—No, joder. Oye…
Pero antes de que pueda decir nada más, Grace se inclina hacia mí y me da un beso en los labios como despedida. Abre la puerta del coche y sale. Me quedo ahí unos segundos intentando descifrar lo que acaba de pasar, pero no llego a ninguna conclusión, así que al final arranco y me alejo calle abajo con las manos aferradas al volante.
Al llegar a la caravana, me dejo caer en la cama.
Y duermo. Duermo viéndola girar en el hielo.
49
Grace
Después de despedirme de Will, subí a mi habitación, cogí un papel y escribí ?confrontar?. El verbo dio vueltas en mi cabeza. Nunca había sido tan consciente de hallarme en medio de dos situaciones antagónicas. La venda con la que intento taparme los ojos ha cedido y ya no hay manera de apretarla. Podría hacerlo si no me importase lo suficiente, como ocurría con Tayler, o si fuese la chica que era hace meses.
Pero no con él… No con él y ahora…
Sigo anclada en la misma palabra dos días después. Me he refugiado en casa del abuelo porque necesitaba alejarme del ruido; de la preocupación por mi madre, de la conversación pendiente con mi padre, de los enredos de Will.
Ensimismada, contemplo al abuelo mover la gubia redonda para tallar la madera. Está haciendo un peque?o joyero para la vecina que vive al final de la calle e imagino que es de tilo, porque es la madera que más le gusta manejar por la textura fina. También suele usar el cerezo y el nogal, el álamo y el roble. He visto al abuelo tantas horas trabajando en su taller que conozco todos y cada uno de sus movimientos: la manera en la que usa la escofina para repasar las hendiduras, su precisión con el formón en los cortes rectos o la delicadeza cuando usa la lija o la esponja.
—?Hasta cuándo vas a quedarte ahí mirándome?
No contesto. Me limito a sostener la taza de leche humeante que me calienta las manos. Nos separan unos cuantos metros; el abuelo está sentado delante del tablero de trabajo y yo, en una silla que hay pegada a la pared.
—Grace…
—Estoy pensando.
—?Ahora?
—No, desde que llegué aquí.
—?Llevas dos días pensando?
—Sí.
El abuelo suspira y cambia de herramienta.
—?Quieres que hablemos?
Sé que le ha costado formular esa pregunta porque él no es de los que te sonsacan, sino de los que esperan. La última vez que mantuvimos una conversación relevante tuve que insistirle para que me dijese qué impresión le había dado Will durante la cena en la que se conocieron. ?Buen corazón, cabeza enredada?, dijo. Y creo que tenía razón, aunque entonces todavía intentaba ignorar las se?ales de neón.
—Es que estoy confusa.
—?Por qué?
—Porque me gustaría que las cosas fuesen diferentes, pero creo que si sigo ignorando la realidad tan solo conseguiré que todo empeore aún más.
—Entiendo que hablamos de Will.
—No quiero meter la pata. Es una decisión importante.
El abuelo continúa trabajando en el joyero.
—?Qué es lo que te preocupa?
—Que se quede conmigo por las razones equivocadas.
—Tiene asuntos pendientes —adivina él.
—Unos cuantos. Debería haberse hecho cargo de ellos mientras yo hacía lo mismo con los míos siguiendo ?El mapa de los anhelos?, pero…
—Coincidir en el camino es complicado.
—Sí.
Me quedo mirando las virutas de madera que alfombran el suelo del garaje, ajenas a que en el momento más inesperado una escoba acabará con todo. Es un símil de la vida, vaya. Y del amor. Lo que ha dicho el abuelo es cierto, no debe de ser fácil que dos personas se encuentren en el mismo lugar, a la misma hora, con los mismos propósitos. ?Y qué ocurre entonces? ?Qué pasa cuando estás enamorada de alguien que no avanza al mismo ritmo que tú? Tratándose de Will, digamos que ha hecho una parada en el camino, pero no sé si es para coger impulso o porque no quiere seguir adelante.
—Abuelo, ?nunca tuviste dudas?
—?Seguimos hablando de amor?
—Sí, seguimos hablando de amor.
—Claro que las tuve, Grace. Y no siempre fue fácil. Me equivoqué en varias ocasiones y discutíamos cuando no estábamos de acuerdo, como todos los matrimonios…
—?Te arrepientes? —pregunto.
Deja la pieza en la que está trabajando y me mira. Está serio y conozco lo suficiente las expresiones de su rostro para adivinar que va a decirme algo importante.
—?De equivocarme? Supongo que sí, pero no sería humano de lo contrario. ?De no coincidir siempre? No. Sé que sería más bonito decirte que si pudiese volver atrás en el tiempo para ver a tu abuela y ella me dijese que el cielo es verde le daría la razón, pero, si lo piensas bien: ?le estaría haciendo un favor o todo lo contrario? Ser el compa?ero de vida de alguien no es sencillo, porque cada uno se convierte en la persona que mejor conoce al otro y eso implica dejar al descubierto las fortalezas y las debilidades. Los momentos buenos son fáciles, pero los malos… desvelan si el vínculo es fuerte y si se tiene la confianza suficiente como para asumir las imperfecciones.
Probablemente sea la frase más larga que el abuelo ha dicho jamás. Aprieto la taza entre las manos, aunque ya se ha enfriado.
—Gracias —susurro.
—En cualquier caso. —Vuelve a coger la gubia—. De verdad necesito que me digas si piensas quedarte en casa más días, porque luego iré a hacer la compra.
Niego con la cabeza y sonrío.
—Me iré pronto. O eso creo.
—Vale. Si cambias de opinión…
—Serás el primero en saberlo.
Me levanto y beso su mejilla suave y arrugada. Después, busco en el bolsillo trasero de mi pantalón vaquero la carta que cogí antes de venir a verlo. Saco el sobre de un azul pálido y se lo ofrezco. El abuelo lo mira primero con extra?eza, pero en apenas unos segundos su rostro cambia: se dulcifica como si alguien acabase de untar la piel con una capa de merengue. Las comisuras de su boca caen, los ojos le brillan y deja de mover las manos porque se ha olvidado de lo que estaba haciendo.
—?Es para mí? —Tiene la voz ronca.