El mapa de los anhelos



El ajetreo del aeropuerto me aturde por un momento. Hay mucha gente, muchas pantallas, muchas indicaciones, mucho movimiento. El pánico es una emoción de lo más resbaladiza, resulta difícil atraparla y mantenerla bajo control. Mamá parece darse cuenta y apoya una mano en mi hombro mientras avanzamos hacia el primer control.

—Todo va a ir bien, ya lo verás.

—Sí. Eso espero —susurro.

—Y si surge algún problema, tienes un teléfono.

—Cierto. —Me relajo un poco.

Cuando llegamos a la cola, me giro y miro a mi madre, que está sonriéndome, y también a papá y al abuelo. Los tres han querido acompa?arme para despedirse. Voy a estar fuera un tiempo y supongo que va a ser raro para todos. Quizá, cuando regrese, las cosas hayan cambiado aún más de lo que ya lo han hecho. Me he dado cuenta de que, en realidad, el pilar maestro de nuestras vidas era Lucy. Por eso, cuando ella se fue, las paredes que sostenía empezaron a derrumbarse. El abuelo cumplió su deseo de marcharse a Florida, papá y mamá decidieron divorciarse para tomar rumbos distintos y, en cuanto a mí, me siento dentro de una crisálida, justo a punto, a puntito, de alzar el vuelo.

Pese a los nervios y al vacío que Will ha dejado.

Pese a las dudas y los interrogantes abiertos.

Pese a todo lo que aún tengo que aprender.

Acepto abrazos y besos hasta que decido que ha llegado la hora de irme. Pero, antes de hacerlo, saco la carta que quedaba, la última, y le entrego a mi madre el sobre azul. Sonríe. No es una sonrisa triste sino apacible.

—La estaba esperando. Gracias, Grace.

No me sorprende. Quizá, durante todo este tiempo, cuando pensaba que mamá estaba adormecida y no se daba cuenta de nada, en realidad veía más de lo que creía.

—Cuídate mucho. Y llámame.

—Lo haré, te lo prometo.

—Y un consejo más. Solo uno. —Me abraza y me susurra al oído—: No olvides que cada instante de tu vida es único e irrepetible.

Así es como me marcho. Con tres personas diciéndome adiós, una ausencia que me encoge el corazón y un pu?ado de palabras que me guardo para siempre.





La historia de Grace y Will





53


Will


Septiembre llena las aceras de hojas doradas y rojizas que crujen con cada pisada. Los días se vuelven tan monótonos como lo eran antes de que Grace llegara a mi vida, convertida en un paréntesis inesperado. Por las ma?anas leo, pienso demasiado y voy al supermercado. La colada suelo hacerla por las tardes y, mientras la lavadora da vueltas, rememoro cada palabra que ella dijo antes de marcharse como si entre las vocales o las consonantes pudiese encontrar la respuesta que busco. Al caer la noche, acudo al trabajo y el tiempo transcurre un poco más rápido cuando hay clientela y estoy ocupado.

Los días del calendario van quedando atrás así, uno tras otro.

Paul preguntó al principio, tras enterarse de que los planes de viaje se habían cancelado, pero, al final, cuando comprendió que no estaba dispuesto a hablar del asunto, dejó de insistir. Cada jornada abrimos juntos el local y, últimamente, cuando llega la hora de cerrar, lo animo a irse antes porque no me importa ocuparme de limpiar y dejarlo todo a punto para el día siguiente. Casi agradezco tener algo útil que hacer.

—?Estás seguro? —me pregunta dubitativo cuando me ofrezco.

—Claro. Ya lo sabes. ?No estabas viéndote con una chica?

—Sí —dice mientras coge ya la chaqueta.

—Pues ve con ella y pásatelo bien.

Ha venido varias noches a tomar algo con unas amigas. Es simpática y se ríe a menudo. Cuando la veo, recuerdo las noches en las que Grace se dejaba caer por el local sin avisar y, si me dejo llevar por la imaginación, casi me convenzo de que en cualquier momento aparecerá por la puerta. Aunque sé, en el fondo sé, que eso jamás ocurrirá.

He llegado a conocer bien a Grace Peterson durante estos meses.

Sé las cosas que le gustan y aquello que no soporta. Sé que tiene un lunar bajo la clavícula que me encantaba besar y que cierra los ojos cuando hace el amor. Sé que cuando llora le tiembla la barbilla y que su risa me recuerda a un instrumento musical. Sé que está llena de debilidades, pero también que es la persona más fuerte que he conocido. Y por eso, precisamente por eso, sé que le cuesta tomar decisiones; sin embargo, cuando lo hace, el día que al fin mueve ficha, ya no hay vuelta atrás.

Grace no va a regresar. No lo hará.

Estoy pensando justo en eso cuando, a pesar de que he bajado un poco la persiana, la puerta se abre y lo veo entrar. Tiene el mismo aspecto de siempre. Es como si la vida no hiciese estragos en él más allá de los inevitables signos de la edad.

—Lo siento, pero está cerrado.

Tayler me ignora y se sienta en un taburete. Dejo la escoba a un lado y voy tras la barra para situarme frente a él. Mirarlo es como meterme en una máquina del tiempo y volver al pasado, solo que ya no me siento tan peque?o ni tampoco me da miedo.

—Aún estás recogiendo, por lo que veo.

—Está cerrado —repito secamente.

—Venga, ponme una cerveza.

No sé por qué lo hago, pero mis manos se mueven solas, cogen el botellín y le quitan la chapa. No le ofrezco un vaso y él tampoco lo pide.

—He oído que Grace se ha ido.

—Hace semanas —confirmo.

—Así que al final ninguno ganó.

Lo miro de forma inexpresiva, aunque por dentro estoy lleno de rabia y frustración. ?Yo he sido, en algún momento, parecido a él? ?Es posible que me acercase a convertirme en el tipo de persona que tanto desprecié a?os atrás?

—Nunca se trató de ganar o perder.

—Oh, no me digas que estabas enamorado —bromea y, después, alza las cejas y lanza un silbido—. Qué predecible. ?Cómo dijiste que te llamabas?

Nunca se lo he dicho. No lo sabe.

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