Stardust - Polvo de estrellas

Al pie de Muro, al oeste, está el bosque; al sur hay un lago traicioneramente plácido alimentado por los arroyos que descienden de las colinas de detrás de Muro, al norte. Hay campos sobre las colinas donde pastan las ovejas. Al este hay más bosques. En las inmediaciones de Muro, por el este, hay una elevada pared de roca gris de la que el pueblo toma su nombre. Esta pared es vieja, está compuesta de bastos bloques de granito tallado, sale del bosque y vuelve a entrar en él. Tan sólo hay una abertura: un paso de unos veinte metros de ancho que se extiende por la linde del pueblo hacia el norte. A través de la abertura en la pared se puede ver un gran prado verde; más allá del prado, un arroyo; y más allá del arroyo, árboles. De vez en cuando, a lo lejos, se aprecian formas y figuras entre los árboles. Son enormes y raras figuras, y peque?as cositas brillantes que destellan y chisporrotean y desaparecen. Aunque es un prado ideal, ninguno de los paisanos ha criado jamás animales en las tierras que se extienden al otro lado de la pared, que tampoco han sido utilizadas para el cultivo. Por el contrario, durante cientos, quizá miles de a?os, han montado guardia a ambos lados de la abertura del muro y han hecho todo lo posible por ignorar el otro lado. Todavía hoy, dos hombres montan guardia a ambos extremos del muro, noche y día, en turnos de ocho horas. Llevan bastones macizos de madera y flanquean la abertura por el lado que da al pueblo. Su principal función es evitar que los ni?os del lugar la atraviesen y pasen al prado, o aun más allá. También deben evitar que un ocasional paseante solitario, o uno de los pocos visitantes de la villa, haga lo mismo y cruce la entrada. A los ni?os se lo impiden, simplemente, exhibiendo su destreza con el bastón. Con los paseantes y visitantes son más inventivos, y tan sólo usan la fuerza física como último recurso, si las patra?as de la hierba acabada de plantar o del toro peligroso que anda suelto no bastan.

 

Muy raramente acude a Muro alguien que sabe lo que está buscando, y a veces a esta gente se la deja pasar. Tienen una cierta mirada que, una vez se reconoce, jamás se puede olvidar. En todo el siglo XX no se ha conocido ningún caso de robo procedente de la otra parte del muro, al menos que sepan los paisanos, hecho del que se sienten muy orgullosos.

 

La guardia se relaja una vez cada nueve a?os, el Primero de Mayo, cuando una feria se instala en el prado.

 

Los hechos que se relatan a continuación sucedieron hace muchos a?os. La reina Victoria estaba en el trono, pero le faltaba mucho para llegar a ser la Viuda de Windsor: aún tenía las mejillas sonrosadas, brío y gracia, de tal modo que lord Melbourne a menudo tenía razones para reprender, gentilmente, a la joven reina por su frivolidad. Todavía no se había casado, aunque estaba muy enamorada.

 

Charles Dickens publicaba por entregas su novela Oliver Twist; Draper acababa de tomar la primera fotografía de la luna y congelaba su pálido rostro, por primera vez, sobre frío papel; Morse había anunciado un sistema para transmitir mensajes a través de cables de alambre. De haber mencionado la magia o las hadas a cualquiera de ellos, habrían sonreído con desdén; excepto, quizá, Dickens, que entonces era un hombre joven e imberbe, y os hubiera mirado con tristeza.

 

Aquella primavera llegó mucha gente a las Islas Británicas. Unos venían solos y otros llegaban de dos en dos; desembarcaban en Dover, o en Londres, o en Liverpool; hombres y mujeres con pieles tan pálidas como el papel, pieles tan oscuras como la roca volcánica, pieles de color de la canela, que hablaban en una multitud de lenguas. Fueron llegando durante todo el mes de abril, y viajaban en tren de vapor, a caballo, en caravanas o en carros, incluso muchos de ellos venían andando.

 

En esa época, Dunstan Thorn tenía dieciocho a?os y no era un romántico. Tenía el pelo casta?o claro, los ojos casta?o claro y pecas casta?o claro. Era de mediana estatura y hablaba despacio. Su sonrisa fácil iluminaba su cara desde el interior, y so?aba, cuando fantaseaba en el prado de su padre, con abandonar el pueblo de Muro y su impredecible encanto e irse a Londres o a Edimburgo o a Dublín, o alguna gran ciudad donde las cosas no dependiesen de la dirección en que sopla el viento. Trabajaba en la granja de su padre y no poseía nada, salvo una peque?a casita en un campo distante que sus padres le habían cedido. Ese mes de abril llegaban los visitantes a Muro y Dunstan estaba resentido con ellos. La posada del se?or Bromios, La Séptima Garza, normalmente un laberinto de habitaciones vacías, estaba llena desde hacía una semana, y ahora los forasteros tomaban alojamiento en las granjas y casa privadas, y pagaban el hospedaje con extra?as monedas, con hierbas y especias e incluso con gemas.

 

A medida que se acercaba el día de la feria, el ambiente de expectación aumentaba. La gente se levantaba más temprano, contaba los días, contaba los minutos. Los guardas del muro se mostraban inquietos y nerviosos. Figuras y sombras se movían entre los árboles en los límites del prado.

 

En La Séptima Garza, Bridget Comfrey, considerada por unanimidad la camarera más hermosa del lugar, provocaba fricciones entre Tommy Forester, con quien se le había visto salir a pasear el a?o anterior, y un hombre enorme de ojos oscuros que llevaba un peque?o mono parlanchín. El hombre hablaba poco inglés, pero sonreía con expresividad siempre que Bridget se le acercaba. En la taberna, los clientes habituales se sentaban en incómoda proximidad con los visitantes, y hablaban en los siguientes términos:

 

—Sólo es cada nueve a?os.

 

—Dicen que antiguamente era cada a?o, por el solsticio de verano.

 

—Preguntad al se?or Bromios. él lo sabrá.

 

El se?or Bromios era alto, de piel aceitunada, con un pelo negro espeso y ondulado y los ojos verdes. Cuando las ni?as del pueblo se hacían mujeres, se fijaban en él, aunque nunca eran correspondidas. Se decía que había llegado al pueblo hacía ya tiempo, de visita. Pero se quedó allí, y su vino era bueno, según decían todos en Muro.

 

Una fuerte discusión se desató en la taberna entre Tommy Forester y el hombre de ojos oscuros, cuyo nombre al parecer era Alum Bey.

 

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