoria es nuestra.
Cuando el reloj marca el final del partido busco a T.O. y veo que se dirige rápidamente a los vestuarios sin siquiera darles la mano a los del equipo contrario. Me siento mal por él.
Jake, Scott y yo salimos del Linc y nos dirigimos hacia la Invasión Asiática. Resultan fáciles de encontrar porque son cincuenta hombres indios vestidos con camisetas de Brian Dawkins.
—Solo hay que buscar cincuenta camisetas con el número ?20? —dicen Jake y Scott.
Cliff y yo nos reunimos, chocamos las manos, chillamos y gritamos y los indios comienzan a cantar:
—?Baskett, Baskett, Baskett!
Estoy tan feliz que cojo a Cliff en brazos y lo llevo a hombros hasta el autobús de la Invasión Asiática, como si él fuera Yoda y yo fuera Luke Skywalker entrenando en el Sistema Dagobah en la película El imperio contraataca (que como ya he dicho antes es una de mis películas favoritas). Mientras buscamos el lugar en el que aparcamos, cantamos una y otra vez el cántico de la lucha. Cuando llegamos a nuestro sitio en el Centro Wachovia, los hombres gordos nos esperan con cervezas heladas para celebrarlo. Yo no paro de abrazar a mi hermano, de chocar palmas con Cliff, de golpearme con el pecho contra los hombres gordos y de cantar con los indios. Me siento muy feliz. Me siento inmensamente feliz.
Cuando la Invasión Asiática me deja en casa es muy tarde, así que le pido a Ashwini que no toque la bocina y él accede, pero cuando doy la vuelta a la esquina escucho el sonido de las voces de cincuenta indios cantando: ??E! ?A! ?G! ?L! ?E! ?S! ?EAGLES!?, y no puedo evitar sonreír mientras entro en casa de mis padres.
Estoy listo para ver a papá. Después de una victoria como esta, que coloca a los Eagles en el primer puesto de la liga, seguro que querrá hablarme. Pero al entrar en la salita no hay nadie. No hay botellas en el suelo ni platos en la pila; en realidad, toda la casa está impecable.
—?Papá? ?Mamá?
Pero nadie responde. He visto que sus coches estaban fuera cuando he llegado, así que estoy muy confuso. Empiezo a subir la escalera. La casa está muy silenciosa. Entro en mi habitación y mi cama está vacía. Así que llamo a la puerta del cuarto de mis padres, pero nadie contesta. Abro la puerta e inmediatamente deseo no haberlo hecho.
—Tu padre y yo hemos hecho las paces después de que ganasen los Eagles —dice mamá con una sonrisa divertida—; dice que es un hombre nuevo.
Están tapados hasta el cuello con la sábana, pero sé que debajo de la sábana mis padres están desnudos.
—Tu chico, Baskett, ha unido a la familia —dice mi padre—, ha sido un auténtico Dios hoy en el campo. Con una victoria así de los Eagles he pensado: ?por qué no hacer las paces con Jeanie?
Soy incapaz de responder.
—Pat, quizá te gustaría salir a correr —dice mamá—. Quizá una media horita…
Cierro la puerta de su habitación.
Mientras me pongo el chándal oigo el sonido del crujido de la cama de mis padres. Así que me pongo las zapatillas, bajo la escalera y salgo por la puerta principal. Corro por el parque, me acerco a la casa de los Webster y llamo a la puerta de la casa de Tiffany. Cuando responde, lleva puesto una especie de camisón y parece confundida.
—?Pat? ?Qué estás ha…?
—Mis padres están practicando sexo —explico—, ahora mismo.
Sus ojos se abren, sonríe y a continuación se ríe.
—Deja que me cambie —dice, y luego cierra la puerta.
Caminamos durante horas por todo Collingswood. Primero hablo de T.O., de Baskett, de mis padres, de Jake, de la Invasión Asiática, de las fotos de mi boda, del ultimátum que mi madre le ha dado a mi padre y que de hecho está funcionando, en fin, de todo, pero Tiffany no dice nada a modo de respuesta. Cuando ya no tengo nada más que decir simplemente caminamos y caminamos hasta que finalmente llegamos de nuevo a casa de los Webster y es hora de despedirnos. Le ofrezco la mano y le digo:
—Gracias por escuchar. —Cuando me doy cuenta de que ella no va a darme la mano comienzo a alejarme.
—Mírame —dice Tiffany como si cantase, lo cual es algo extra?o puesto que no ha dicho nada en toda la noche, pero yo me doy la vuelta y la miro—. Voy a darte algo que te confundirá, puede que incluso te cabree, así que no quiero que lo abras hasta que estés muy relajado. Hoy ni hablar. Espera un par de días y cuando estés contento abre la carta.
Al decir esto saca un sobre del bolsillo de su chaqueta y me lo entrega.
—Guárdatelo en el bolsillo —dice, y hago lo que me pide porque se está poniendo muy seria—. No volveré a correr contigo hasta que me des una respuesta, te dejaré solo para que pienses. Decidas lo que decidas, no puedes contarle a nadie el contenido de la carta, ?comprendido? Si se lo dices a alguien (incluido tu terapeuta), nunca te volveré a hablar. Te advierto que lo sabré por tu mirada. Es mejor que simplemente sigas mis directrices.