El lado bueno de las cosas

Cuando finalmente subo la escalera veo que el televisor de papá es una de esas teles nuevas de pantalla plana, de esas que anunciaban el día que vimos el partido de los Eagles contra Houston, y tiene casi el tama?o de la mesa del comedor. Es inmensa, solo tres cuartas partes de la tele caben sobre la mesa y parece que haya sido colocada con mucho cuidado, como si pudiera caerse cuando soplen los vientos oto?ales. Aun así, a pesar de que me siento mal por mamá, he de admitir que la calidad de la imagen es excelente. El sonido de los comentaristas llena la casa y casi parece que se esté jugando el partido en la salita (y me entran ganas de ver el próximo partido de los Eagles en esta tele, pues los jugadores casi parecerán de verdad).

Me quedo de pie detrás del sofá durante un instante, admirando el televisor nuevo de mi padre, esperando que se dé cuenta de que estoy ahí. Aun así, digo: —Papá, ?te has comprado un televisor nuevo?

Pero no me contesta.

Está enfadado con mamá porque le ha cuestionado la compra, así que ahora no le hablará a nadie el resto del día. De modo que salgo de casa y me encuentro a Tiffany corriendo calle arriba y abajo.

Tiffany y yo corremos juntos pero sin hablar.

Cuando vuelvo a casa, Tiffany se va corriendo sin siquiera decir adiós, y cuando yo llego a casa, el coche de mamá no está.





QUIZá UN XILóFONO DISTANTE


A las once de la noche mi madre aún no ha vuelto y yo empiezo a preocuparme, porque cada noche a las 10.45 me tomo las pastillas que me ayudan a dormir, y no creo que mamá quiera fastidiarme el horario de las medicinas.

Llamo a la puerta de la habitación de mis padres. Cuando nadie responde abro la puerta. Mi padre está durmiendo con el peque?o televisor de la habitación encendido. El brillo azul que refleja en su piel hace que parezca un extraterrestre (también parece un pez gigante en un acuario iluminado, pero sin las branquias, las escamas y las aletas). Me acerco a papá y lo sacudo con suavidad.

—?Papá? —Lo sacudo un poco más fuerte—. ?Papá?

—?Qué, qué quieres? —dice sin abrir los ojos. Está tumbado de lado y la parte izquierda de su boca está apretujada contra la almohada.

—Mamá aún no ha vuelto a casa, estoy preocupado.

No dice nada.

—?Dónde está?

Sigue sin responder.

—Estoy preocupado por mamá; ?crees que deberíamos llamar a la policía?

Espero una respuesta, pero mi padre esta roncando suavemente.

Después de apagar el televisor, salgo de la habitación de mis padres y bajo a la cocina.

Me digo a mí mismo que si papá no está preocupado, yo no debería estarlo. Pero sé que no es propio de mamá dejarme solo sin decirme dónde va a estar, especialmente sin decirme nada de las medicinas.

Abro el armario de la cocina y saco ocho botes de pastillas con mi nombre puesto. En las etiquetas hay nombres deprimentes de medicamentos, pero solo conozco las pastillas por los colores, así que abro los botes para saber cuáles necesito.

Dos blancas y rojas para dormir y también una verde con una raya amarilla, pero no sé qué es lo que hace la verde con la raya amarilla. ?Quizá para la ansiedad? Me tomo las tres pastillas porque quiero dormir y porque sé que es lo que mamá querría que hiciera. Quizá mamá me está poniendo a prueba. Como mi padre le habló mal antes, yo quiero tener a mamá más contenta que un día normal, aunque no sé muy bien por qué razón.

Me tumbo en la cama preguntándome dónde está mamá. Quiero llamarla al móvil, pero no sé su número. ?Habrá tenido un accidente de coche? ?Puede que haya tenido un ataque al corazón o un derrame cerebral? Pero entonces pienso que algún policía o médico nos habría llamado si algo de eso hubiera sucedido, porque ella lleva consigo sus tarjetas de crédito o su carnet de conducir. Quizá se haya perdido con el coche, pero en ese caso habría utilizado el móvil para llamar a casa y decirnos que llegaba tarde. Quizá se ha hartado de papá y se ha marchado. Pienso en esto y me doy cuenta de que, excepto los momentos en los que bromea con lo de que Tiffany es mi ?amiga?, no he visto reír o sonreír a mi madre en mucho tiempo. De hecho, si lo pienso seriamente, normalmente veo a mamá llorando o a punto de llorar. Quizá se ha cansado de tener que llevar la cuenta de mis pastillas. Quizá alguna ma?ana se me olvidó tirar de la cadena y al día siguiente vio las pastillas en la taza del váter y está enfadada porque no me tomo las pastillas. Quizá no he sabido apreciar a mamá, igual que no supe apreciar a Nikki, y ahora Dios me castiga llevándose también a mamá. Quizá mamá nunca vuelva a casa y…

Mientras empiezo a sentirme ansioso de verdad, hasta el punto de empezar a tener la necesidad de golpearme la frente contra algo duro, oigo el motor de un coche.

Cuando miro por la ventana veo el sedán de mamá.

Corro escalera abajo.

Estoy en el umbral de la puerta antes incluso de que ella llegue al porche.

—?Mamá? —digo.

—Solo so… soy yo —dice a través de las sombras de la entrada.

—?Dónde estabas?

—Fuera. —Cuando la veo a la luz parece como si fuera a caerse, así que me acerco a los escalones, le doy la mano y la cojo por los hombros. Su cabeza se tambalea, pero me mira a los ojos y dice: