El mapa de los anhelos

—Will… —Trago saliva—. Tú solo piénsalo.

Abre la boca, pero vuelve a cerrarla y sacude la cabeza.

—?Has venido en coche?

—Sí.

—Bien. —Se gira, y me parte el alma ver que su preocupación por mí sigue estando por encima de lo que sea que esté sintiendo. Lo veo coger unos papeles—. Toma.

Acorta la distancia que nos separa y me da unas cuantas hojas llenas de apuntes. Su caligrafía es alargada y fina. Dejo de respirar cuando lo tengo tan cerca que reprimirme para no tocarlo se convierte en toda una haza?a.

—?Qué es esto?

—Algunas notas que estaba tomando para el viaje. Hay sitios interesantes y también cosas prácticas que quizá te sirvan de ayuda en algún momento.

Me doy cuenta de que estoy llorando cuando Will me limpia las lágrimas con los pulgares. Su expresión de enfado da paso al cari?o.

—Vete ya, Grace. Es tu momento.

—También podría ser el tuyo.

—Podría. —Y ahí se queda.

El silencio es esclarecedor. Avanzo hasta la puerta, la abro y lo miro una última vez. Recuerdo lo que pensé el día que lo conocí, esa melancolía púrpura que parecía flotar tras él y que ahora es más evidente que nunca. Quiero arrancársela, pero no puedo.

Hay algo horrible en la expresión ?romper con alguien?. Cuando pienso en la palabra ?romper?, imagino una sandwichera estropeada o un jarrón cayéndose al suelo y haciéndose a?icos. Al romperse lo que se comparte con otra persona no puedes ir a una tienda para comprar un sustituto o limitarte a recoger los pedazos desperdigados por la moqueta. Cuando se abre una grieta que marca dos mitades rotas, te quedas con todo: con los recuerdos, los interrogantes y la dichosa grieta. Y es como volver a montar en bicicleta; no se olvida, no, pero al principio cuesta un poco encontrar el equilibrio. Quizá por eso no le digo adiós. Por eso y porque no quiero despedirme: esta es una situación que me recuerda lo poco que me gustan los finales. Si fuese una película, rebobinaría para disfrutar de las conversaciones que compartimos, del sabor del algodón de azúcar en sus labios, de dejarle un hueco en mi ventana, de ba?arnos en el río…

Pero, como no lo es, la cinta sigue grabando.





51


Grace


Cuando entré en la habitación, ella me pareció más peque?a que la última vez, a pesar de que sabía que era imposible. La habían bajado a planta tras pasar dos semanas intubada. Tenía los labios agrietados, el rostro pálido, las ojeras como dos medias lunas bajo esos ojos que se posaron en mí de inmediato. Y, pese a todo, Lucy sonrió al verme.

—Perdona. El autobús se ha retrasado.

Me senté junto a ella en la cama y mamá se levantó del sillón para dejarnos a solas con la excusa de bajar a la cafetería del hospital. Cogí la manta que reposaba a los pies de Lucy y tiré de ella para taparla un poco más.

—Tengo calor —se quejó.

—Pero hace frío. No vayas a coger otro resfriado…

—Grace, en serio, estoy sudando.

—Como quieras. —Bajé la manta.

—?Me he perdido algo estas semanas? ?Hay novedades?

Me hubiese gustado contarle alguna historia apasionante, pero lo cierto es que no había ocurrido absolutamente nada. Mientras ella estaba en cuidados intensivos, había estado trabajando con la esperanza de no acumular otro despido a la larga lista y un par de noches había quedado con Tayler tan solo para olvidar por un instante lo sola que me sentía y el miedo que me daba perder a mi hermana.

—Nada —dije—. Me alegra que estés de vuelta.

Lucy asintió, pero había algo distinto en su rostro.

—Pensaba que esta vez no saldría.

—?Qué quieres decir?

—Estaba preparada para…

—?Lucy! No digas… No lo digas.

—Pero es cierto. Y no tenía miedo. Ya no.

Encontré su mano bajo la sábana y se la estreché con fuerza. Ella me devolvió un apretón mucho más débil. La miré a los ojos con el corazón latiéndome muy fuerte contra las costillas. Pensé que la quería tanto, era tan fundamental en mi vida, que no podía soportar siquiera oírle decir que estaba lista para abandonar este mundo. ??POR QUé??, la pregunta de mi vida. Que se fuesen otros, pero ella no. Lucy merecía mucho más, porque tenía un corazón bondadoso y una cabeza llena de ideas fascinantes. Aún no se había enamorado. Y no había viajado. Y no había aprendido a montar en monopatín o a tocar el piano. Le quedaban muchas cosas por hacer.

—No deberías irte antes de tiempo —susurré.

—?Qué es mucho o poco tiempo cuando se trata de vivir? Para una mariposa habré tenido una existencia infinita. El otro día se posó en la ventana una amarilla y naranja que estaba moribunda y le dije: ?Jódete, he ganado. Tú solo has vivido cinco días y yo, a?os?.

—Deja de decir tonterías —le pedí, aunque sabía que no lo era.

—?Sabes, Grace? Sí que tengo frío. —Fui a coger la manta, pero ella me apretó la mano otra vez—. Túmbate conmigo un rato.

Me acomodé a su lado intentando ocupar el menor espacio posible. Comprobar que Lucy seguía oliendo a Lucy me calmó. Mientras anochecía, hablamos en susurros; me contó que imaginaba el más allá de color rosa, con una textura algodonosa y un sabor parecido al de unos caramelos de nata y fresa que comprábamos de peque?as. Y en algún momento debí de quedarme dormida y, entre sue?os, supe que mamá nos arropaba con ternura.

Lucy vivió un a?o más, pero cuando pienso en ese final que hasta ahora nunca me había atrevido a aceptar, me viene a la memoria esa noche que dormimos juntas. A la ma?ana siguiente, cuando nos asomamos a la ventana, descubrimos que había caído la primera nevada del a?o y nos miramos sonrientes, con los ojos brillantes como cuando de peque?as encontrábamos los regalos bajo el árbol.

Y así, justo así, quiero recordarla.





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Grace

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