Entrelazados

Pronto llegaron a una casa enorme y aislada. Tenía cinco pisos, y las ventanas estaban pintadas de negro para hacer juego con el ladrillo. La puerta de la verja, que era de hierro forjado, chirrió al abrirse. A cada lado de la entrada había un lobo haciendo guardia.

—Vaya. Sé que me habías dicho que vivías a las afueras de la ciudad, y que tu casa estaba escondida, pero no me lo esperaba —dijo Mary Ann, con la nariz aplastada contra el cristal de la ventanilla.

—Tuvimos que renovarla para adecuarla a nuestras necesidades —dijo Riley.

—?Y vas corriendo desde aquí al instituto? —le preguntó Aden—. ?Y al rancho? ?Todos los días.

—Más o menos —dijo Victoria—. He estado practicando mis habilidades de teletransporte. Creo que así es como lo llamáis los humanos. Moverse de un lugar a otro con el pensamiento. Cada vez se me da mejor.

?De veras? ?Podía teletransportarse?

No había tiempo para hacer más preguntas. El coche se detuvo y los cuatro salieron para dirigirse hacia la casa. Las puertas se abrieron, y Aden reconoció a la figura que salió por ellas. Dmitri. Aquello le causó furia.

Se colocó delante de Victoria. Dmitri ense?ó los dientes, pero aquél fue su único gesto de desagrado.

El vampiro se acercó a ellos. Victoria le tomó la mano a Aden, se la apretó, y después se colocó a su lado.

—Te estaba esperando —le dijo Dmitri, que se inclinó para darle un beso. Ella apartó la cara. Entonces, él miró con irritación a Aden—. Veo que no has hecho caso de mi advertencia.

—Mi padre ha ordenado que estuviera presente, ?no te acuerdas?

—Sí. Por eso creo que te va a parecer interesante el entretenimiento de esta noche. Ven —dijo. Se dio la vuelta y entró en la casa.

Ellos lo siguieron. Entraron en el vestíbulo y Aden se vio, de repente, rodeado por más riquezas de las que nunca hubiera imaginado. Había un banco blanco y brillante, que parecía hecho de perlas, y en las paredes había adornos de oro y plata, y aparadores de cristal llenos de jarrones de colores.

Victoria tiró de él, así que no pudo verlo todo bien. Mary Ann estaba tan asombrada como él, y tenía el cuello girado para poder seguir mirando el espacioso vestíbulo hasta el último segundo.

No subieron por la escalera, sino que atravesaron la casa, que aparentemente estaba vacía, hasta unas puertas dobles que se abrieron sin necesidad de que Dmitri las tocara.

De repente, el ambiente olía a sangre. Aden oyó voces que conversaban, pero las palabras eran tan rápidas que le recordaron a los chirridos de los grillos.

Dmitri se detuvo, sin salir a la terraza. Había farolillos en los árboles, y un gran círculo plateado en el centro del jardín, al nivel del terreno. No había nadie sobre él.

La gente estaba en el césped. La mayoría de las mujeres llevaban túnicas negras y los hombres, pantalones y camisas del mismo color. Bebían en cálices, y se movían al ritmo de una música seductora que susurraba con la brisa. Había humanos, vestidos de blanco, que ofrecían el cuello, los brazos, las piernas, lo que fuera, cada vez que un vampiro les hacía un gesto para que se acercaran.

Tenían los ojos vidriosos, y sus movimientos eran de ansia, como si estuvieran impacientes por recibir un mordisco. Oh, sí. Esclavos de sangre.

—Disculpad, pero no habrá tiempo para que bailéis —dijo Dmitri—. Hay muchas cosas que ver, ?sabéis?

—?Dónde están mis hermanas? —preguntó Victoria.

—Las he confinado en sus habitaciones.

Ella se puso rígida.

—Tú no puedes hacer eso.

—Puedo, y lo he hecho —dijo él, y a?adió, sin darle tiempo para responder—: Bien, ?qué deseas de aperitivo, Aden? —entonces, se?aló hacia las dos mesas que había a cada lado del jardín.

Aden siguió la dirección de su dedo índice y se quedó sin respiración. En una de las mesas estaba Ozzie. Llevaba unos vaqueros, pero no tenía camisa. Estaba atado, inmóvil, con la mirada fija. Muerto. Aden se quedó aturdido.

Gena Showalter's books