El mapa de los anhelos

—?Qué quieres? —Va directo al grano.

—Es que estaba pensando…, estaba pensando mucho. Verás, aquello que me pediste sobre escribir las cosas que me gustan es una tontería tan enorme como Neptuno. O Saturno. Yo qué sé, ahora mismo no recuerdo cuál es el planeta más grande.

—Júpiter.

—Vale, pues eso. Es una estupidez así de grande.

—Si te interesa mi opinión, diría que le encuentro bastante sentido y encaja con el nombre del juego. ?El mapa de los anhelos? tiene que ver con aquello que deseas.

—La cuestión es, Will, que tu opinión me da un poco igual. No te ofendas, es que nos conocemos poco. Quiero decir, me pareces interesante, pero solo en un plano superficial. Eres como mirar un cuadro de Cézanne, resultas atractivo a primera vista, pero si una no tiene una idea general sobre la historia del arte moderno no puede apreciar lo que está viendo de una manera significativa.

—Creo que me he perdido.

—Lo importante está en los detalles, como saber si te gusta el café fuerte y cuántas cucharadas de azúcar le echas, si crees en los fantasmas o qué estación del a?o te hace más feliz. Conocer a alguien es el arte de la anticipación. Y entre nosotros eso no existe, así que resulta un poco incómodo compartir contigo este ejercicio de autodescubrimiento o lo que sea que Lucy se propusiese.

Will se muestra imperturbable.

—Tú tampoco lo pones fácil.

—Es que da vértigo dejarse ver. En cierto sentido, a todos nos ense?an que lo más seguro es mantenernos escondidos dentro del caparazón. Instinto de supervivencia, lo llaman. ?Te imaginas que cada uno dijese lo primero que se le pasase por la cabeza? El mundo sería un lugar caótico. En realidad, si lo piensas bien, todos somos actores profesionales.

—?Y qué obra interpretas tú?

Will sonríe y apoya un brazo en la barra, muy cerca del mío. Intento contar los centímetros que nos separan: diría que hay unos trece. Y otra cosa más: tengo la piel erizada, pero me digo que es a causa del frío que hace allí dentro.

—La chica de las cerillas mojadas.

—?De qué trata?

—Pues de una chica que parecía que iba a incendiar el mundo hasta que se dio cuenta de que no tenía nada para encender fuego.

—?Y no le ense?aron el truco de los palitos en algún campamento de verano? Sería un buen giro de la trama —bromea Will sin dejar de mirarme.

—Deberíamos dejar de hablar metafóricamente.

—Adiós a la diversión.

—Eso me recuerda que te pedí una copa al llegar.

—?No has bebido ya suficiente?

—No. De algo dulce, por favor.

Al ver que Will ignora mi petición, decido rodear la barra y coger una botella de licor de cerezas sin pedir permiso. Me sirvo dos dedos en un vaso y vuelvo al taburete. él me observa tan atento como siempre. Sus ojos brillan como vidrio esmerilado, viste una camiseta oscura con el cuello ovalado y algunos mechones de cabello resbalan por esa frente que frunce demasiado.

—Volvamos al asunto del juego. Podemos empezar por un par de cosas que sé que te gustan: desobedecer las reglas y divagar sobre todo y nada en particular.

—Tengo que darte la razón —digo.

—Bien. Pues sigamos. ?Por qué no cierras los ojos, te relajas y dices lo primero que se te pase por la cabeza?

Valoro su oferta con detenimiento.

—?Lo harías tú también?

—Dame una buena razón.

—Por lo que te he dicho antes sobre poder apreciar una obra de arte en toda su magnitud. Necesito verte para que tú me veas a mí. Además, es lo justo.

—La justicia según Grace Peterson.

—Sí.

Will suspira y sacude la cabeza. Tiene cierto encanto que siempre parezca contenerse antes de dar su brazo a torcer. Rodea la barra para salir, coge un taburete y se sienta a mi lado. A diferencia de los míos, sus pies sí tocan el suelo y, aun así, me mira desde arriba. Tiene una nariz orgullosa; muy recta, muy clásica. Y una mandíbula obstinada; cuadrada, de líneas marcadas. En contraste, usa una colonia suave. Seguro que tendrá un nombre tipo ?agua de mar? o ?aroma a glaciar?. Como he bebido más de lo debido, me permito preguntarme cómo sería hundir la nariz en su cuello y olerlo.

—Está bien. Comencemos.

—Me gusta tu colonia —digo.

él alza las cejas antes de deslizar la vista por el vestido ajustado que me puse para la fiesta. No se detiene ahí. Baja un poco más.

—Y a mí, tus zapatillas.

Aparto el vaso de licor a un lado porque, de pronto, prefiero estar despierta. Hago lo que propuso instantes antes: cierro los ojos y respiro profundamente. Me sobrevuela el recuerdo de una tarde de oto?o, vestida con botas de agua y saltando en los charcos con Lucy.

—Los días de lluvia. Te toca.

—Los días soleados. —Sonríe.

—Ver como la mantequilla se derrite en una sartén caliente.

—Viajar —murmura.

—Me gusta la perseverancia de las moscas: el ser humano tiene mucho que aprender de ellas.

—Escalar.

—Jugar a buscar las pepitas de las uvas con la lengua y luego masticarlas.

—Leer.

—Las películas raras de cine independiente, esas que cuando terminan te hacen preguntarte qué es exactamente lo que acabas de ver y se quedan contigo durante días.

—La música rock.

Sacudo la cabeza y suspiro.

—Will, creo que solo uno de los dos se está dejando llevar y esto no está funcionando. Como tú has dicho antes, deberías dejar de pensar. Estás siendo genérico. Las cosas que dices podrían representar a cualquiera. Te gusta leer, bien, pero ?qué exactamente? O, por ejemplo, ?lo de viajar tiene que ver con la idea de alejarte de todo lo que conoces, de escapar de ti mismo o de alimentar una curiosidad insaciable?

Will reprime una sonrisa y se lleva una mano a la nuca.

—Sería más sencillo si tú fueses una chica corriente.

—Pero menos estimulante, admítelo.

Coge aire y se mueve. Su rodilla roza la mía. Podría apartar la pierna y supongo que él también, pero ninguno de los dos lo hacemos.

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