El mapa de los anhelos

—?Qué tal ha ido?

—Podría haber sido peor, supongo.

—Sospecho que no eres de las que ven el vaso medio lleno.

—Punto para ti. ?Y tú? ?Eres optimista?

—En estos momentos de mi vida cogería el dichoso vaso y lo estrellaría contra la pared hasta hacerlo a?icos. Espero que eso responda a tu pregunta.

Apoyo los codos en la mesa y la barbilla sobre las manos mientras lo miro fijamente. Lo que me gusta de nuestra dinámica es que ninguno de los dos considera al otro un bicho raro, aunque es evidente que somos dos círculos intentando encajar en un mundo lleno de cuadrados perfectos.

—?Problemas familiares? ?Te rompieron el corazón? ?O te presentaste a un concurso musical de jóvenes talentos y no te cogieron?

Le brillan los ojos cuando sonríe.

—Has dado en el clavo. Interpreté una canción de los Backstreet Boys y me dieron puerta. Fue muy traumático.

—Retiro lo que te dije en el coche; tu sentido del humor es bastante aceptable, pero no lo suficiente como para distraerme y cambiar el rumbo de la conversación. Así que volvamos a la idea del vaso, el optimismo y todo eso. Percibo en ti cierto enfado…

—Entonces, no solo eres capaz de ver de qué color es la gente, sino que además crees que eres una de esas adivinas de feria —replica burlón.

—Dime con quién estás enfadado.

Puede que sea porque nota mi determinación o porque está cansado de esconderse, pero cuando Will suelta un suspiro sé que he ganado esta batalla, aunque no la guerra.

—De acuerdo. Te lo diré si me explicas por qué piensas que soy morado y a qué viene todo eso de las almas…

—Las auras.

—?No es lo mismo?

—No. —Me entra la risa y Will permanece en silencio observándome hasta que cierro la boca. Parece sorprendido. Probablemente sea porque es la primera vez que suelto una carcajada delante de él, algo que, a decir verdad, no hago muy a menudo. Ante el atento verde de sus ojos me siento desnuda—. El aura es la energía que desprendes.

—?Y de dónde sacas esa idea?

—No va a gustarte mi respuesta.

—?Por qué?

—Porque eres un escéptico, Will.

—Intenta convencerme, entonces.

—Cuando era peque?a, mi abuelo me regaló un cuento demasiado infantil para mi edad: explicaba los colores utilizando las emociones de las personas para hacerlo. Por aquel entonces, como me aburría en el colegio, pasaba el rato intentando deducir qué tonalidad podría corresponder a cada compa?ero. Un día se lo conté a Lucy y le encantó el experimento, así que, desde ese momento, lo hacíamos juntas; analizábamos a sus amigas, a los chicos que le gustaban y a los vecinos. Es fácil deducir cómo es la gente que te rodea si te molestas en observarlos bien. En realidad, todos somos arcoíris, pero siempre hay un color predominante en cada uno de nosotros.

—?Y la conclusión es…?

—Que solo es un juego.

No le digo que siempre me he sentido atraída por el color morado; por la melancolía y la arrogancia, el misterio y la vanidad, la expiación, la magia y la fantasía…

—Las chicas Peterson tenéis un interés preocupante por los juegos…

—Será por un exceso de imaginación.

—Eso me parecía. ?Y por qué crees que mi aura es de color morado?

—No tiene ninguna gracia que te dé todas las respuestas. Además, como bien has dicho, me gusta jugar, así que búscalo por tu cuenta.

—Eso es hacer trampa.

—Yo dicto las reglas.

La sonrisa de Will se torna más pronunciada y ahí, justo ahí, en la medialuna de sus labios, percibo un rastro oscuro y enigmático. Le gustan los retos. Sé que le gustan. Pero también creo que intenta contenerse con todas sus fuerzas.

—Vale. Entonces adivina tú con quién estoy enfadado.

Acepto el esperado contraataque sin quejas ni reproches.

—Con tu padre. Es bastante típico.

—No.

—Pues, una vez descartada esa opción, está claro que se trata de una chica. Tu novia, imagino. Déjame que haga una recreación: universitaria intelectual, porque a ti te gusta leer, de esas que visten con estilo sin necesidad de ponerse encima nada extravagante. ?Gafitas de pasta, quizá? —Will me mira fijamente y permanece inmóvil—. Usa bolsos de piel clásicos tipo bandolera y siempre lleva encima alguna libreta y caramelos de miel. Seguro que habíais hecho planes para el futuro, pero, al final, la cosa no funcionó y tú acabaste con el corazón roto.

—No.

—Lo que no entiendo es por qué decidiste refugiarte en un lugar como Ink Lake para lamerte las heridas. Y sigues sin decirme de qué conoces a mi hermana.

—No es una ex —insiste.

—?Se trata de tu madre? Espero que no sea nada relacionado con el complejo de Edipo, ya deberías haber superado esa etapa del desarrollo psicosexual.

—?Nadie te ha dicho nunca que eres de lo más peculiar?

—Desde que tengo uso de razón.

?Pero tú también —quiero a?adir—. Tú también tienes algo que te hace diferente, aunque aún no sé el qué, y por eso no me veo empujada a fingir cuando estamos juntos?.

—?Un amigo? —Vuelvo a la carga.

—No.

—Dame alguna pista.

Will ladea un poco la cabeza.

—Lo tienes delante.

—Así que lo que intentas decir…

—Es que estoy enfadado conmigo mismo.

Y, sin darme la oportunidad de indagar un poco más, finaliza la conversación con brusquedad cuando se levanta y camina hacia la barra para pagar la cuenta.





9


La vida monocromática


—?Seguro que las cosas están bien por allí?

—Sí, abuelo. Quédate tranquilo. Todo sigue… como siempre.

No a?ado que eso no tiene por qué ser bueno, claro, dado que él ya lo sabe. La situación en casa es tan tensa que la mínima sacudida podría hacer que todo se derrumbase. Tengo la sensación de que estamos caminando de puntillas, pero ?cuánto tiempo puede alguien soportar hacerlo sin que los talones toquen el suelo?

—Recuerda pasar por mi casa para comprobar que todo esté en orden. Y puedes quedarte allí cuando quieras, ya lo sabes, tienes la llave. Pero nada de fiestas.

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