Y, por fin, tras esa angustiosa situación, Alice consiguió colocar una rodilla en la superficie de la colina. Fue como volver a respirar. Sin embargo, Rhett no dejó de tirar de ella hasta que estuvieron los dos sentados tras el árbol, protegidos.
Alice se quedó sentada entre sus piernas, de espaldas a él, todavía con el corazón latiéndole a toda velocidad. Notó cómo el pecho de Rhett latía sin control.
—Por poco —murmuró él.
Alice se volvió para mirarlo por encima del hombro y, de todas las cosas que se le pasaron por la mente, solo fue capaz de decir una: —Gracias.
Rhett negó con la cabeza, como si no le diera importancia.
Alice bajó la mirada y vio que su brazo estaba cubierto de sangre. De la impresión, dejó de respirar durante unos segundos.
—Solo te ha rozado —dijo él, sin embargo—. Has tenido suerte.
—?Suerte? —repitió incrédula.
Sin molestarse en responder, la agarró del otro brazo y tiró de ella hacia el coche. Se sentaron en la parte opuesta al precipicio, con las espaldas apoyadas en la rueda delantera. Alice sintió que su respiración se enrarecía. Estaba mareada y tenía la vista borrosa. Rhett se puso de rodillas y se rasgó la parte de abajo de la camiseta. Entonces, le agarró el brazo con una delicadeza sorprendente, pero eso no impidió que sintiera un latigazo de dolor.
Instintivamente, Alice le lanzó un pu?etazo que consiguió impactarle en el hombro, ganándose una mueca de enfado del chico.
—?Duele! —protestó ella.
—?Ya sé que duele! —bufó él—. Cálmate, estoy intentando ayudarte.
Alice intentó apartarse, pero Rhett la sujetó, ahora enfadado de verdad.
—?Es que quieres morir desangrada? —le preguntó bruscamente. La chica cerró los ojos—. Eso suponía. Quieta. Déjame cuidarte, ?vale?
Alice notó que envolvía la herida con el trozo de prenda y la apretaba con fuerza. Se mareó aún más. Tuvo que parpadear para poder ver con claridad. Fue un poco más fácil cuando sintió que él le cogía la mandíbula para que lo mirara. La estaba observando con el ce?o fruncido.
—Eh, vamos —le dijo con suavidad—, no te quedes dormida o me cabrearé contigo y te haré dar diez vueltas corriendo al campo de fútbol.
Alice intentó apartar la cara, pero él no la soltó.
—No era una petición, era una orden. Ni se te ocurra quedarte dormida, ?está claro?
—?Ni siquiera ahora puedes ser un poco comprensivo?
—Perdería mi precioso encanto.
Alice empezó a reírse con una mezcla curiosa de diversión, agotamiento y adrenalina.
Y entonces, un coche se acercó a ellos. Alice vio que Rhett se ponía de pie y sacaba una pistola del cinturón, pero la volvió a esconder en cuando vio que era Max, que se apeó y se acercó corriendo.
—?Qué diablos ha pasado?
—Alguien ha disparado. Un francotirador. Le ha dado.
—?Y tu botiquín?
—Hace a?os que no lo uso, está vacío.
Max le dirigió una breve mirada de reprensión antes de hacer un gesto hacia su coche.
—Vete a por el mío.
Rhett se movió deprisa y Max lo sustituyó. Alice notó que le evaluaba la herida.
—Eh, chica —dijo este, dándole ligeras palmaditas en las mejillas—. Mírame. ?Sabes quién soy?
Ella asintió con la cabeza.
—Solo te ha rozado —le dijo con total confianza—. No te vas a morir porque una bala te roce. El accidente que tuviste con el coche fue peor y sobreviviste, ?no?
Alice no sabía si reír o llorar. Rhett volvió y entregó una pastilla a Max.
—No hay agua —le dijo este a Alice, ofreciéndosela—. Vas a tener que tragártela así.
La chica abrió la boca y él le puso la píldora sobre la lengua. Alice tragó con fuerza y sintió que le entraban arcadas. Sabía fatal. Pero entonces, la cabeza se le despejó de golpe. Parpadeó. La herida seguía doliendo, pero el mundo ya no daba vueltas. Vio que Max y Rhett estaban sentados a su lado, mirando por encima del coche. Ambos iban armados.
—?Has visto quién era?
—?A cien metros de distancia? —preguntó Rhett irónico—. Claro, hasta he distinguido que tenía pecas.
—Por una vez podrías dejar el maldito sentido del humor en casa.
Lo dijo con tanto odio que Alice pensó que, de haber estado en la situación de su instructor, se habría encogido o habría salido corriendo. En cambio, él no pareció notarlo.
Se escuchó algo. Un ruido en el camino. De motor. Se estiró y tocó el brazo de Rhett, cuyos ojos fueron directos a la herida; probablemente pensaba que le dolía más.
—Un... coche —apenas podía hablar.
Los dos hombres se pusieron de pie a la vez. Max llevaba una escopeta, que cargó enseguida, mientras Rhett, que llevaba dos pistolas, entregaba una a Alice. Ella se la metió en el cinturón para, con ambas manos, apoyarse en la carrocería y ponerse en pie. Decidió que lo mejor en su estado era colocarse detrás de ambos y no estorbar.
Tres coches blancos aparecieron por el camino y se detuvieron delante de ellos, en posición defensiva. Alice los observó con atención y frunció el ce?o.
Entonces, una mujer vestida de gris ceniza bajó de uno de los vehículos y miró a su alrededor. A Alice se le heló la sangre nada más verla. La recordaba. Recordaba su mirada de condescendencia, su mono gris ceniza y la chapita con su nombre. Giulia.
Eran los mismos que habían invadido su zona.
11
El gris ceniza
Por mucho miedo que le diera, no podía despegar la mirada de la mujer. Era alta, esbelta y tenía el pelo oscuro. Las facciones de su cara eran duras, marcadas, con la mandíbula algo prominente y una arruga entre las cejas que indicaba que se había pasado gran parte de su vida seria. Miró a su alrededor como si fuera la due?a de todo. Unos siete hombres se colocaron al lado y detrás de ella, protegiéndola. Todos con sus monos gris ceniza.
Era la mujer que había visto al escapar de su antigua zona con 42. Las había mirado, pero no les había prestado atención, ?verdad?
Quizá no se acordara.