Ciudades de humo (Fuego #1)

Rhett le dedicó una mirada de advertencia, así que Alice al final decidió enmudecer.

No pudo evitar poner una mueca de sorpresa cuando vio que él entraba en el edificio de los entrenadores. Subieron juntos la escalera y Alice se detuvo a su lado cuando Rhett llamó al despacho de Max con los nudillos.

Unos segundos más tarde, este asomó la cabeza.

—Listos, capitán —sonrió Rhett burlón.

A Max no pareció hacerle mucha gracia, pero Alice tuvo que ocultar torpemente una sonrisa.

—Un poco de seriedad no estaría mal para variar, Rhett.

—Pero perdería ese magnífico carisma que tanto te gusta.

—Os veo en la colina.

Ni siquiera les concedió tiempo para responder. Cerró la puerta con fuerza y Rhett se volvió hacia Alice, poco afectado.

—Parece que tendremos que ir tú y yo solitos.

Lo siguió de nuevo hacia la salida y él tomó un camino que no conocía. Cuando vio que llegaban a una especie de aparcamiento, observó los coches con curiosidad. No había uno solo que fuera igual que el anterior. Rhett se detuvo delante de una especie de furgoneta grande y negra. Pasó una mano por delante del sensor de la manija y se escuchó un clic. Abrió la puerta trasera e hizo un gesto a Alice, que dejó las armas allí. Después, subió al coche.

Al ver que ella no se movía, sacó la cabeza por la ventanilla y la miró con un gesto burlón.

—?Estás esperando a que te atropelle o qué?

—Es que no sé qué tengo que hacer. Tus instrucciones no son muy claras.

—?Qué tal si te subes al coche? ?Crees que podrás hacerlo tú solita o voy y te traigo en brazos?

—Si quieres, puedes hacerlo —le dijo dubitativa—, pero mis piernas están perfectamente capacitadas para...

—Joder, sube y déjate de historias.

Alice se sentó en el asiento del copiloto, algo indignada, pero toda su irritación se convirtió en terror cuando se dio cuenta de un peque?o y horrible detalle.

—??No hay cinturón de seguridad?! —casi gritó.

él empezó a reírse al verle la cara de horror absoluto. Era la primera vez que lo escuchaba reírse de verdad. No sabía si le gustaba o lo odiaba. O ambas cosas.

—Da gracias que hay puerta —murmuró él, negando con la cabeza. Hizo una pausa y, de pronto, pareció acordarse de algo—. Ah, por cierto, única persona del mundo que no ha experimentado la música... —Rhett pulsó un botón delante de él y un ruido extra?o pero acompasado empezó a inundar el coche—. Disfruta.

—?Qué...?

—Escucha y disfruta, pesada.

—?No me habl...!

—Chis.

—No me...

—Chis.

—?Que no me...!

—?Chis!

—?QUE NO...!

—?CHIS!

?Por qué todos los humanos eran tan testarudos? ?Acaso era una odiosa cualidad obligatoria en ellos o qué?

Al final, se puso a escuchar. O eso pretendía hacer cuando Rhett retrocedió bruscamente y pisó el acelerador, clavándola al asiento. Cuando se agarró con fuerza, él sonrió y aceleró aún más.

Así no podía concentrarse en la música. Estaba más preocupada por no morir estampada contra un edificio.

Empezaron a cruzar la ciudad, que en aquellos momentos estaba desierta, ya que era la hora del almuerzo —para los afortunados, no como ella—, y Rhett no se detuvo hasta llegar a la entrada principal del muro. Estaba vigilada por unos guardias que se acercaron a su ventanilla.

—Abrid la puerta —les soltó, todo dulzura.

—Se pide por favor. —Alice frunció el ce?o.

Tanto los guardias como Rhett se quedaron mirándola con la nariz arrugada, como si eso fuera una chorrada. La chica miró de nuevo al frente, notando que sus mejillas ardían.

—?A qué esperáis? —les preguntó Rhett a los guardias, impaciente.

Ellos reaccionaron y se apresuraron a meterse en la cabina de entrada. Casi al instante, la puerta de la ciudad soltó un chirrido y empezó a abrirse lentamente.

Fue entonces, justo en ese momento, cuando Alice se dio cuenta de lo que estaba pasando.

—?Salimos de la ciudad? —preguntó con un hilo de voz.

—Ajá —le dijo él, sin mucho interés —. Tenemos que aprovechar que hoy no llueve.

Aunque no la retuvieran como prisionera, durante semanas había estado pensando en la forma más adecuada de marcharse de allí. Y ahora le estaban brindando la oportunidad. Su corazón empezó a acelerarse de la emoción.

—?Hacia el este?

—?Qué has perdido tú por el este?

Alice entró en pánico por un momento, dudando.

—Déjalo, prefiero no saberlo —murmuró Rhett—. Al este de aquí no hay nada.

Ella analizó sus palabras durante unos segundos, como buscándoles sentido, hasta que se dio por vencida y lo miró con confusión.

—Eso es imposible.

—No lo es.

—Vamos, dímelo, ?qué hay?

—Nada.

Alice volvió a dudar visiblemente.

—No puede no haber nada. Tiene que haber algo.

—Sí. Un océano gigante. Pero dudo mucho que quieras ir al mar, ?no?

Ella lo miró fijamente, confusa. ?No le había dicho su padre que esa dirección era segura?

Se quedó tan absorta pensando en eso que, por un breve instante, se olvidó de lo mal que conducía Rhett. Volvió a acordarse en cuanto este dio un volantazo. Alice soltó un peque?o chillido bastante vergonzoso y se aferró con todas sus fuerzas al asiento, aterrada.

él la miró y se rio a mandíbula batiente.

—?Eso no ha tenido gracia, ha sido malvado! —le espetó furiosa.

Pero Rhett seguía riéndose de ella sin ningún tipo de pudor.

—Dios, tendrías que haberte visto la cara...

—Eres un temerario imprudente. ?Podría haber muerto!

—?Cómo vas a morir?

—?Hay que ser precavido! Lo decían en mi anti...

—En tu antigua zona, sí. —Rhett puso los ojos en blanco—. Si dejaras de pensar en ellos sería más sencillo que te adaptaras a nosotros.

Alice volvió a sentarse correctamente, aunque de brazos cruzados para dejar claro que seguía molesta.

El ruido del coche, lo que él llamaba música, empezaba a sonar bien en sus oídos. Era extra?amente rítmico.

—?Quién hace ese ruido? —lo miró curiosa—. ?Vive en la ciudad?

—No —se rio Rhett—. Dudo que esté vivo, siquiera.

—Ah. ?Lo conocías?

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