—No —respondió Riley con amargura—. Moriremos sólo si no vas. Cuando asistas, el encantamiento se deshará.
Qué maravilloso día, pensó Aden, mientras se frotaba la sien para intentar alejar la jaqueca que se avecinaba. Su novia estaba comprometida con otro, él era responsable de la vida de sus amigos y tal vez Caleb fuera el siguiente que iba a dejarlo por un grupo de brujas. Caleb, que en aquel momento estaba paseándose por los confines de la cabeza de Aden, murmurando sobre aquella rubia testaruda que debería haberse inclinado ante él.
Atravesaron el bosque a toda prisa, saltando sobre las ramas y asustando a conejos y ardillas, que también corrían hacia sus guaridas. Debían de haber sentido el peligro.
?Hay una manera de ganarle a Victoria a Dmitri?, dijo Elijah.
—?Y cómo? —preguntó él.
—?Y cómo qué? —preguntó Victoria.
?Convenciendo a su padre de que tú eres más importante para su gente que Dmitri?.
A él se le aceleró el corazón.
—?Y podré hacerlo?
—?Hacer qué? ?Ah! —dijo ella, y sonrió débilmente—. No estás hablando conmigo, ?verdad?
Aden negó con la cabeza. Por una vez, no se había avergonzado por el hecho de que lo sorprendieran hablando con la gente de su cabeza.
?Todo es posible?, dijo Elijah evasivamente.
Lo cual significaba que Elijah no podía ver el resultado de aquel intento. Y eso significaba que Aden tendría que hacerlo a ciegas. Y eso significaba que podría ocurrir cualquier cosa. Buena o mala.
Aquella noche, Riley se quedó con Mary Ann. Aunque la ventana de su habitación estaba cerrada, oía los aullidos de los lobos que estaban vigilando. A pesar de los sucesos tan graves de aquel día, los dos hablaron y se rieron, y volvieron a besarse. Cuando salió el sol, los aullidos cesaron y entonces, Mary Ann se quedó dormida.
Y cuando despertó, el sol estaba en lo más alto del cielo y Riley estaba a su lado. Volvió a pensar inmediatamente en los lobos, como si su mente sólo hubiera estado esperando a que despertara para continuar. No estaba segura de que su presencia fuera beneficiosa. La noche anterior, las noticias habían anunciado la muerte del matrimonio Applewood y la habían atribuido al ataque de unos animales salvajes. Los hermanos de Riley corrían peligro de ser perseguidos y cazados por la gente de la ciudad, que querría proteger a sus familias.
—Vlad se aseguró de que supieran cuidar de sí mismos —dijo él, como si le estuviera leyendo el pensamiento. Y tal vez fuera así. Ella no sabía de qué color era su aura en aquel momento—. Además, han aullado para que yo supiera que han eliminado a un duende.
De acuerdo. Mary Ann no lo sabía.
—?Cuántos aullidos ha habido? —preguntó. Había perdido la cuenta.
—Veintiocho.
Vaya.
—?Y cuántos duendes hay?
—Como los lobos, van en manadas, y es difícil saberlo.
Ella se acurrucó contra él, y oyó los latidos de su corazón.
—Tal vez los duendes se coman a las brujas.
—Tal vez —dijo él, aunque no parecía muy convencido.
—Si yo anulo el poder de Aden, ?por qué no anulo la maldición de las brujas?
—Yo anulo tu capacidad, ?no te acuerdas? O tal vez incremento sus poderes. Todavía no lo sé. De todos modos, creo que eso significa que tú y yo debemos estar juntos —dijo. Evidentemente, quería animar el ambiente.
—Me gusta lo que piensas —dijo Mary Ann. Mucho—. ?De verdad vamos a morir si Aden no puede ir a la reunión de las brujas?
Riley le besó la sien.
—No te preocupes. No permitiré que te ocurra nada.
Aunque él había evitado la pregunta, aquella evasiva era respuesta suficiente. Sí, iban a morir.
—?Te han echado algún otro maleficio?
él asintió de mala gana.
—Cuéntamelo, por favor.
Al principio, él no respondió, y ella pensó que no iba a hacerlo. Después, Riley suspiró.