Cuando no queden más estrellas que contar

—No, Maya, no tengo ni idea de quién es. Puede que no fuese alumno del centro. Quizá vino a alguno de los cursos de verano. ?Por qué tanto interés?

—Creo que es mi padre. —Fiodora me miró atónita—. Necesito que me ayudes a averiguar quién es. Si estuvo aquí, es posible que guardéis alguna documentación, un nombre, una dirección..., algo que me ayude a encontrarlo.

—Lo que me estás pidiendo va contra las normas, no se puede facilitar información personal.

—Han pasado décadas, Fiodora. Por favor, es posible que esta sea la única pista sobre él que pueda llevarme a alguna parte.

—?Y qué te hace pensar que este chico puede ser tu padre?

—Míralo bien y dime que es imposible.

Ella contempló de nuevo las fotografías y se humedeció los labios, pintados de un bonito tono rosa. Soltó un suspiro entrecortado.

—Os parecéis mucho —susurró. Yo asentí con lágrimas en los ojos y una súplica—. Ni siquiera sé por dónde empezar a buscar.

—Fiodora, por favor, puede que no sea nadie, pero ?y si es él? Tengo derecho a saberlo.

Ella me observó, indecisa, mientras por sus ojos pasaba todo un caleidoscopio de emociones encontradas. Pude ver sus dudas. El aprecio que sentía por mí. La necesidad de hacer lo correcto. Su titubeo al cuestionarse qué era realmente lo correcto.

—De acuerdo, lo intentaré. Te llamo si averiguo algo.

—No, espero aquí —dije en tono vehemente.

—Maya...

—Mi abuela quiere irse de Madrid y han alquilado el piso. Me deja en la calle y no tengo idea de dónde estaré ma?ana.

—?Olga se va de Madrid?

—Tomó la decisión en cuanto supo que yo no podría seguir bailando.

Sus ojos se abrieron como platos y después se entornaron con una emoción que no supe interpretar. Parecía sorprendida y, al mismo tiempo, como si no esperara otra cosa. Fuese lo que fuese, la empujó a tomar una decisión.

—Espérame en la cafetería de Puerta Bonita, voy a hacer todo lo que pueda para averiguar quién es ese chico. Mereces esta oportunidad, por peque?a que sea.

—Gracias.

Salí del conservatorio y me dirigí a la cafetería. Pedí un té y me senté a una mesa en la terraza. No sé cuánto tiempo estuve allí, esperando nerviosa, pero se me antojó una eternidad. Mientras, empecé a hacerme preguntas. ?Y si lograba un nombre? ?Y si conseguía una dirección? ?Me presentaría ante él sin más: ?Hola, me llamo Maya y creo que soy tu hija??

No era el mejor modo.

Pero ?acaso había otro?

Me aparté la melena de la cara e inspiré hondo.

Fiodora apareció en la terraza y yo me puse en pie de un bote.

—?Has encontrado algo?

—Casi nada —respondió.

Noté que el suelo giraba bajo mis pies. Ese ?casi nada? significaba un algo. Una posibilidad, aunque esta fuese diminuta.

Fiodora se sentó frente a mí y me devolvió las fotos.

—No he encontrado nada en los archivos ni en los expedientes de los últimos a?os que tu madre estuvo en el conservatorio, pero se me ha ocurrido buscar en las fotografías grupales que les hacemos a los alumnos al finalizar cada curso, incluidos los de verano.

Asentí y me clavé los dedos en los muslos hasta hacerme da?o. Estaba tan nerviosa que me palpitaba el estómago y me costaba respirar.

—?Y?

Fiodora puso la fotocopia de una fotografía sobre la mesa y la empujó hacia mí. Era en blanco y negro y se veía un poco oscura. Aun así, pude reconocer en el grupo al chico que buscaba. Era el cuarto, empezando por abajo. Bajo la foto había un texto con una lista de nombres.

—De izquierda a derecha... Uno, dos, tres... Giulio Dassori.

Contuve el aliento y lo repetí en mi mente: ?Giulio Dassori, Escuela de Ballet del Teatro de San Carlos de Nápoles?. Mi mirada se encontró con la de Fiodora. Ella me dedicó una leve sonrisa y alargó el brazo para posar su mano sobre la mía. Su gesto me reconfortó y moví mis dedos hasta apretar los suyos.

—Gracias —susurré casi sin voz.

—Mi padre decía que si ves una se?al, no pases de largo y síguela. Porque, una vez que la dejas atrás, nunca vuelve.

Sacudí la cabeza.

—?Qué quieres decir?

—Creo que esta es tu se?al, Maya, y creo que deberías seguirla. Mi padre también decía que las casualidades no existen y que todo pasa por algo. Son hilos que lanza el destino para guiarnos hasta él. —Sacudió la cabeza—. No como marionetas, sino como protagonistas de nuestra historia y secundarios de las historias de otros.

—Lo dices como si las personas fuesen los actores de una obra y el destino, el director.

—Pues sí, por qué no. La vida real se compone de historias, unas entrelazadas con otras, y el mundo es el escenario. Así de sencillo, y así de complicado.

Sonreí y bajé la mirada hacia nuestras manos, que seguían unidas. A mí me parecía bastante complicado. Tragué saliva y alcé la vista.

—?De verdad piensas que esto es una se?al?

—Merece la pena averiguarlo, ?qué puedes perder?

Mientras miraba a Fiodora a los ojos, sentí una seguridad a la que no estaba acostumbrada. Una ligera ilusión abriéndose camino en mi pecho. Un deseo silenciado desde siempre: conocer a mi padre.

—No quiero hacerme ilusiones, podría no ser él.

—Podría no serlo. Pero ?y si lo es?

??Y si lo es??, pensé. ?Dejaría pasar la se?al? ?Agarraría los hilos de ese destino que parecía estar llamándome? ?Me convertiría en protagonista de mi historia o dejaría que las decisiones de otros continuaran dirigiéndome?

Una mano invisible me estrujó el corazón. Me asustaban todas las posibilidades.




Me despedí de Fiodora con dos besos colmados de gratitud y me dirigí a la parada del autobús sin dejar de pensar en ese chico que aparecía en las fotos con mi madre. Era tan evidente la confianza entre ellos. La comodidad con la que posaban abrazados... La complicidad que se reflejaba en sus ojos al mirarse...

Me pregunté qué les habría pasado para que ella nunca lo hubiera mencionado.

Quizá él se había asustado y la dejó tirada al saber que estaba embarazada.

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