Da media vuelta.
En ese instante la golpean en el brazo. Un gru?ido, una respiración, y alguien que la coge por la barriga, la levanta y echa a correr. Al principio cree que es Perdiz o alguien de la muertería. Pero no. Oye un motor: es la ORS. Echa mano del cuchillo que le dio Bradwell, agarra el mango y lo saca del cinturón pero entonces una mano con un oscuro dedo de metal le rodea la mu?eca con tanta fuerza que deja caer el cuchillo, que resuena contra el suelo.
La mano con el dedo metálico le tapa la boca. Intenta gritar pero está amordazada. Como el ni?o de los dedos mutilados de la sala de encima de la reunión, le muerde la parte carnosa de la mano, por donde la piel es más fina. Oye una maldición tan inmunda que a su captor se le contraen las costillas, aunque no hace sino apretarla con más fuerza aún. Le ha hecho sangre y ahora le sabe la boca a óxido y sal. Arquea la espalda, intenta darle patadas y pegarle pu?etazos con la mano de mu?eca. ?Saben Bradwell y Perdiz que la han cogido? ?La buscarán?
Intenta escupir. Siente el viento en el pelo y oye un motor. Alza la vista y ve la parte trasera del camión: han venido a por ella. Se acabó.
Perdiz
Boca
Al cabo de unos minutos Perdiz sube las escaleras de piedra de la cripta para ver dónde está Pressia. ?Por qué tarda tanto? Hace viento. El horizonte está despejado salvo por una mancha en el suelo, sangre recién derramada e impregnada de cristales.
Se vuelve hacia Bradwell, con una mano a cada lado de la escalera y los brazos extendidos.
—?Adónde ha ido?
—?De qué hablas? —Bradwell le empuja al pasar a su lado y sube los escalones de tres en tres—. ?Qué co?o quieres decir? ?Pressia! —grita.
—?Pressia! —chilla ahora también Perdiz, aunque sabe que no deberían; podrían llamar la atención.
Bradwell corre hasta el charco de sangre y Perdiz lo sigue con el estómago encogido por el miedo. No está seguro de qué hacer.
—?Crees que es sangre de ella? —le pregunta a Bradwell con un hilo de voz.
—Tiene una capa fina que está empezando a coagularse. Lleva más tiempo —Bradwell tiene los ojos desencajados mientras escruta los alrededores.
—Ha desaparecido —dice Perdiz—. No volveremos a verla, ?no?
Bradwell mira en todas direcciones y le grita: —?No digas eso! Ve a mirar en la casa de la anciana. Yo subiré ahí arriba para intentar tener una mejor panorámica.
El aire se ondea con las sombras grises de la ceniza. Perdiz se queda desorientado por un momento. Ve luego la entrada de la anciana donde, no hace tanto, ha descubierto que su madre sobrevivió. Y ahora Pressia ha desaparecido, y es culpa suya. Corre hacia la casa, que ya no tiene tablones por puerta. Se desliza por el espacio estrecho y grita: —?Pressia!
La mujer no tenía nada. Un hoyo para hacer fuego en un punto donde la casa no tenía techo, unos cuantos tubérculos en un rincón oscuro y unos trapos enrollados en el suelo, moldeados como para que parezcan un bebé, con una boca marrón oscuro, como de sangre seca.
Oye a Bradwell gritar fuera:
—?Pressia!
No hay respuesta.
Perdiz vuelve corriendo a la calle con Bradwell.
—?Nada? —Más que preguntarle, le está exigiendo una respuesta. Bradwell parece saberlo todo, debería saber esto—. ?Se la han llevado?
El chico se da la vuelta y le pega un pu?etazo en la barriga a Perdiz, que pierde el equilibrio y clava una rodilla en el suelo mientras se coge la barriga con el brazo y apoya los nudillos de la otra mano en el suelo de piedra.
—?Qué haces? —musita, con una voz que es un murmullo ronco; le falta aire en los pulmones.
—?Tu madre está muerta! ?Te enteras? ?Te crees que puedes venir aquí y hacer que lo arriesguemos todo por una mujer muerta? —le grita Bradwell.
—Lo siento. Yo no quería…
—?Te crees que eres el único que ha perdido a alguien y que quiere volver a casa? —Bradwell está furioso, se le marcan las venas de las sienes y suena el extra?o ruido de tela en su espalda—. ?Por qué no te vuelves a tu bonita cúpula y te ci?es al plan: ver cómo nos morimos aquí todos ?desde la distancia, con benevolencia??
Perdiz sigue intentando que el aire le llegue a los pulmones, pero, mientras, se siente bien allí tirado en el suelo, se merece que le peguen. ?Qué ha hecho? Pressia ha desaparecido.
—Lo siento. No sé qué más puedo decir.
Bradwell le dice que se calle.
—Lo siento.
—Ha arriesgado su vida por ti.
—Sí, lo sé. —Perdiz comprende que el otro chico no pueda ni verlo.
Bradwell coge al puro por los brazos y lo levanta del suelo pero este siente una oleada de furia e instintivamente empuja a Bradwell en el pecho. Sus movimientos son más rápidos y contundentes de lo que esperaba, casi lo tumba en el suelo.
—No lo he hecho aposta.
—Si no hubieses venido, ella estaría bien.
—Ya lo sé.
—Ahora te tengo aquí y estás en deuda conmigo. Se lo debes a ella. La misión es esta, no tu madre: Pressia. Tenemos que encontrarla.
—?Tenemos? ?Y qué hay de tu bonito discurso sobre cómo sobreviviste porque no te dejaste lastrar por nadie, porque siempre has estado solo?
—Mira, te ayudaré a encontrar a tu madre solo si primero me ayudas a encontrar a Pressia. Es lo que hay.
Perdiz se odia a sí mismo por pensarlo, pero le asalta la duda. Tal vez Bradwell tuviese razón en la cripta, quizá sea mejor ir por cuenta propia, lo mejor para sobrevivir. ?Podría lograrlo él solo? ?Adónde iría a partir de aquí? Piensa en Pressia, en cómo ella tiró el zapato para darle al bidón de gasolina. Si no fuese por ella ya estaría muerto. A lo mejor así es como tiene que ser, quizá sea el destino.
—Tenemos que encontrar a Pressia —sentencia Perdiz—. Claro. Es lo más justo.
—Se la han llevado por alguna razón.
—?Qué?
—?Cómo dijiste que habías averiguado la forma de salir de la Cúpula? —le pregunta Bradwell—. ?Por un plano?, ?eso nos contaste?
—Uno de los planos originales del dise?o. Se lo regalaron a mi padre.
—Déjame adivinarlo. Es un regalo bastante reciente, ?verdad?
—Sí, por sus veinte a?os de servicio. ?Por qué?
—?Un plano, joder, enmarcado y colgado de una pared! ?Mierda!
—?Qué tiene de malo? —pregunta Perdiz, pero es como si ya intuyese lo que ha pasado. Se apresura a a?adir—: Yo averigüé por mi cuenta lo del sistema de ventilación. Lo cronometré yo todo, tres minutos y cuarenta y dos segundos.
—?Se te ha ocurrido pensar que esperaban que vieses el plano?
—No. No puede ser. A mi padre nunca se le habría ocurrido pensar que yo fuese a escaparme ni nada parecido. —Perdiz sacude la cabeza—. Tú no lo conoces.
—?De veras lo crees?
—No me tiene en tanta consideración.
—Ya, claro, ?es un poco vergonzoso que tengan que enmarcarte el puto plano y colgarlo en la pared!
—?Cállate! —grita Perdiz.