Se ha convertido en una costumbre atravesar por la noche el camino de gravilla para llegar hasta él. Quizá sea porque cuando la luna está en lo alto del cielo el mundo se queda en silencio y mi cabeza empieza a darle vueltas y vueltas a todo hasta que tengo que salir porque no puedo contener más los pensamientos.
No lo he visto desde que me dejó en casa después de cometer juntos una locura y contemplar el amanecer en el aparcamiento del centro comercial. He buscado excusas. Que estaba con el abuelo. Que había quedado con Olivia. O que tenía que terminar de ultimar los preparativos del viaje. Y todo es cierto, como también es cierto que he estado evitándolo porque sabía lo que ocurriría cuando quedásemos.
Lo que está a punto de ocurrir ahora.
Llamo a la puerta de la caravana con una sensación incómoda en el pecho. Contengo el aliento cuando abre la puerta y me sonríe, porque sé lo cómodo que sería quedarme a vivir en esa maravillosa y cálida sonrisa, pero también que el conflicto continúa ahí, latente, y una de las partes le ha ganado terreno a la otra, así que no puedo seguir ignorándolo.
Will me coge de la mano y tira de mí para que entre.
Sus dedos me sujetan la barbilla cuando me besa y, por un momento, olvido mis intenciones. Lo olvido todo y solo existe su boca y el torbellino de emociones que siento al tenerlo cerca. El mundo se vuelve de un morado mágico y brillante.
Su lengua juguetea con el lóbulo de mi oreja.
—No perdamos nunca esta costumbre.
—?Cuál? —Mi voz es un murmullo.
—Que aparezcas aquí de madrugada.
Y es como si de golpe el hechizo se rompiese. Ya no hay carroza ni vestido, tan solo una calabaza que se interpone entre los dos. Por eso coloco las manos sobre su pecho y me aparto. Will comprende de inmediato la magnitud de ese gesto tan peque?o. Da un paso hacia atrás y percibo el dolor atravesando su rostro antes de que consiga mostrarse imperturbable. Por primera vez, el silencio entre nosotros es incómodo.
—?Qué ocurre, Grace?
—Yo… —balbuceo y cierro la boca. Llevo días masticando las palabras que pensaba decirle, pero ahora parecen haberse esfumado todas. Y me duele el costado. Me duele como cuando te das un golpe y te quedas momentáneamente sin aliento.
Will suspira y se da la vuelta como si quisiese moverse para diluir la tensión, pero la caravana es tan peque?a que estamos obligados a enfrentarnos cara a cara.
Tomo aire para armarme de valor.
—He comprado un billete de avión.
—Uno —puntualiza él.
—Sí. Solo uno.
—Bien. Vale.
Will se muerde el labio inferior y asiente con la cabeza. La expresividad ha vuelto a su rostro. Me dan ganas de abrazarlo al verlo tan vulnerable, pero sé que solo sería dar un paso atrás y posponer lo que tiene que pasar.
—Es que tengo que hacer sola este viaje.
—De acuerdo. Lo comprendo. Te esperaré.
—No lo estás entendiendo, Will.
Me mira fijamente y traga saliva.
—?Estás rompiendo conmigo?
—Creo que sí.
—Crees.
—No es fácil. —Noto que me pican los ojos y la nariz, así que hago un esfuerzo por mantener la compostura—. Pero lo vi claro cuando te pregunté por qué querías acompa?arme al viaje y tú dijiste que deseabas hacerme feliz.
—Menuda atrocidad —replica sarcástico.
—Lo es. Solo que contra ti mismo.
—?Qué demonios querías oír?
—Que te hacía feliz a ti.
Will alza las cejas y sacude la cabeza.
—Menuda idiotez. ?Quieres acabar con todo lo que tenemos tan solo por una cuestión semántica?
—No. Quiero acabar con todo lo que tenemos porque necesito que dejes de refugiarte en mí, y que salgas ahí fuera y asumas la realidad.
—Tengo la realidad muy asumida, Grace.
Me acerco a él. No se mueve cuando acuno su mejilla en la palma de mi mano, pero percibo la tensión que se asienta en sus hombros. Sus labios son una línea fina y apretada y, por un instante, lo único que deseo es besarlo hasta que los relaje.
—Estoy haciendo esto porque te quiero.
—Joder, Grace. No. Así no.
Da un paso atrás para apartarse y se sacude el pelo. Sé lo que ha querido decir. Sé que le ha molestado que mi primer y último ?te quiero? sea en un momento así, tan feo y triste. Pero es lo más cercano a la verdad que voy a decirle hoy.
—Para mí sería más fácil fingir que no pasa nada y disfrutar del viaje contigo o animarte a que el próximo a?o vengas a San Francisco sin siquiera pararte a pensar ni un solo segundo en qué implicaría eso para ti. Pero no puedo hacerlo, Will. No puedo permitir que me sigas porque quizá ahora no, pero dentro de un tiempo, meses o a?os, te darás cuenta de que te dejaste llevar por la corriente en lugar de nadar y de que perseguiste mis sue?os porque eras incapaz de pensar en los tuyos. No quiero que me elijas por las razones equivocadas. Quiero que me elijas sin renunciar a ti. Así que sí, hago esto porque te quiero, aunque ahora sea lo último que te apetezca oír. Pero también por mí, porque estoy convencida de que solo así tendremos una oportunidad.
Los ojos de Will han estado fijos en los míos en todo momento. Verdes, abrasadores, punzantes. Me gustaría que dijese algo que lo cambiase todo. Un ?tienes razón?, quizá. O ?te prometo que voy a intentarlo?. Pero eso no ocurre. Está enfadado. Es fácil enfadarse con las personas que te aprecian porque suelen ser las que te dicen lo que no quieres oír.
—Así que esto es todo… —susurra.
La visión se me distorsiona por culpa de las lágrimas. Me aterra no saber si será un punto y aparte o un punto final, pero estoy convencida de que si lo arrastro conmigo estaremos destinados a fracasar. Porque Will no es libre. Will lleva una mochila llena de piedras colgada de la espalda y yo puedo empujarlo a que la vacíe, puedo recordárselo, pero, en el fondo, él es el único capaz de sacar cada piedra. Requiere esfuerzo. Lo sé por experiencia. Abrirse a uno mismo con un bisturí es mucho más difícil que abrir a los demás, porque corres el riesgo de tocar órganos vitales y debilidades.
Si nunca se decide a hacerlo, es posible que este sea el final. Y si lo es, si el vínculo que hemos tejido estos meses va a romperse ahora, odio la idea de que sea así, con él frunciendo el ce?o y deseando que salga de la caravana.