Cada hombre es una raza

Uno de los clientes se acercó a Firipe y le dijo en secreto:

 

—Firipe, es mejor que obedezca. Este hombre es de la policía secreta, de la Pide.?

 

El barbero se inclinó sobre el cajón y sacó la funda con los documentos.

 

—Aquí están.

 

El hombre pasó revista a la funda. Después, la estrujó y la arrojó al suelo.

 

—Falta una cosa en esta funda, barbero.

 

—?Cómo que falta algo? Si ya le entregué todos los documentos.

 

—?Dónde está la fotografía del extranjero?

 

—?Extranjero?

 

—Sí, ese que usted recibió aquí en la barbería.

 

Firipe duda primero, después sonríe. Había entendido la confusión y se disponía a explicar:

 

—Pero, se?or agente, eso del extranjero es una historia que inventé, una broma...

 

El mulato lo empuja y lo hace callar.

 

—Broma, vamos a ver. Sabemos muy bien que vienen subversivos de Tanzania, de Zambia, de... ?Terroristas! Debe de ser uno de los que recibiste aquí.

 

—Pero recibir, ?cómo? Yo no recibo a nadie, yo no me meto en política.

 

El agente se pone a inspeccionar el lugar, sin dar oídos. Se para enfrente del letrero y deletrea a la sordina:

 

—?No recibes? Entonces, explícame qué es esto: ?Cabezada con dormida: 5 escudos más?. Explícame qué es eso de la dormida...

 

—Eso sólo se refiere a algunos clientes que se duermen en la silla.

 

El policía está cada vez más furioso.

 

—Dame la foto.

 

El barbero saca la postal del bolsillo. El policía interrumpe el gesto, arrebatándole la fotografía con tal fuerza que la rompe.

 

—Así que éste también se durmió en la silla, ?no?

 

—Pero él nunca ha estado aquí, se lo juro por Dios, se?or agente. Esta foto es del artista de cine. ?Nunca lo ha visto en las películas esas de los americanos?

 

—?Así que americanos? Ya se ve. Debe de ser compa?ero del otro, del tal Mondlane que vino de América. ?Así que éste también vino de allá?

 

—Pero éste no ha venido de ningún lado. Todo esto es mentira, es propaganda.

 

—?Propaganda? Entonces tú debes de ser el responsable de la propaganda de la organización...

 

El agente sacude al barbero por la bata y los botones se caen. Vivito intenta recogerlos pero el mulato le da un puntapié.

 

—Atrás, cabrón. A ver si tú también vas preso.

 

El mulato llama al otro agente y le habla al oído. El otro parte por el atajo y regresa, minutos después, trayendo al viejo Jaim?o.

 

—Hemos interrogado a este viejo. El confirma que recibiste aquí a ese americano de la fotografía.

 

Firipe, con la sonrisa forzada, casi no tiene fuerzas para explicar.

 

—?Ve, se?or agente? Otra confusión. Yo le pagué a Jaimáo para que actuase como testigo de mi mentira. Jaim?o se puso de acuerdo conmigo.

 

—De acuerdo, vaya.

 

—Eh, Jaimáo, díselo: ?no fue eso lo que acordamos?

 

El pobre viejo, sin entender, se movía dentro de su chaqueta andrajosa.

 

—Sí, realmente yo vi a ese hombre. Estuvo aquí, en esta silla.

 

El agente empujó al viejo, atando sus brazos a los del barbero. Miró alrededor, con unos ojos de buitre flaco. Enfrentaba a la peque?a multitud que asistía a todo silenciosamente. Le dio una patada a la silla, rompió el espejo, rasgó el cartel. Fue entonces cuando Vivito intervino, gritando. El lisiado agarró el brazo del mulato pero pronto perdió el equilibrio y cayó de rodillas.

 

—?Y éste quién es? ?Qué idioma habla? ?También es extranjero?

 

—Este muchacho es mi ayudante.

 

—?Ayudante? Entonces también queda detenido. Listo, ?vámonos! Tú, el viejo y este pelele bailarín, todos andando delante de mí.

 

—Pero Vivito...

 

—Cállate, barbero, no hay más que hablar. Te vas a encontrar en la cárcel, con un barbero especial para que os corte el pelo, a ti y a tus amiguitos.

 

Y ante el asombro del bazar entero, Firipe Beruberu, vestido con su bata inmaculada, tijeras y peine en el bolsillo izquierdo, siguió el último camino por la arena de Maquinino. Atrás, con su antigua dignidad, el viejo Jaim?o. Lo seguía Vivito con su paso tambaleante. Cerrando el cortejo venían los dos agentes, envanecidos por su cacería. Se acallaron entonces las peque?as discusiones del cuánto cuesta y el mercado se sumió en la más profunda melancolía.

 

A la semana siguiente, vinieron dos cipayos. Arrancaron el letrero de la barbería. Pero al observar el local, se sorprendieron: nadie había tocado nada. Enseres, toallas, la radio y hasta la caja con el dinero menudo seguían como los habían dejado, a la espera del regreso de Firipe Beruberu, maestro de los barberos de Maquinino.

 

 

 

 

 

Los mástiles del Más Allá

 

 

 

Sólo queremos un mundo nuevo:

 

que tenga todo de nuevo y nada de mundo.

 

 

 

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