—Me las apa?aré, ya no soy una ni?a.
—Nunca has sido una ni?a —musitó apesadumbrado—. Ojalá pudiera hacer algo, pero desde que perdí la visión, todos me tratan como si fuese idiota. Un cero a la izquierda, cuya opinión no cuenta. ?Me he quedado ciego, no tonto! Mi cabeza funciona perfectamente.
—Claro que funciona. —Guardé silencio un momento—. En el fondo, no es mala idea que os mudéis con los tíos. Tienen una casa estupenda, con un jardín muy grande. Podrás tomar el sol y dar paseos por la playa.
él chasqueó la lengua con disgusto.
—No me gusta la playa.
Sonreí aunque no podía verme y apoyé la cabeza en su hombro. Quería a mi abuelo con locura. No puedo decir que fuese como un padre para mí, porque nunca intentó ocupar ese lugar, pero trató de criarme lo mejor que pudo y sus brazos siempre estaban ahí para consolarme. Solo los suyos.
—Todo irá bien —susurré.
—Eso tendría que decirlo yo. —Hizo una larga pausa—. Quizá no debí quererla tanto. Si la hubiera querido un poco menos, habría tenido el valor para enfrentarme a ella y decirle que ese no era el modo de criar a nuestra nieta. Sin embargo, se lo permití.
?Yo también se lo permití?, pensé.
Nos quedamos en silencio, con el sonido del tráfico de fondo y el traqueteo de la lavadora al otro lado del pasillo.
—?En qué piensas? —me preguntó al cabo de unos minutos.
—En que no sé dónde voy a meter todas mis cosas —respondí mientras miraba a mi alrededor.
El dolor que sentía en el pecho no se iba, y aumentó al darme cuenta de que dentro de unos días otros cuadros decorarían mis paredes, otra ropa colgaría del armario y otra persona dormiría en mi cama.
—Puedes bajarlas al trastero; vamos a conservarlo.
—Vale.
—Todo irá bien —dijo en voz baja mientras buscaba mi mano con la suya.
—Lo sé.
Y rogué en silencio que fuese verdad.
10
—Y aquí está el ba?o. Es un poco peque?o y no tiene ventana, pero para ducharse y plantar un pino no hace falta mucho más, ?verdad?
Miré al chico que me estaba ense?ando la casa y parpadeé alucinada. Solo llevaba puestos unos slips y una camiseta sin mangas que no había visto una lavadora en mucho tiempo. De sus labios colgaba un porro y el olor comenzaba a marearme. Me dedicó una sonrisa y se pasó la mano por el pelo. Yo miré de nuevo el cuarto diminuto y entrecerré los ojos. Había moho en el techo y las juntas de los azulejos tenían un color amarillento muy raro. Parecía que nadie había limpiado en meses, y el olor...
Me entraron ganas de vomitar.
Aun así, era el piso más decente que había encontrado hasta ahora; y lo más importante, podía permitírmelo. Si aprendía a no respirar, vivir allí podría estar bien.
Matías, que se encontraba a mi espalda, debió de notar ese atisbo de determinación en mi postura, porque me agarró por el brazo y me hizo retroceder.
—Gracias por ense?arnos el piso, tío. Vamos a pensarlo y te diremos algo —dijo en tono alegre mientras me arrastraba hacia la puerta.
—Que sea pronto, hay muchos interesados.
—Claro, no te preocupes.
Salimos al rellano de la escalera y Matías logró cerrar la puerta al tercer tirón. Me hizo bajar los cuatro pisos a toda prisa. Una vez en la calle, me soltó y me miró muy serio.
—?Te has vuelto loca? ?De verdad estabas pensando en quedarte ahí? Es un basurero, y ese tío...
Se estremeció e hizo una mueca de asco.
—Llevamos dos días visitando pisos por todo Madrid y no he encontrado nada que pueda pagar. Apenas tengo ahorros, estoy sin trabajo y ma?ana tendré que dejar mi casa para siempre. No puedo ponerme en plan exquisito.
—Pero sí puedes quedarte conmigo hasta que encuentres algo mejor.
—Tu cama es muy peque?a.
—Puedes dormir en el sofá. Yo puedo dormir en el sofá —rectificó de inmediato, lo que me hizo gracia.
—?Y ver a Antoine todos los días? No, gracias. —Me apoyé en la pared del edificio y me pasé las manos por la cara. El pánico se arremolinó en mi estómago—. No sé qué voy a hacer.
Matías me tomó de la mano y tiró de mí para que caminara a su lado.
—De momento, vamos a comer algo; después visitaremos los tres pisos de la lista que nos quedan y cruzaremos los dedos.
Cuando regresé a casa a última hora de la tarde, el alma se me cayó a los pies y se hizo trocitos como un espejo roto. El salón estaba lleno de cajas y también el pasillo. Mi tío Andrey, armado con cinta de embalaje y un rotulador, las precintaba y anotaba en la tapa su contenido. Por primera vez sentí que aquella pesadilla era real. Que la única familia que tenía me abandonaba cuando más la necesitaba.
Corrí a mi cuarto y cerré la puerta. Junto a la cama descubrí varias cajas de cartón vacías.
?Qué sutil!
Tiré el bolso sobre la cómoda y me quité las zapatillas. De nada servía alargarlo más, así que comencé a recoger todas mis cosas. Empecé por los libros que llenaban mi estantería. Después continué con la ropa y el calzado. Con cada caja que cerraba, una profunda ansiedad me llenaba el pecho. Aún no tenía un lugar donde vivir y el tiempo huía, se me escapaba y yo no sabía qué hacer.
No había tenido suerte con los pisos que visitamos durante la tarde. Una de las habitaciones la habían alquilado esa misma ma?ana. La segunda ni siquiera podía llamarse habitación, ya que habían metido una cama en un balcón acristalado y pretendían cobrar trescientos euros al mes por ese espacio diminuto. Y la tercera quedó descartada en cuanto vi en el portal del edificio un aviso por peligro de derrumbe.
?Termitas, aunque lleva así diez a?os y nunca ha pasado nada. Una vez que te acostumbras a los ruidos...?, me había explicado una vecina.