El mapa de los anhelos

—Will Tucker —respondo.

Espero una exclamación de sorpresa, la comprensión cruzando su rostro, la extra?eza al percatarse de que es la segunda vez que nuestros caminos se entrelazan. Pero no hay nada de todo eso. Tayler no me reconoce. Por un instante, mientras lo veo terminarse la cerveza de un trago largo, me planteo decirle que, cuando éramos críos, me jodió la vida. También medito seriamente la idea de darle un pu?etazo en la nariz. Pero luego comprendo que no serviría de nada, porque no va a cambiar.

Y eso me recuerda que nuestras posturas son parecidas.

Yo también podría cambiar. Pero no lo hago.

Se levanta poco después y deja un par de billetes en la barra. Los meto en la caja registradora mientras él se encamina hacia la puerta. Antes de salir, dice: —Oye, Will, sin rencores, ?vale? —Chasquea la lengua—. Y hazme caso: olvídate de Grace. Es demasiado complicada, no vale la pena.

La puerta se cierra a su espalda y me quedo mirando ese punto durante un buen rato. Es curioso que existan personas que puedan marcar tu vida de una manera tan profunda y que ni siquiera te recuerden a?os más tarde. Debería estar enfadado, pero tan solo me siento vacío. Y pienso que, en cierto modo, Tayler ha recibido su merecido: tener que pasar el resto de su vida consigo mismo.

Cuando termino de recoger y voy al coche, encuentro un papel de propaganda sujeto en el limpiaparabrisas. Lo cojo y entro porque el viento sopla con fuerza.



?Compra y venta de coches usados. ?Quieres vender tu viejo coche o buscas uno nuevo? Ven a visitarnos, puedes encontrarnos en la siguiente dirección?.



En lugar de tirarlo, me lo guardo en el bolsillo de la chaqueta.





54


Grace


Despedirse de ámsterdam no es solo dejar atrás esta ciudad, sino también a la chica que he sido entre los canales y las casitas estrechas. Nunca había conocido esa versión de mí; una que es capaz de perderse entre las callejuelas y mantener la calma hasta conseguir volver al hostal, una que disfruta sentándose a leer a solas en cualquier sitio mientras contempla los barquitos de colores que se balancean en el agua, una que ha empezado un diario porque necesita hablar consigo misma.

Escribirte es la mejor manera de conocerte. En el folio en blanco puedes dejar guardadas las palabras que no te atreves a decirte en voz alta. Cada día empiezo así: ?Hoy me siento…? e intento hacer el esfuerzo de mirarme por dentro para ordenar mis emociones.

ámsterdam está tan lleno de queso que resulta casi obsceno. En cualquier tiendecita que entres, te ofrecen una peque?a degustación. Y no dejé de pensar en lo mucho que le hubiese gustado a Will. Podríamos haber alquilado algún apartamento, cocer espaguetis en una cazuela y aderezarlos con toneladas de queso.

Pero en estos momentos nos separa un océano, tanto metafórica como literalmente. Y lo echo de menos de una manera tan intensa que a veces me sorprende que pueda sentirme así por otra persona. Supongo que por eso leí sus notas dos días después de llegar. Pensé que esas palabras me consolarían, pero en realidad fueron casi dolorosas. Había algunos sitios de interés general, como un local conocido por hacer las mejores patatas fritas del mundo, pero la mayoría eran asuntos prácticos como el teléfono de las diferentes embajadas de cada país o temas médicos.

Hay algo reconfortante en el hecho de que otra persona se preocupe por ti en esos aspectos cotidianos a los que a veces una misma no presta atención: un masaje en la espalda cuando tienes una contractura, una taza de caldo caliente o esa mano en la frente para comprobar la temperatura. Es la manera física en la que se revela el amor.

Will es perfecto para mí, pero no es perfecto para él.

Renunciar a alguien con la esperanza de que vuelva a ti es un gran acto de fe. He pensado mucho en ello mientras paseaba por los jardines de Vondelpark; el suelo estaba lleno de hojas amarillas, rojizas y marrones, y por un instante me asombró darme cuenta de que esos árboles desnudos volverían a vestirse de verde en primavera.

Supongo que la esperanza consiste en confiar.

Así que ámsterdam se convierte en eso, en esperanza, en el placer de descubrirme, en emborracharme con la belleza postimpresionista de Van Gogh y los autorretratos de Rembrandt, en aprender a estar sola y volver a subir en bici y pedalear sin cesar en línea recta.





55


Will


No estoy seguro de cómo he acabado aquí, pero delante de mí hay dos docenas de coches usados y detrás de mí el vendedor del concesionario que se anunciaba en mi limpiaparabrisas contempla ensimismado el Audi del que estoy a punto de desprenderme.

A decir verdad, me sorprende no haberlo hecho antes.

No es que tenga nada en contra de ese coche, pero no me siento cómodo en él. En cambio, en cuanto piso este lugar, los ojos se me van hacia un viejo Jeep que tiene pinta de haber recorrido muchas millas. Me giro hacia el hombre.

—?Cuánto cuesta ese coche de ahí?

—Bueno, esta semana tenemos una promoción especial…

Y después repite el mismo discurso que probablemente dice cada día y que incluye frases como ?estamos de liquidación?, ?hay otras dos personas interesadas en él? o ?es una oportunidad única?. Pero no me importa. Ya he decidido que voy a comprarlo antes incluso de probarlo. Cuando se lo confirmo al vendedor, sus ojos se agrandan con entusiasmo. Me ofrece por el Audi bastante menos de lo que sé que podría sacar si me tomase la molestia de llevarlo a otros sitios, pero de repente tengo tantas ganas de desprenderme de él que no me lo pienso antes de aceptar sus condiciones.

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