—Es cierto y lo sabes. Lo intuyes, como un peque?o fuego ardiéndo dentro de ti. Ahora todo tiene sentido. Las piezas empiezan a encajar. ?A que sí?
Perdiz se ha quedado boquiabierto pero la mente le bulle. Es verdad: necesitaba cosas y se le presentó la oportunidad de obtenerlas. Hacía a?os que Glassings llevaba pidiendo hacer una excursión a los Archivos de Seres Queridos y justo ahora, de buenas a primeras, ?se la conceden?
Bradwell le pregunta a Perdiz en voz baja, en un esfuerzo por mantener la calma: —?Cómo te cruzaste con Pressia?
—No lo sé. Me contó que estaba esquivando a los camiones de la ORS. Los había por todas partes.
—La ORS. Cielo santo. Habéis sido unas ovejas y os han ido llevando al redil.
—?La ORS? ?Crees que reciben órdenes de la Cúpula? Pero ?no son revolucionarios?
—Tendría que haberme dado cuenta. Incluso la muertería, seguro que también estaba planeada. Han utilizado los cánticos de los equipos para acorralarla. —Bradwell da vueltas de un lado para otro pegando puntapiés a las piedras—. ?Te crees que la Cúpula te va a dejar por ahí suelto, a tu aire? Ellos lo han planeado todo. Tu papaíto se ha encargado de todo.
—Eso es mentira —replica Perdiz en voz baja—. Un poco más y me matan las aspas del ventilador.
—Pero no te mataron.
—?Cómo saben dónde está Pressia? Dijo que no le funcionaba el chip.
—Pues se equivocaba.
—Pero ?qué quieren de ella?
—Tengo que ver todo lo que llevas ahí —le pide Bradwell—. Quiero saber lo que sabes, todo lo que tienes en la cabeza. Y eso es lo que vales para mí, ?lo entiendes?
Perdiz asiente y dice:
—Vale. Pero puedo ayudar.
Lyda
Tiras
Desde su habitación Lyda alcanza a ver las caras de las otras chicas cuando miran por las ventanillas rectangulares que hay en la esquina superior izquierda de las puertas. Ella es la que lleva más tiempo. El resto de rostros del ala vienen, se quedan un día y luego desaparecen… ?Para ir adónde? Ella no lo sabe. Reubicación, así lo llaman las guardias. Cuando le llevan la comida a Lyda en las bandejas compartimentadas murmuran sobre su reubicación. Se preguntan por qué se está retrasando y algunas han llegado a preguntarle, medio en broma: ?Y tú, ?cómo es que sigues aquí?? Para ellas supone un misterio, pero no se les permite hacer muchas preguntas. Hay quienes conocen su vínculo con Perdiz; algunas incluso han bajado la voz para interrogarla sobre él. Una le preguntó: ??Para qué quería usar el cuchillo?? ??Qué cuchillo??, respondió Lyda.
Las caras flotantes de las chicas, como sin cuerpo, en las ventanas rectangulares del resto de celdas de detención son una forma de llevar la cuenta de los días. Llegará otra chica y luego una nueva ocupará su lugar. Algunas van a terapia y después regresan; otras no. Tienen las cabezas relucientes, recién afeitadas, y los ojos y la nariz hinchados y levantados de tanto llorar. La miran y ven en ella algo distinto: a alguien que no está perdida sino encerrada. Le clavan sus ojos suplicantes. Algunas chicas intentan hacer preguntas por medio de gestos con las manos, pero es casi imposible; las guardias hacen la ronda y van dando en las puertas con sus peque?as porras: antes de que pueda desarrollarse un lenguaje de gestos la chica ha desaparecido.
Hoy, sin embargo, ha venido una de las guardias y no es la hora de comer. Descorre el cerrojo de la puerta y le dice:
—Hoy te toca ocupacional.
—?Ocupacional? —le pregunta Lyda.
—Terapia. Vas a tejer una esterilla para sentarte.
—Bueno. ?Necesito una esterilla para sentarme?
—?Alguien necesita una esterilla de esas? —pregunta la guardia en respuesta; luego le sonríe y le susurra—: Es una buena se?al. Eso quiere decir que alguien se está ablandando contigo.
Lyda se pregunta si su madre habrá movido algunos hilos. ?Se trata del principio de una rehabilitación real? ?Significará que alguien cree que puede volver a estar bien (aunque en realidad nunca haya estado mal)?
El pasillo se le antoja otro mundo. Va asimilando el suelo embaldosado, las lechadas impolutas, el frufrú del uniforme de la guardia que la precede, la pistola eléctrica que sube y baja atada a su cadera, un armario de la limpieza al lado de una gran pulidora de suelos desenchufada.
Tras una de las ventanitas hay una cara, una chica con los ojos desorbitados por el miedo, y en otra, una joven que está tranquila. Lyda las va clasificando: a la primera todavía no le han dado sus medicamentos y a la segunda, sí. Ha empezado a fingir que se toma las pastillas pero, en cuanto la guardia se va, las escupe y las aplasta hasta reducirlas a polvo.
La vigilante mira su carpeta y se detiene para abrir otra puerta no muy lejos de la de Lyda. Dentro hay una chica nueva, una cara que Lyda no reconoce, alguien que todavía no ha aparecido por el ventanuco rectangular. La chica tiene las caderas anchas y la cintura estrecha; acaban de afeitarle la cabeza, los rasgu?os son bastante recientes. Lyda deduce que es pelirroja por las cejas.
—?Arriba! —le grita la guardia a la pelirroja—. Venga.
La chica se queda mirándolas a ambas, coge el pa?uelo blanco que tiene en el regazo, se cubre con él la cabeza y se lo anuda en la nuca; a continuación las sigue.
Las conducen hasta una sala con tres mesas largas y bancos a los lados. Lyda ve ahora al resto de chicas, de cuerpo entero, no solo sus caras. Se sorprende; es como si hubiese olvidado que podían tener cuerpos. Reconoce a unas cuantas de las ventanas de los últimos días. También llevan la cabeza cubierta con un pa?uelo y visten monos blancos idénticos. ??Por qué blancos??, se pregunta Pressia. Con lo fácil que es que se manchen. Y luego se le ocurre que eso es algo que ya no le afecta; el miedo a las manchas pertenece a su antigua vida, aquí no tiene razón de ser. No cuando existe el miedo a un confinamiento de por vida.
Las chicas están tejiendo esterillas, tal y como le ha dicho la guardia. Tienen tiras de plástico de varios colores y las van entrelazando entre sí, formando un dibujo a cuadros, igual que los ni?os en los campamentos.
La guardia les dice que tomen asiento. Lyda se sienta al fondo, junto a otra chica, y la pelirroja se le pone enfrente. Empieza a coger tiras —solo rojas y blancas— y a trenzarlas a toda prisa, con la cabeza inclinada sobre la labor.
La que está sentada junto a Lyda levanta la vista y la mira con unos intensos ojos casta?os, como si la reconociera, para luego bajar la cabeza y regresar a la tarea. Lyda no la ha visto antes. Por toda la fila las chicas parecen volverse rápidamente y mirarla de reojo: la que mira le da un codazo a la siguiente y se produce una reacción en cadena.
Lyda es famosa, aunque esas chicas tienen que tener más idea que ella de por qué.
Las guardias se han ido a una esquina y charlan apoyadas contra la pared.
Lyda las mira de reojo y coge un pu?ado de tiras de plástico. Juguetea nerviosa con los dedos. Todo está en silencio un rato hasta que la chica de al lado le susurra: