Ciudades de humo (Fuego #1)

Rhett mantuvo el silencio unos segundos, observándola fijamente. De nuevo, Alice levantó la cabeza y se encontró con una mirada muy extra?a. No era piadosa, era distinta. Era de complicidad. La mirada de alguien que sabe exactamente de lo que le estás hablando.

—Cuando aprendas a defenderte mejor —le dijo Rhett en voz baja, sin despegar los ojos de ella—, podrás vengarte.

—Y ?tú me ayudarías? —Alice sonrió un poco.

—Quizá. Si estoy de buen humor, claro.

Ella aumentó su sonrisa hasta hacerla completa y negó con la cabeza, poco convencida.

—?Por qué querrías ayudarme?

—Digamos que... no me desagradas del todo.

—?Eso se le dices a tus otros alumnos?

—No. —De pronto, él frunció el ce?o—. La verdad es que no.

Alice le dedicó una peque?a sonrisa y vio que Rhett se aclaraba bruscamente la garganta, incómodo.

—Y ahora, si no te importa, me gustaría aprovechar una de las pocas veces que salimos de ese agujero al que llaman ciudad para estar en silencio.

Dicho esto, cerró los ojos para dejar claro que era el final de su corto momento de complicidad. Alice negó con la cabeza, se puso de y se alejó unos pasos de él, que siguió tumbado.

Y, de repente, se le ocurrió.

Rhett tenía los ojos cerrados. ?Y si...? ?Y si salía corriendo?

?La atraparía? ?Lo conseguiría?

Dio un paso en dirección contraria al chico, con el corazón acelerado.

?Nunca tendría otra oportunidad así!

Dio otro paso.

Si lo conseguía, podría huir, pero ?quería hacerlo? ?Estaba esa ciudad tan mal? El padre John le había dicho que huyera al este, aunque quizá fuera verdad que no había nada allí. Pero su padre también había dicho que se alejara de los rebeldes. Aunque algunos de ellos, como Jake y Tina, la habían tratado con amabilidad, no debía olvidar que, si la pillaban, no quería ni pensar en lo que pasaría.

Se asomó a la colina y observó la ciudad con expresión atormentada. Tal vez, si se quedaba lo suficiente como para estar bien entrenada y poder sobrevivir por su cuenta, tendría una oport...

De pronto, lo escuchó. Y no solo lo escuchó, lo sintió.

El sonido de un disparo.

El dolor del brazo fue tan inmediato que le dio la sensación de que había llegado antes incluso que el ruido. Soltó un grito ahogado cuando, del susto, retrocedió y resbaló por la colina.

Durante unos segundos, solo cayó, y su estómago se encogió, pero entonces sus dedos se aferraron desesperadamente a una de las raíces que sobresalían de la pared. Notó que le ardían las palmas de las manos y un latigazo de dolor le recorría no solo el brazo, sino también todo el cuerpo cuando sus manos resbalaron unos centímetros hacia abajo, raspándose con la raíz, lo que le provocó un gru?ido de angustia que salió de lo más profundo de su garganta.

Jadeó, desesperada, intentando no soltarse. Sus pies se balanceaban, inútiles. Sus manos sudaban y resbalaban. Y el cuello le cosquilleaba por la sangre del brazo, que no dejaba de deslizarse hacia abajo cada vez de manera más abundante.

Resbaló otro centímetro y ahogó un grito, aterrada.

—?Rhett! —se escuchó gritar a sí misma—. ?Rhett, estoy aquí!

Y, menos mal, la cabeza del chico se asomó por el precipicio.

El héroe del día.

—Pero ?qué co?o...?

Otro disparo. Rhett lo esquivó por mera casualidad. Se tiró en el suelo, sobre la hierba, para ofrecerle el brazo.

—?Mira que te lo advertí!

Alice estaba a punto de lanzarlo a él por el precipicio. ?Como si fuera el momento de re?irle!

—?Vamos, dame la mano! —Rhett se estiró tanto como pudo hacia ella, arrastrándose.

Pero su mano estaba muy lejos. Por mucho que Alice lo intentara, no lograría alcanzarlo. Y los dos lo sabían. Lo que más le sorprendió fue que, aun así, Rhett lo intentara tan desesperadamente. Ella soltó otro grito. Las manos le sudaban tanto que había resbalado otros pocos centímetros. Estaba llegando al final de la raíz. Y era todo lo que la protegía de la caída. El guardián palideció.

—?No voy a poder aguantar mucho más! —gimoteó Alice aterrada.

—?Cállate, no digas tonterías!

—?NO ME DIGAS QUE ME CALLE!

—Maldita sea, ?intenta agarrarme!

—?No puedo!

él cerró los ojos con fuerza, como si pensara a toda velocidad. Justo cuando Alice creyó que iba a rendirse y abandonarla, vio que agarraba fuertemente el tronco del árbol que había junto a él y se colgaba un poco del precipicio, hacia ella. Prácticamente la mitad de su cuerpo quedó en suspensión, pero no pareció asustarse.

—Te va a doler —le dijo con la expresión contraída por el esfuerzo—, pero necesito que te impulses hacia arriba.

De los nervios, Alice estuvo a punto de echarse a reír. Estaba aterrada.

Se prohibió mirar hacia abajo, donde sus pies se balanceaban en el vacío. No. No debía mirar. Lo que tenía que hacer era obedecer a Rhett.

Así que, sin pensarlo demasiado, se impulsó gru?endo de dolor y enganchó el brazo malo a la raíz, que soltó un crujido horroroso. Se apresuró a levantar el otro brazo, pero apenas pudo hacerlo a tiempo. Su peso había resultado ser demasiado y el estrepitoso crujido de la raíz, de su único soporte, le indicó que acababa de romperse.

Fue el segundo más terrorífico de su vida. Un grito escapó de su garganta y sintió que su cerebro se quedaba en blanco, pero justo entonces notó que alguien la sujetaba con fuerza.

Alice levantó la cabeza, asombrada y desesperada a partes iguales, y vio a Rhett prácticamente echado sobre el precipicio para alcanzarla.

Entonces, se dio cuenta de que tenía que colaborar de alguna forma y obligó a su cuerpo a reaccionar. Intentó clavar desesperadamente las puntas de las botas en la pared para impulsarse hacia arriba y se agarró con la mano a otra raíz para subir con más fuerza. Rhett se fue irguiendo a medida que la acercaba a él, tirando hacia arriba y conteniendo la respiración por el esfuerzo.

Joana Marcus's books