Entrelazados

Con eso, Riley se apartó de ella y salió por la ventana.

Cuando él estuvo lejos, ella se puso en pie y miró bajo la cama. Había una caja atada con un lazo rojo. Mary Ann la sacó a la alfombra con las manos temblorosas, y abrió la tapa. Cuando vio lo que había dentro, no pudo evitar echarse a reír.

Esperaba que la noche también terminara con una sonrisa.

Aden estaba frente al espejo de su habitación, mirándose. Llevaba puesto el regalo de Victoria. Un traje. Era un caballero de brillante armadura. La armadura era delgada y ligera, así que no le pesaba mucho, y le cubría desde el cuello hasta los tobillos. Sólo se abría allí por donde las piezas no estaban soldadas: en los codos, las mu?ecas, el estómago y las rodillas.

—?Qué tal estoy? —le preguntó a Shannon cuando el chico entró en la habitación.

—Estupendo, pero Dan no te-te va a dejar ir a la fiesta. Tenemos un invitado. Esta ma?ana, el se?or Sicamore decidió tomarse unas vacaciones indefinidas, pero ha recomendado a alguien nuevo. Creo que a Dan le gustó el tipo y lo ha contratado directamente. La se?ora Reeves ha hecho una cena especial para todos, para que podamos sentarnos a la mesa y c-conocernos. Dan me dijo que avisara a todo el mundo y que los llevara a la casa.

Estupendo.

?Victoria te sacará de ésta?, le dijo Elijah.

Se relajó. Aquella noche no iba a preocuparse por la reunión con las brujas, ni por el hecho de poder perder a Caleb. Aquella noche iba a hacerse valer ante el padre de Victoria y a liberarla de aquel estúpido compromiso.

—Dile a Dan que estoy enfermo, que me he contagiado de lo que tuviste tú —le rogó—. Dile que me has ayudado a acostarme.

—Si me pillan mintiendo…

—Pero no te van a pillar. Te lo juro.

Shannon titubeó. Después asintió y se marchó. Aden oyó a los otros chicos por el pasillo. Iban hablando sobre la cena, arrastrando los pies. Finalmente, la puerta del barracón se cerró. Aden metió la almohada en la cama para que pareciera que estaba en la cama, y apagó todas las luces. ?Dónde estaba Victoria? Debería haber llegado…

Oyó el golpe de una piedrecita en la ventana. Se asomó y vio a Victoria a unos cuantos metros, ba?ada en luz de luna. Al verla, a Aden se le cortó la respiración. Llevaba más mechones azules en el pelo, y lo tenía, en parte, recogido en un mo?o, y en parte cayéndole como una cascada de rizos por la espalda. Se había puesto un vestido de terciopelo azul que le ce?ía el pecho y la cintura, y que caía libremente hasta sus tobillos. Las sandalias dejaban a la vista sus u?as pintadas de rosa brillante.

Una damisela y su caballero andante, pensó Aden con una sonrisa.

Salió por la ventana con una agilidad sorprendente, teniendo en cuenta que llevaba una armadura, y se reunió con ella. No se besaron. Sólo se miraron fijamente. Desde que ella le había anunciado su compromiso con Dmitri, habían perdido la familiaridad, y a él no le gustaba.

Por fin, Aden dijo:

—Estás muy guapa.

—Gracias. Tú estás… para comerte.

Un gran cumplido, para una vampira.

—?Tienes sed?

Ella se lamió los labios.

—?De ti? Siempre.

—Entonces, bebe.

Ella le miró el cuello, y sus ojos cristalinos se llenaron de anhelo. él le había dado mucha sangre aquella última semana.

—Esta noche no. Esta noche necesitas todas tus fuerzas. Y las mías —dijo Victoria, mientras alzaba la mano en la que llevaba el anillo de ópalo.

—No —dijo Aden—. No te cortes. No puedo soportar verte sufrir.

?Acepta su oferta, Aden?, le dijo Elijah. ?Por favor. Tengo el presentimiento de que vas a necesitarlo?.

—Aden… —dijo Victoria.

—No —respondió él, para los dos.

Aunque necesitara la fuerza de Victoria para sobrevivir aquella noche, no iba a permitir que ella se cortara.

Lentamente, ella bajó el brazo y entornó los ojos.

—Si quiero puedo obligarte, ?sabes?

—Pero no vas a hacerlo.

Pasó un instante.

—No. No lo haré. Ni siquiera por tu propio bien.

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