Cuando no queden más estrellas que contar

—?Te ha despedido? ?Por qué?

—Será mejor que entres. —Su pecho se llenó con una brusca inspiración—. Mucha suerte, Maya. Y si me necesitas, ya sabes dónde encontrarme. No dudes en llamarme, ?de acuerdo?

—Claro.

—Adiós, cuídate mucho.

Me la quedé mirando mientras las puertas del ascensor se abrían y ella entraba en su interior. Me dedicó una última sonrisa a modo de despedida y desapareció.

Dentro del piso se oían varias voces. Entré sin hacer ruido y el corazón se me subió a la garganta al darme cuenta de que una de esas voces pertenecía a mi tío Andrey. ?Qué hacía allí? él vivía en Alicante y sus visitas no eran habituales.

—No estoy de acuerdo con nada de esto. No está bien —dijo mi abuelo.

—Vamos, papá, ya lo hemos hablado. Tú necesitas ayuda hasta para comer y, con el tiempo, mamá no podrá hacerse cargo de todo. Además, aquí estáis muy solos. Lo lógico es que vengáis con Yoan y conmigo. Que estéis cerca de nosotros, de vuestros nietos —le explicó mi tío.

Me quedé sin aire al darme cuenta de que estaban hablando de mudarse y dejar Madrid. Y así, de repente, de un día para otro.

—Las cosas no se hacen de este modo. Y tú y yo sabemos perfectamente cuál es el motivo por el que te empe?as en dejar Madrid así —replicó mi abuelo.

—Nos hacemos mayores y estamos lejos de nuestros hijos. Aquí no pintamos nada, Luis —repuso mi abuela.

—La estás castigando.

—No digas tonterías, y ?no quiero seguir discutiendo este asunto contigo! —dijo ella con la voz alterada—. Los de la mudanza vendrán pasado ma?ana y la inmobiliaria ya ha encontrado una pareja interesada en alquilar el piso. Nos vamos.

—Papá, mamá tiene razón...

Con pasos temblorosos, me acerqué a la puerta del salón, donde ellos se encontraban.

—?Vais a alquilar nuestra casa?

Los tres se volvieron hacia mí. Incluso mi abuelo, que no podía verme, me buscó con su mirada perdida.

—Sí —respondió mi abuela.

—Maya, cielo... —empezó a decir mi abuelo.

—Papá —lo cortó mi tío. Inspiró hondo y tragó saliva antes de mirarme a los ojos—. Me llevo a los abuelos conmigo. Necesitan un cambio de aires, y la playa y el sol les vendrán bien. El tío Yoan, la tía Ana, tus primos... Todos queremos estar cerca de ellos.

—?Y qué pasa conmigo? ?Por qué nadie me ha consultado nada? Yo también vivo aquí, esta es mi casa.

—Es mi casa —puntualizó mi abuela.

La miré confundida y mi corazón se aceleró. Una profunda inquietud se apoderó de mí, porque no tenía ni idea de qué lugar ocupaba yo dentro de todo ese plan. Fuese cual fuese, no parecía bueno. La idea de dejarlo todo y mudarme con ellos a Alicante me parecía un disparate. ?Y cómo demonios iba a quedarme en Madrid si alquilaban la casa? Debería buscarme otro sitio y, en ese momento, apenas tenía dinero.

—?Y qué pasa conmigo? —insistí.

Mi tío no se anduvo con rodeos. En ese sentido, era muy parecido a mi abuela.

—Lo siento, Maya, pero solo tengo un cuarto libre. Además...

—Además... —lo atajó ella—, eres una persona adulta. Tienes veintidós a?os, a tu edad yo ya me ganaba la vida sin ayuda de nadie. Va siendo hora de que busques un trabajo y te independices. De que vivas la vida que has elegido. ?No querías eso? ?Marcharte a Nueva York?

Percibí el sarcasmo en su voz. Los reproches. El tono afilado con el que seguía culpándome de lo que ella consideraba la magnitud total de su fracaso. La maldad que impregnaba sus palabras. Sabía tan bien como yo que ese tren ya había pasado y que no volvería. Lo mucho que me dolía haber perdido esa oportunidad.

—Olga —mi abuelo le llamó la atención.

—?Acaso no es cierto? Iba a marcharse y a dejarnos aquí, después de todo lo que me he sacrificado por ella. De todo el tiempo que le he dedicado para que fuese alguien.

Abrí la boca para defenderme de su ataque, pero no lo hice. No tenía fuerzas para indignarme ni decir una palabra, estaba derrotada. Me sentía indefensa. Escuchar esas palabras me había dejado helada. Ni siquiera se había inmutado al decirlas, y sentí como si una parte de mí muriera.

—?De cuánto tiempo dispongo?

—El piso debe quedar libre dentro de tres días —dijo mi tío.

Asentí y salí del salón sin decir nada más. Mis pies se movieron de forma automática hasta mi cuarto. Una vez dentro, cerré la puerta y me apoyé contra la madera. Sentía que me faltaba el aliento, como si una mano invisible aferrara mi garganta, impidiendo que pasara el aire.

Acababan de darme la patada, sin preludios ni pa?os calientes.

Siempre me sentí sola dentro de mi propia familia.

Siempre hubo un ellos y un yo. Separados por una línea gruesa y marcada, que nos dividía como si fuésemos equipos rivales dentro de un campo de juego. Nunca supe el motivo. Si era culpa de mi aspecto, tan distinto al suyo. Por tener una madre ausente, la oveja negra de la familia. O porque mi padre era un desconocido que no sabía de mi existencia.

Fui fruto de un error que nadie deseaba. Cambié sus vidas. Trunqué un sue?o y después tuve que enmendarlo. Hacerlo real. Cumplirlo.

No lo logré.

Me acerqué a la ventana y bajé la persiana para aliviar un poco el calor. Entonces, sonaron unos golpes en la puerta, el pomo giró y vi la cara de mi abuelo asomándose.

—?Maya?

Fui hasta él y lo tomé por el brazo.

—?Necesitas algo?

Me apretó la mano y negó con la cabeza. Luego lo conduje hasta mi cama y lo ayudé a sentarse.

—No consigo que razone. Cuando algo se le mete en la cabeza, no ve más allá. Se niega a escuchar —me dijo muy apenado.

—No te preocupes. No quiero que discutas con ella por mi culpa.

—?Cómo no me voy a preocupar, hija? Dejarte así, desamparada.

Me acomodé a su lado y sonreí con resignación.

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